Quico Comesaña, pilar del folk gallego, se rehace después de años de infierno médico
El músico, fundador de Berrogüetto y virtuoso del buzuki y el arpa céltica, cuenta cómo ha tenido que volver a aprender a tocar después de una extraña enfermedad reumática en sus manos
Quico Comesaña siempre fue un folclorista relevante, pero en tierras gallegas hay que ascenderle a la consideración de ilustrísimo. Virtuoso del buzuki, el arpa céltica, la mandolina y casi cualquier otro instrumento de cuerda, este vigués de 60 años formó parte de dos bandas relevantes para la música de raíz —Armeguín y Fía na Roca— y ejerció como escudero de la cantante Uxía Senlle, pero se le recor...
Quico Comesaña siempre fue un folclorista relevante, pero en tierras gallegas hay que ascenderle a la consideración de ilustrísimo. Virtuoso del buzuki, el arpa céltica, la mandolina y casi cualquier otro instrumento de cuerda, este vigués de 60 años formó parte de dos bandas relevantes para la música de raíz —Armeguín y Fía na Roca— y ejerció como escudero de la cantante Uxía Senlle, pero se le recordará siempre como integrante durante sus 17 años de existencia de Berrogüetto, seguramente la formación más admirada que ha dado el folk en Galicia. Cuando el septeto ofreció su último concierto, el 29 de junio de 2014 en Vigo, Comesaña recogió sus instrumentos y se borró del mapa.
Ha permanecido ocho años desaparecido. Todos pensaban que era desencanto, que el gran Xosé Enrique Comesaña Pedreira había perdido, después de cuatro décadas de actividad frenética, la ilusión por la música, la composición y los escenarios. Pero no era así. En realidad, Quico mantenía una dolorosa batalla física e interior producida por un extraño caso de artritis severa que le condujo muchas tardes a las lágrimas y en la que ahora, por fin, puede cantar victoria. Comesaña, literalmente, ha tenido que volver a aprender a tocar.
Nadie le esperaba ya y más de uno le habría olvidado, pero el nombre de Comesaña regresó sigilosamente a las estanterías este verano. Mãe es el título de su primer álbum en nombre propio, el insólito estreno en solitario de un veterano recién incorporado a la condición de sexagenario. Hablamos de un disco hermoso y marciano, una obra encomiable a la par que suicida: cuatro suites enteramente instrumentales de unos 10 minutos cada una, un concepto que parece más propio de los años dorados del rock sinfónico, medio siglo atrás, que de estos tiempos de picoteo digital, consumos espasmódicos y ráfagas melódicas dictadas por la urgencia. Tan quijotesco es el espíritu del artista gallego que, al menos por ahora, se niega en redondo a ofrecer su flamante debut a través de las plataformas digitales. “He querido hacer casi un libro sonoro, hilvanar una historia. Es música para escuchar en silencio, con el disco físico entre las manos”, argumenta un hombre que reconoce en Ommadawn (1975), de Mike Oldfield, la mayor de sus influencias.
No nos lo pone fácil para escucharle, por lo tanto, pero las primeras reacciones han sido de entusiasmo. El violinista y zanfonista Anxo Pintos, cofundador de Berrogüetto, se retrató en las redes sociales con Comesaña para expresar su “admiración”, el asombro ante una obra inesperada y deslumbrante. Hacía siglos que no se veían, así que el reencuentro fue de los que empañan las miradas. “Mãe es mi banda sonora cotidiana en casa desde que llegó a mis manos”, relata Pintos, antaño el compositor más prolífico en el septeto. Y enfatiza: “Es un magistral huevo de Fabergé, una obra de proporciones áureas. Me maravillan su elegancia y la complejidad meticulosa. El tiempo la colocará en el olimpo del folk peninsular”.
Quico se apaña solo regular con los nuevos cachivaches tecnológicos, pero en su wasap se suceden parabienes cálidos de nombres muy ilustres en el género. Muchos le creían inmerso en su mundo interior, absorto en otras actividades; más preocupado de cuidar su apabullante colección de scalextrics que de retomar el pálpito de trastes, púas y cuerdas (el último álbum de Berrogüetto, en directo, se titulaba significativamente O pulso da terra). Casi ninguno imaginaba las dimensiones del calvario.
“Todo comenzó hacia 2006, con los primeros dolores de las articulaciones”, relata el ahora renacido artista. “Los médicos hablaban de principio de artritis, una enfermedad muy molesta y bastante común entre los músicos, pero el cuadro no remitía”. Comesaña mantuvo la actividad casi como si no pasara nada, aunque se ausentó en algún concierto de Berrogüetto. “Me perdí, sobre todo, nuestra gira mexicana, un hito para el que llevábamos años trabajando. Pero como no nos habían visto en directo antes, casi nadie se dio cuenta. El septeto se convirtió circunstancialmente en sexteto, el técnico de sonido compensaba mi ausencia dándole mayor presencia a la guitarra de Guillerme Fernández… e íbamos saliendo del paso”, se sonríe en una terraza del municipio coruñés de Pontedeume.
En febrero de 2014, sin embargo, sobrevino el gran mazazo. Desinflados ante la crisis económica, el desinterés de la industria por la música tradicional y la merma en la ilusión, los siete integrantes de Berrogüetto anunciaron la celebración de una escueta gira de despedida para dar carpetazo a una banda que con Navicularia (1996), Viaxe por Urticaria (1999) o Kosmogonías (2010) había diseminado su arte por medio mundo. Para entonces, los dolores de Comesaña, lejos de remitir, se habían vuelto cada vez más insoportables. “Llegó un momento en que solo podía tocar, y con dificultades, durante el verano. El resto de meses tenía las manos tan hinchadas como si hubiera estado pegándole puñetazos a las paredes. Mucha de la música que ahora integra Mãe ya andaba dándome vueltas por la cabeza, pero cogía el buzuki y los dedos no respondían. No lograba tocar cuatro notas seguidas”.
Fueron meses, años, de frustración y ansia. De dolor, de rabia. “He llorado mucho, de pura impotencia. De pronto, sin haber perdido el interés ni la ilusión, no puedes hacer tu trabajo ni ganarte la vida. Pensé que no volvería a tocar o que, incluso aunque me recuperara, ya no sabría tocar esos mismos instrumentos que llevan acompañándome toda la vida”. Detrás de su resurrección figura un nombre, Íñigo Hernández, que pasa desapercibido al final de la lista de agradecimientos de Mãe, pero que ha resultado fundamental a la hora de desmadejar toda esta historia.
Hermano de músicos y jefe de Reumatología en el hospital Mexoeiro de Vigo, donde acumula más de tres décadas de experiencia, Hernández se encariñó de Comesaña y asumió su caso con una tenacidad parecida a la del compositor con sus partituras. Él empezó a sopesar la posibilidad de encontrarse ante una rara “artritis palindrómica”, denominada así por la forma en que se manifiesta: empieza suave, va aumentando hasta un pico (ya insoportable) y, después de varias horas o días, emprende el camino inverso y va remitiendo de manera simétrica. El galeno probó tratamientos experimentales y medicamentos de última generación hasta que acertó con la tecla farmacológica. Y funciona.
Desde enero, Xosé Enrique Comesaña es un paciente crónico que se medica a diario pero no siente dolor. Muchos compañeros de oficio nunca lo sospecharon, pero han recibido su reaparición con alborozo. “Ha hecho un disco emocionante, vibrante; un árbol frondoso bajo cuya sombra me quedaría a descansar para siempre. Es la obra de un extraterrestre que ha venido a rescatarnos de lo anodino en estos tiempos de prisas y fast-food”, se emociona Uxía Senlle, su antigua jefa de filas. Y el arpista Rodrigo Romaní, fundador de Milladoiro —los grandes patriarcas del folk galaico—, refrenda: “Es un trabajo extraordinario, sin concesiones, bravísimo. De los que no se ven en muchos años”.
Una obra inmensa
El mismo Bieito Romero, líder de la histórica banda coruñesa Luar na Lubre, que en tiempos rivalizaba con Berrogüetto en popularidad, también ha terciado en el debate a preguntas de este periódico. “Los que conocemos a Quico desde hace tiempo sabemos que un disco así no es fruto de la casualidad”, precisa. “Se notan unos conocimientos profundos en la música de raíz y el resultado es una obra inmensa, hecha desde la humildad bien entendida”. Pero las alabanzas trascienden los confines de las músicas de raíz. Fon Román, en tiempos guitarrista de Piratas y hoy solista librepensador (en pocos meses estrenará un álbum conceptual de puro pop en torno a poemas de versificación libre de Octavio Paz), suma su voz de asombro. “En Piratas éramos muy fans de Berrogüetto, aunque pudiéramos parecer bandas muy distintas. Yo mismo asistí al estreno en Madrid de Navicularia, su primer disco, en la sala Caracol, y conservo un recuerdo imborrable de aquella noche. No sabía qué había sido de Quico, pero este Mãe es puro rock sinfónico, en métrica y espíritu, por mucho que la instrumentación sea más folclórica”.
Comesaña, tímido y más bien escéptico, apenas daba crédito a la avalancha de halagos abrumadores. Pero se ha puesto a trabajar, eso sí, en una versión del álbum adaptada al formato de quinteto para poderlo llevar a los escenarios. “Si las manos responden, claro está”, matiza mostrando unos dedos de apariencia sana y robusta. Pero sabe que el doctor Hernández no consentirá que sea de otra manera.