La historia real detrás de la fantasía de ‘Encanto’
La literata Alejandra Espinosa participó desde el pueblo colombiano de Barichara como asesora cultural del último éxito de Disney. La cinta gana el Oscar a la mejor película animada
La primera vez que Alejandra Espinosa leyó el guion le temblaron las manos al ver su nombre escrito en una marca de agua. El libreto narraba la vida de una niña colombiana y su abuelo. “No”, dijo al leerlo, “esta historia debe ir sobre mujeres”. Espinosa estaba en los estudios de Disney en Los Ángeles, enfrente tenía a Jared Bush, director de Zootopía o Moana. Encanto, la última película de la compañía ambientada en Colombia, estaba dando sus primeros pasos. El no de Alejandra borr...
La primera vez que Alejandra Espinosa leyó el guion le temblaron las manos al ver su nombre escrito en una marca de agua. El libreto narraba la vida de una niña colombiana y su abuelo. “No”, dijo al leerlo, “esta historia debe ir sobre mujeres”. Espinosa estaba en los estudios de Disney en Los Ángeles, enfrente tenía a Jared Bush, director de Zootopía o Moana. Encanto, la última película de la compañía ambientada en Colombia, estaba dando sus primeros pasos. El no de Alejandra borró a aquel abuelo incómodo y dio vida a la abuela de Mirabel, personaje angular de la producción. Luego llegaron muchos más desacuerdos, pero vayamos al principio. La historia había empezado mucho antes. En un pueblo de Colombia en el que se conoce a sus habitantes como patiamarillos por cómo la tierra tinta las plantas de sus pies. Este cuento nació en Barichara.
Espinosa estaba cansada de Bogotá. Era 2016, se había licenciado en Literatura y quería escribir y pintar acuarelas lejos del monstruo citadino en el que se había criado y en el que se convierten las grandes ciudades. Una visita a este pueblo santandereano, a siete horas por carretera desde la capital, se le había atravesado hacía años. “Yo puedo pintar y tú montar un hostal”, pensaron ella y la que entonces era su pareja. Un año después, Espinosa, nacida en 1992, había convertido en acuarela todas las casas de Barichara, cada esquina de este pueblo de color tierra y calles empedradas que ha escapado a los neones, el cemento y el ruido que inundan la mayoría de lugares de Colombia. Los turistas de fin de semana, atraídos por el título de ‘pueblo más lindo’ del país, podían llevarse por unos pesos alguna de sus postales.
A Alejandra, la Historia le venía de fábrica. Hija de la historiadora Diana Uribe, decidió meterse hasta el fondo en la tradición de Barichara y Santander, que tanto le estaba dando. “Yo era medio tímida, como con incapacidad para las habilidades sociales, y aquí me sentí muy segura, florecí al llegar”. Pronto se convirtió en la guía turística más valorada del lugar. En eso andaba cuando una llamada en 2017 cambió su vida.
Varios trabajadores de Disney querían hacer una visita de cuatro días a Barichara y buscaban una guía que supiera de historia y cultura. Espinosa firmó un acuerdo de confidencialidad que decía algo así como que todo lo que escuchase debía olvidarlo al instante. Ni siquiera googleó sus nombres para controlar sus nervios y no parecer “atortolada”. Pero cuando llegaron, los “desparpajados” eran ellos. Eran cinco, entre ellos el propio Bush y el director Byron Howard. Le hicieron mil preguntas y conectaron enseguida. Ella, que transmite una pasión que desborda, los metió hasta la cocina de las casas, el trabajo de los picapedreros que dibujan las calles y el de las mujeres de Vélez que durante seis meses tejen esas coloridas faldas cuyas réplicas made in china se venden ahora en todas las jugueterías del mundo bajo el sello de Disney. Fue un flechazo.
―Yo les decía: “No lo vayan a arruinar”. Tienen que tratar esto con mucho respeto, es muy importante porque Colombia tiene un estigma enorme, de poca valía, como Mirabel [la protagonista de la película]. Nosotros no sabemos quiénes somos, siempre buscando modelos culturales extranjeros para definirnos. En el centro del debate siempre puse la identidad.
También les dijo “quietos” cuando hablaron de realismo mágico y les pidió, en su lugar, referirse a lo real maravilloso, de Alejo Carpentier. “El realismo mágico no es coger magia gratuita y ponerlo en un contexto selvático”, les advirtió. Ya lo dijo Gabriel García Márquez: “Yo no me invento nada, todo lo he visto o me lo han contado”. Se trata de entender la cosmovisión del mundo afro e indígena. Les habló del agua sagrada para los indígenas. Les pidió que el milagro de la película naciera del río.
Los condujo a un pequeño bosque que envuelve unas casas, a ver las buganvilias de los balcones y a fotografiar la mejor vista. Cuando se fueron, Espinosa estaba exhausta. Ellos le prometieron que volverían a hablar pronto. Ella pensó que era una forma amable de despedirse. Volvió a su vida feliz de pueblo, orgullosa de haber puesto un granito de arena en aquello que fuera a salir del gigante de animación que a tantas generaciones ha marcado con princesas rubias.
Contrato con Disney
Un mes después, a Barichara llegó un contrato entre Disney directo desde Los Ángeles en el que describían a Alejandra Espinosa como asesora cultural de Encanto. Los “no” de Alejandra se volvieron su propia marca.
―A veces me daba nervios al colgar las llamadas y pensaba: “Ya no me llaman más”. Creo que ese era mi valor. No tenía empacho en decirles: esto no me gusta, no funciona, hay que cambiarlo. Era importante qué mensaje le va a llevar la película a los colombianos, que es el de reconózcanse como son. La búsqueda de Mirabel es nuestra propia búsqueda de autovalía y autoaceptación.
Espinosa no estaba sola. Un equipo de unas 10 personas, más un grupo denominado La familia que incluía a todos los trabajadores latinos de Disney, contribuyó a hacer Encanto. Un proceso muy abierto, colectivo, con unos directores “muy receptivos”. La idea original ya buscaba que el protagonismo fuera para una familia grande, una metáfora de la familia colombiana que crease un relato de diversidad. Representar la afrocolombianidad, en los personajes de Antonio, Dolores y Félix, y a los indígenas, en Bruno. “Los indígenas están ahí, están invisibilizados y nadie habla de ellos, pero son la parte sagrada de Colombia. Se volvió fundamental entender eso, que está muy bien representado por Bruno”, apunta.
En medio de los cuatro años de trabajo con Disney, de los que Alejandra no desvela su salario (“no me hice millonaria”), la joven abrió en 2019 la primera librería de Barichara, de nombre Aljibe. Se convirtió así en la librera del pueblo. Su secreto aún permanecía oculto.
Mientras recibía nuevos libros seguía dando forma a la trama. La película no tiene una fecha concreta, pero se sitúa más o menos a principios del siglo XX y arranca con un desplazamiento que afecta a la abuela y al abuelo, que muere en su huida. De ahí, y del río, claro, nace el milagro que da vida a la historia. “El viaje de la abuela es el de reconocer su propio trauma y dejarlo ir. Nosotros somos una sociedad traumatizada que sigue adelante. A veces hay que parar, pensar y reconocer el trauma para dejarlo ir”, explica Alejandra. Su impronta en la película lo abarca casi todo. Pidió borrar esa idea del castillo de Disney, que luce en otras películas, alejado del pueblo raso. En Encanto el castillo es una “casita” viva que forma parte de la comunidad, con las puertas siempre abiertas.
La pandemia atravesó el trabajo e impidió a los animadores de Disney viajar a Colombia. Entonces Espinosa se volvió youtuber. Grabándose con su teléfono visitaba una cocina o una casa tradicional y mostraba todas sus esquinas hablando inglés para enviar sus vídeos a Los Ángeles. Los que la veían por el pueblo pensaban que estaba loca. También miraba a la cámara muy de cerca para mostrar el movimiento de cada músculo de su cara o los gestos de sus manos. “Les decía que los personajes tenían que ser expresivos, no con cara de palo”. Llegó a enviar a Disney una falda desde Vélez para que allí vieran las texturas, el peso y el movimiento. Y hasta pidió que cambiaran una secuencia ya hecha en la que se celebraba una boda en “la casita”. “No”, dijo otra vez, “aquí la gente se casaba en las iglesias”.
Cuando ella ya había visto más de mil imágenes de Mirabel, su novio (no el mismo con el que llegó a Barichara, pero esa es otra historia) le dijo: “Te volvieron muñequito”. Ella no lo veía, pero el parecido es asombroso. “Yo me identifico con Mirabel no por el pelo y las gafas, sino por la actitud, franca, honesta, determinada, pero a la vez emocionada. Mirabel tiene un pedacito de mi espíritu”, asegura. Pide varias veces que no digamos que ella es el personaje, aunque los propios directores le confirmaron en una reunión por Zoom que había sido parte de la inspiración.
―Yo sentía que esa asociación con ella era algo íntimo, interno, pero todo el mundo se quedó privado de eso y me llama Mirabel. La gente viene a hacerse fotos conmigo. Yo me siento orgullosa de mi aportación cultural, no me parece valioso que me digan que soy Mirabel.
Cuando al fin vio la película entera, sola en su casa de Barichara, no podía parar de llorar. Aplaudió cuando vio a Mirabel gesticular con las manos en una conversación con Bruno, cuando los niños corretean y llenan de ruido una fiesta o cuando la protagonista señala con un movimiento de labios un regalo. “¡La logré!”.
Alejandra fue a la presentación de la película con una falda hecha por las tejedoras de Vélez, como la que luce Mirabel. “Yo tenía ese sueño de ir a Hollywood así, volver una falda campesina el vestido de una princesa”.
La vida sigue en Barichara
A las 10 de la mañana de cualquier día de la semana Alejandra abre las puertas de Aljibe. Enseguida se llena gente para sentarse en sus mesas, rodeadas de café y libros. Ella sale a la puerta y pide en la tiendita de enfrente una arepa de queso y aguacate. Pisa orgullosa cada piedra de las calles del que ya es más que su pueblo. Un orgullo que ahora llena también a los baricharas, que ven reflejadas sus casas, sus puertas y sus flores en la película del gigante gringo. Pero no solo ellos, la producción refleja también otras muchas zonas de Colombia.
A la librería Aljibe aún se asomarán muchos buscando a esta Mirabel que no es, pero un poco sí. Ella responderá siempre, aunque no le guste demasiado, con esa sonrisa enorme que hace cuatro años enamoró a los popes de Disney. El otro día llegó hasta aquí una familia. “Mira, es ella”, dijeron señalándola. La niña fue a saludarla. “¿Ves como existen las princesas?”, susurró la madre.
―Yo que nunca he sido especialmente bonita. Que soy literata. Que tengo una librería. Que eso sea material para una princesa, eso sí me conmovió.
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