Rocío Mesa, la cineasta que lleva el orgullo rural de Granada a la gran pantalla
La directora, que vive desde hace 12 años en Los Ángeles, estrena ‘Secaderos’, un drama sobre cambios generacionales ambientado en el cultivo de tabaco y con notas de realismo mágico
Desde hace 12 años, Rocío Mesa vive en Los Ángeles. Un día, decidió que su vida la estaba dirigiendo todo el mundo menos ella, y de forma silenciosa, sin puñetazos en la mesa, cambió de rumbo. “Me fascinaba el documental de creación. Tras ver El cielo gira, de Mercedes Álvarez, había incluso pensado: ‘¿Eso puedo hacerlo yo?’. Pero tenía la vida encarrilada como periodista, con pareja, con un sendero marcado. Aunque no me sentía yo, y pegué el zapatazo en la mesa a la chita callando. ...
Desde hace 12 años, Rocío Mesa vive en Los Ángeles. Un día, decidió que su vida la estaba dirigiendo todo el mundo menos ella, y de forma silenciosa, sin puñetazos en la mesa, cambió de rumbo. “Me fascinaba el documental de creación. Tras ver El cielo gira, de Mercedes Álvarez, había incluso pensado: ‘¿Eso puedo hacerlo yo?’. Pero tenía la vida encarrilada como periodista, con pareja, con un sendero marcado. Aunque no me sentía yo, y pegué el zapatazo en la mesa a la chita callando. Así que solicité una beca Talentia, me la concedieron y me fui a Los Ángeles a estudiar cine. Creé mi camino”. ¿Qué ha estado haciendo desde entonces? “De todo, he trabajado en todos los puestos posibles en el mundo del cine. En realidad, lo he hecho yo y lo han hecho todas mis compañeras cineastas en España”, desgrana. “Porque formo parte de una generación que ha vivido momentos económicos difíciles. Nos han obligado a buscarnos la vida, sobre todo a quienes no veníamos de clases pudientes, de entornos privilegiados. Yo soy de pueblo”, dice subiendo el tono.
Mesa (Granada, 40 años) estrena en España Secaderos, su segundo largometraje tras el documental Oresanz (2013), su reafirmación en pantalla de su orgullo de estirpe, y ha logrado que una historia rural, ambientada en los últimos rastros del cultivo de tabaco en la vega de Granada, encuentre un eco mundial: el filme ganó el premio del público de la sección Visions del pasado festival SXSW, en Austin (Texas), el certamen que sirve de escaparate en EE UU del cine moderno de autor.
Mesa agradece a su familia “de clase media” que se volcaran con ella. “Me lo dieron todo, excepto la posibilidad de vivir sin trabajar, una ventaja que, curiosamente, sí disfrutaba mucha gente en el cine español. Mi generación, especialmente las mujeres, se aleja de la figura del director endiosado. Nosotras hemos tenido que aprender a montar, editar sonido... Somos versátiles, a tono con el siglo XXI, que pide ser polifacética. Y esto que podría parecer pernicioso o un lastre hace años, cuando tuve que parar mis iniciativas artísticas para ganarme un sueldo, lo he transformado en algo positivo”. Por eso, acaba, no se define como directora de cine, sino como cineasta, “alguien que produce, programa, trabaja en todos los campos, y que tiene conocimiento del universo en el que se mueve”.
Todo ese discurso acaba con una reflexión que también difunden cineastas como Carla Simón, Elena López Riera —su El agua es claramente familia de Secaderos—, Clara Roquet, Mar Coll, Pilar Palomero, Arantxa Echevarría, Belén Funes, Meritxell Colell, Paula Ortiz y otras más: “La figura del autor está sobrevalorada, lo colectivo es muy bello y acumular conocimiento y compartirlo es superplacentero. Si puedo colaborar, me siento feliz, rica. Claro que disfruto escribiendo y dirigiendo, pero no nos podemos cerrar al resto”.
¿Por qué esta coincidencia? ¿Por qué aparecen tantas inmersiones en lo rural con variantes mágicas, obras de estas creadoras, a las que suman filmes como Destello bravío, de Ainhoa Rodríguez, o Espíritu sagrado, de Chema García Ibarra? “No hay explicación, salvo que nos consideres brujas. El primer borrador de Secaderos es de 2017. Cuando nos dieron la primera ayuda en el Ministerio de Cultura y Deporte coincidí con Alcarràs, y recuerdo que me llamó la atención lo curioso de aquel nombre. Al final, rodamos el mismo verano y son dos filmes que dialogan. Creo que, como mujeres, a esta generación nos interesan los mismos temas: los cuidados, en especial los cuidados de la tierra; la estirpe, porque tenemos que sanar una herida histórica, ya que somos la primera generación de mujeres que por fin puede hacer lo que quiera, decidir en libertad sobre su vida; el cambio del mundo analógico a lo digital que hace que muchos se olviden de las raíces; la ecología, ya que nos apasiona hacer un cine en que es tan importante el proceso como el resultado y que prima el compañerismo. Vivimos un momento histórico precioso”.
Secaderos fue siempre el proyecto de Mesa en Granada. “Es una trampa que me he tendido a mí misma para volver a mi tierra. Necesitaba reencontrarme con mi pueblo desde la pasión, incluso casi desde la obsesión”. De ahí nace su pulsión por actores no profesionales, por dar una pátina documental: “Está hasta la cerámica granaína, la estampita de San Leopoldo, los secaderos de las hojas de tabaco, la canción de la Niña de la Puebla sobre los pueblos andaluces... Todo es intencionado”.
Como película, Secaderos juega a la dualidad: la adolescente que quiere huir del pueblo contra la niña que lo ama porque solo va en las vacaciones de verano, modernidad contra tradición, realidad contra ficción con notas mágicas... “Es que la película no es autobiográfica en los hechos, pero sí en su alma. Yo aún fantaseo con volver al pueblo, un sinsentido. Yo he sido esa cría que juega por los campos, esa adolescente que patalea por salir de ahí... y seré la abuela enamorada de su tierra”, ilustra.
Poliédrica, con muchas historias entrecruzadas, a Secaderos se le añade el color del realismo mágico a través de una prodigiosa criatura, otro ejemplo de trabajo excepcional de DDT, la compañía de efectos que ganó el Oscar con El laberinto del fauno, una aparición conformada de hojas de tabaco que emite unos sonidos singulares. Hay una buena historia detrás: “La entrada de DDT ha sido el mejor regalo de mi carrera profesional. Y sus ruidos... Estuvimos durante meses pensando en sonidos de la naturaleza, manipulándolos. No funcionaba. Por una cadena de amistades llegamos a una guardia de seguridad nocturna en secaderos de jamones en la sierra de Huelva que colecciona pequeños instrumentos musicales extraños, con los que ha desarrollado un lenguaje para comunicarse en sus largas noches con búhos y lechuzas. Escuché sus sonidos, mezcla de su voz distorsionada con las manos y los instrumentos, lo retocamos en el estudio, y así nació la forma de comunicación de la criatura”.
Entre las iniciativas laborales de Mesa en Los Ángeles, destaca su labor en La Ola, una organización volcada en promocionar las películas españolas independientes en Norteamérica: “Empezó hace ocho años como muestra de cine anual en la ciudad. Surgió para dar eco a ese cine fascinante, rupturista e innovador que arrancó en aquel momento, pero de presupuestos pequeños y, desde luego, casi con la imposibilidad de lograr distribución en EE UU. Otras compañeras y yo decidimos crear un espacio donde lograra visibilidad”, recuerda. “Queríamos que esas películas, con las que nos sentimos identificadas, encontraran su eco. La Ola comenzó a crecer, empezamos a realizar las proyecciones también en Nueva York y en Ciudad de México. Y presupuestariamente y en actividades aumentó tanto, que nos hemos convertido en un organismo con pases y encuentros españoles en Norteamérica. Además, hemos comenzado a recuperar lo que llamamos clásicos modernos, como la restauración en 4K de Arrebato, y actividades relacionadas”.
Con ello, la cineasta confiesa que se siente ligada a España, conectada con lo que se hace, y que forma “parte de la comunidad”. Y apunta: “Mi mundo es estadounidense, normalmente con artistas que se mueven en la contracultura, y movimientos underground de música y cine experimental. A cambio, tengo esa ventana para mirar a España”.