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Blogs / Cultura
El toro, por los cuernos
Por Antonio Lorca
EL TORO, POR LOS CUERNOS

Enrique Crespo, cirujano taurino, la magia de la inmediatez en una enfermería

Ha sido uno de los rostros protagonistas del pasado San Isidro, apasionado y singular

Enrique Crespo, en el callejón de la plaza de toros de Aranjuez.
Enrique Crespo, en el callejón de la plaza de toros de Aranjuez.
Antonio Lorca

Hijo, nieto, biznieto, primo y sobrino de médicos taurinos, el destino de Enrique Crespo (Zamora, 1957) no podía ser otro que cirujano de plazas de toros; comparte su consulta de traumatología en una clínica madrileña con la enfermería de un coso o de un festejo popular, donde le atrapa la melancolía ante un héroe caído o un mozo cosido a cornadas, y se siente útil cuando un hombre que parecía que había alcanzado el umbral del otro mundo vuelve a la vida.

Pero este médico vitalista, apasionado, locuaz, enamorado, sin duda, de su profesión, que gesticula para enfatizar sus argumentos, es un caso singular. Ni quería ser médico ni le gustaban los toros. Aún recuerda cuando, con nueve años, su padre, prestigioso cirujano, lo introdujo en un quirófano y el niño cayó desplomado.

“Yo estudié medicina por tradición familiar; la vocación llegó después”, cuenta Enrique Crespo; “tampoco me gustaban los toros, y adquirí la afición acompañando a mi padre a las plazas”.

Quién lo diría escuchándole cómo describe emocionado su amor al toro, la vida en una enfermería, la trayectoria de un pitón o el sufrimiento que le produce la presencia de un herido.

Crespo es el cirujano jefe de un equipo multidisciplinar que lleva muchos años curando cornadas en las plazas de Zamora, Huesca, Aranjuez, Colmenar y Alcalá de Henares, entre otras, y festejos en las calles de numerosas localidades. En total, cubre unos 120 espectáculos en una temporada normal.

“Mi mayor satisfacción como médico la he alcanzado en una plaza de toros”

Éste médico ha sido uno de los rostros protagonistas de la pasada Feria de San Isidro, celebrada en Vistalegre, con motivo de las graves cogidas sufridas por tres toreros: el novillero Manuel Perera, al que un novillo sacó literalmente las triplas, el subalterno Juan José Domínguez, que sufrió varias heridas muy serias en el pecho, y el matador Pablo Aguado, herido en un muslo. Y los tres han reaparecido en los ruedos mucho antes de lo que preveían los médicos.

“La gente cree que hacemos milagros, que somos magos, o ángeles, como nos llaman los toreros, y no es verdad. El éxito de la cirugía taurina reside en su inmediatez”, explica el cirujano. “Al torero hay que operarlo cuanto antes y hacerlo bien, porque, de lo contrario, las complicaciones pueden ser muy graves”.

“Pero los toreros tienen una condición especial que no es habitual en los demás pacientes”, continúa Crespo, “y son las ganas de curarse, una determinada capacidad mental para sobreponerse a la adversidad y demostrar al toro que no ha podido con él”.

El cirujano se detiene en el caso del novillero Manuel Perera.

“Desde que sucedió la cogida, no habían transcurrido más de diez minutos y ya estábamos abriéndole la barriga. El chaval lo pasó muy mal los primeros días, moralmente abatido, con molestias intestinales, hasta que vio a sus compañeros y se animó. Le dije a su apoderado, el maestro Padilla, que debería estar ocho días en la clínica, tres semanas más de reposo para que las heridas cicatrizaran, y otras tres para probarse delante de un toro. Y resulta que ha reaparecido el pasado día 12, antes de que se cumpliera un mes del percance”.

Juan José Padilla, a la izquierda, junto a los toreros heridos en Vistalegre: Juan José Domínguez, Manuel Perera y Pablo Aguado.
Juan José Padilla, a la izquierda, junto a los toreros heridos en Vistalegre: Juan José Domínguez, Manuel Perera y Pablo Aguado.

La dramática cogida de Juan José Domínguez, el 19 de mayo, fue más preocupante. “Pudo morir en el ruedo”, dice el médico, quien muestra un video que le acaba de enviar el torero en el que da su primera carrera, y se le oye decir: “Doctor, yo no sé si es usted o esto es un milagro, pero no puedo explicar lo bien que me siento”.

Relata el cirujano que Domínguez salvó la vida en tres ocasiones: las tres trayectorias del pitón del toro, hacia la axila, la clavícula y el cuello, que no llegaron a tocar órganos vitales. “De no ser así, no llega vivo a la enfermería”, concluye.

“Le dije que no perdería la temporada, y que yo aventuraba que para agosto podría torear, y me acaba de decir que pretende reaparecer el día 26 de junio en Zamora…”

Pregunta. ¿Cómo son los toreros por dentro?

Respuesta. “Físicamente, son como nosotros, con los mismos músculos, nervios y arterias que los demás, pero, sicológicamente, son unos superdotados, unos privilegiados. Llegar a ser figura del toreo es lo más difícil que existe en este mundo y está al alcance de muy pocos”.

“La cornada es la herida más traicionera, mentirosa y sucia que existe”

Enrique Crespo hace hincapié en las claves de un equipo médico taurino: una alta cualificación profesional de todos sus miembros, vocación sanitaria (ganas de curar), y respeto por el que se pone delante del toro.

“En mi equipo hay profesionales que no son aficionados”, aclara, “y acuden a la plaza por la satisfacción personal de salvar una vida y sentirse útil como médico o enfermero. Déjeme que le haga una confidencia: mi mayor satisfacción como cirujano la he alcanzado en una plaza de toros. Aquí, en la clínica, no soy consciente de que haya salvado la vida a nadie”.

P. ¿Se pasa mal en un quirófano?

R. Por supuesto. Profeso tanta admiración a los toreros que me embarga una sensación de tristeza y pesadumbre cuando los veo heridos. Se pasa mal porque, a veces, piensas que la persona se puede morir. El equipo acude anualmente al Carnaval de Ciudad Rodrigo, y en la última década hemos llamado cuatro veces a un cura para que administrara la extremaunción a algún herido mientras operábamos. Y la tensión permanece hasta que no averiguas el alcance de la cornada; en el caso de Perera, por ejemplo, no nos quedamos tranquilos hasta que abrimos, exploramos toda la cavidad abdominal y comprobamos que no había lesiones”.

P. ¿Cuánto cobra un equipo médico en una plaza de primera?

R. “Esa misma pregunta me la hizo Morante hace un par de meses, y le contesté: entre 750 y 900 euros. ‘¿Para cada uno?’, insistió. No, para todos”.

El grupo habitual que dirige Enrique Crespo lo forman entre 8 y 11 personas, que son las que han acudido cada tarde a la plaza de Vistalegre.

“En Vistalegre no hemos cobrado varios miembros del equipo, y a mí, personalmente, la feria me ha costado 110 euros, el precio del parking durante los once días de toros”.

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“Nos dedicamos a esto por vocación y por ser útiles, y no por dinero”, asiente.

El cirujano se hace acompañar en la enfermería por residentes y estudiantes de Medicina, convencido de que esta especialidad, no reconocida en los planes de estudio, se aprende en las plazas de toros.

“La cirugía taurina es una gran desconocida”, explica, “y, todavía, en grandes hospitales hay quien sigue operando como hace muchos años”.

“Porque la cornada es la herida más traicionera que existe en nuestro entorno”, continúa Crespo; “hay zonas que crees que están limpias, pero se pueden infectar; es, además, mentirosa, porque ves el agujero y no te puedes fiar de lo que hay dentro, y sucia, porque, aunque la laves bien, no puedes quitar todos los gérmenes”.

“En el caso de una puñalada o un tiro sabes por dónde va la trayectoria; en la cornada participan dos seres vivos: el toro, que quiere matar, y el torero, que se quiere zafar, y un pitonazo puede provocar tres heridas”.

Enrique Crespo no quiere terminar sin tener un recuerdo especial para dos compañeros: Ramón Vila, cirujano jefe de La Maestranza durante 32 años, a quien se sintió muy unido. “Su muerte fue una de las peores experiencias de mi vida”, comenta; y Máximo García Padrós, responsable de la enfermería de Las Ventas. “Hay que besar por donde pisa don Máximo…”

Cuesta creer, finalmente, que Enrique Crespo no quisiera ser médico.

“Lo que yo quería es ser arquitecto, como mi abuelo materno, pero comprobé que era muy difícil y lo dejé”, termina.

P. Por cierto, doctor. ¿Tiene algún descendiente que continúe la tradición familiar?

R. “Solo tengo una hija, y es sicóloga. La vida ha venido así…”

¡Mecachis…!

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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