Coco Capitán descubre la frontera de los adolescentes japoneses en Kioto
La fotógrafa española expone en el festival Kyotographie su trabajo sobre la herencia de las tradiciones y el peso del legado en los jóvenes nipones
Coco Capitán, la fotógrafa sevillana que antes de terminar sus estudios en Londres ya trabajaba para grandes marcas de moda, se propuso fotografiar adolescentes en una de las ciudades más antiguas del mundo y eligió Kioto, la antigua capital nipona que comparte con Roma el mote de “ciudad eterna”. Pasó dos meses pedaleando en bicicleta por...
Coco Capitán, la fotógrafa sevillana que antes de terminar sus estudios en Londres ya trabajaba para grandes marcas de moda, se propuso fotografiar adolescentes en una de las ciudades más antiguas del mundo y eligió Kioto, la antigua capital nipona que comparte con Roma el mote de “ciudad eterna”. Pasó dos meses pedaleando en bicicleta por sus calles, visitando institutos, un colegio de budistas zen, una academia para geishas y un fabricante tradicional de ollas de hierro para la ceremonia del té con 400 años de historia.
Como ya había estado en Japón, de vacaciones o por trabajo, llegó preparada para la sofisticación y la belleza que abundan en la vida diaria. Esta vez, sin embargo, se dio cuenta de cómo “esa belleza nace a partir de unas restricciones y unas normas que para los occidentales o turistas son invisibles”. El resultado de su exploración fotográfica se expone desde el 15 de abril en tres espacios distintos de Kioto como parte de Kyotographie, un festival anual que reúne obras de fotógrafos de todo el mundo alrededor de un mismo tema.
Este año el concepto de Kyotographie es “Border” (Frontera) y el público puede ver, entre otros, los retratos de migrantes africanos del español César Dezfuli, exquisitos collages dedicados a los balseros de la cubana Mabel Poblet o una interpretación fotográfica de la demencia senil como última frontera de la memoria, del japonés Kazuhiko Matsumura. Coco Capitán, que quería ser escritora e incluye entre sus autores favoritos a Jeffrey Eugenides, el autor de Las vírgenes suicidas, propuso explorar la frontera que atraviesan los adolescentes japoneses para entrar en la exigente vida laboral de los adultos.
Fue invitada por los organizadores de Kyotographie para residir en Kioto entre octubre y diciembre de 2022 y le asignaron la muy indispensable ayuda de una intérprete. En sus recorridos encontró una ciudad grande en escala, pero con una pequeña comunidad que le recordó a la Cádiz de su infancia. “[En Kioto] todo el mundo conoce a todo el mundo y los personajes de la ciudad son los mismos para todos los vecinos de la ciudad”, explica.
Como algunos de los sitios elegidos para fotografiar transmiten la esencia de la tradición nipona, Coco pudo percibir la gran presión que las familias ejercen sobre sus adolescentes. Muchos de los monjes budistas que fotografió eran hijos de religiosos que seguirán formando parte activa de su credo. También siguió al primogénito de un maestro fabricante de ollas de hierro en las que se hierve el agua para la ceremonia del té que está siendo educado para tomar el relevo de la decimosexta generación. Conoció la estricta formación de las futuras geishas que además de ceremonia de té aprenden canciones y juegos antiguos, y se sorprendió de que, en un mundo donde la tecnología está cambiando la identidad de las personas, existan jóvenes que aspiran a convertirse en el epítome la tradición japonesa.
Al llevar 14 de sus 31 años viviendo en el Reino Unido, Coco era consciente de la pérdida de matices en la traducción de idiomas. Procuró ser fiel a su credo y hablar lo mínimo a la hora de dirigir sus modelos. “Intentaba pensar como una lente muda, porque era muy importante que mi presencia, o que mis palabras, no se perdieran en la traducción”, relata.
En la mayoría de la fotos chicos y chicas miran a la cámara con ese hieratismo sereno característico de los japoneses. Sus poses evocan los daguerrotipos del siglo XIX debido al uso de una cámara artesanal de gran formato (sencilla de estructura y compleja de operar), que exige a los modelos contener la respiración unos segundos cuando la toma se hace con luz natural. “De estas cámaras sólo quedan 150 o 200″, continúa Coco y explica que su inventor buscaba fabricar el aparato fotográfico con mayor definición del mundo. También echó mano de una cámara de 35 milímetros y otra de medio formato (una Contax 645), para dejar testimonios de comidas, ensayos musicales, oraciones y ceremonias de té.
Afirma que todo es digno de ver y se declara partidaria de la “democracia fotográfica”, pero separa la fotografía de moda de sus imágenes personales y usa la expresión “observacional” para despojarlas de cualquier pretensión periodística. “No suelo creer en la veracidad documental. Pienso que cuando haces una foto ya estás dando tu punto de vista como fotógrafa”, aclara.
Coco considera que, pese a haber logrado entrar en ese “espacio cerrado”, no está segura de haber llegado a conocer la esencia de lo que significa ser un adolescente en Japón. “Aun así, he tenido la oportunidad de abrir un hueco por el que mirar a través de esta cajita para que tanto yo como la audiencia podamos observar”, precisa. Se mantuvo fiel a su costumbre de llenar cuadernos enteros con aforismos y se le ocurrió llamarlos “haikus urbanos”, por resumir reflexiones en pocas palabras.
Cuando sus modelos asistieron al primer día de la exposición principal en la galería Asphodel, Coco tomó un marcador y escribió en inglés a manera de despedida sobre la pared: “En mis paseos tranquilos por Kioto, cuando miro, realmente veo; cuando escucho, realmente oigo (me doy cuenta de una o dos cosas). Siento una vida sin público que me abraza a mí sola”. Todos la aplaudieron y recordaron la alegría que les daba cuando, al final de cada sesión, Coco les daba las gracias en el dialecto regional de Kioto con un Ookini. Es la palabra elegida por Coco para el título de este proyecto y del futuro libro en el que piensa reunir todas sus fotos japonesas.