La dictadura ‘progre’

Estos son tiempos pésimos para la ironía, que es el hilo conductor de la piedad, así que la derecha reaccionaria ha resucitado un término que estaba en el apartado ‘vintage’ del diccionario

Pedro Almodóvar lee el manifiesto en la manifestación contra la Impunidad del Franquismo de abril de 2010, en la que también intervinieron la escritora Almudena Grandes y Marcos Ana, entre otros.Claudio Alvarez

Advertir que la palabra progre ha vuelto estar en boga me resultaba al principio casi cómico; observar que el término había pasado de estar en el apartado vintage del diccionario, que es el de las palabras que estuvieron de moda, a escalar de nuevo las cotas más altas del insulto político. Yo pensé que buenista había sustituido a progre en tono coloquial, y socialdemócrata lo había hecho en el ámbito de la clasificación ideológica.

A mí lo progre como concepto se me había quedado anclado en la época juvenil, entonces suponía una manera de estar en el m...

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Advertir que la palabra progre ha vuelto estar en boga me resultaba al principio casi cómico; observar que el término había pasado de estar en el apartado vintage del diccionario, que es el de las palabras que estuvieron de moda, a escalar de nuevo las cotas más altas del insulto político. Yo pensé que buenista había sustituido a progre en tono coloquial, y socialdemócrata lo había hecho en el ámbito de la clasificación ideológica.

A mí lo progre como concepto se me había quedado anclado en la época juvenil, entonces suponía una manera de estar en el mundo que abarcaba todo el arco de las libertades, de las sexuales a las de expresión, y también respondía a una estética, a filias y fobias culturales, a cierta espesura en la conversación que quedó bien retratada en aquello que llamaban la nueva comedia madrileña y que no era otra cosa que un intento de imitar a Woody Allen, al que teníamos también por progre. Leí que fue la revista Triunfo, que dirigiera Haro Tecglen, la que acuñó el término. Dado que los progres cultivados leían dicha revista pudiera ser, pero me parece que la palabra ya había conquistado el habla popular. Lo que es cierto es que desde el primer momento la palabra contenía una autocrítica benevolente, que se convirtió en cachondeo por parte de los modernuquis y en lástima al alzarse los yuppies con el poder. Los progres quedaron borrados por las posteriores tribus, parecían haberse quedado enzarzados en alguna discusión de madrugada, tratando de ligar desesperadamente por medio de la verborrea etílica.

Estos son tiempos pésimos para la ironía, que es el hilo conductor de la piedad, así que la derecha reaccionaria ha resucitado el concepto “progre (aunque los auténticos andan ya por la tercera dosis de la vacuna) para acusar a quienes lo abrazan de imponer una agenda que tiene por objetivo acabar con la nación española y su verdadera esencia cultural. Y por lo cultural, ya se sabe, amigos, hay que dar la batalla. Ahí estuvo Santiago Abascal en el Congreso frustrando una declaración institucional con motivo del Día Mundial del Sida, porque al parecer la lucha contra esta enfermedad es un empeño de la agenda progre con sus gestitos y tal. Es tan estéril esa batalla de no reconocimiento a los enfermos de VIH que los que somos un poco progres malpensamos y lo relacionamos con la voluntad de perpetuar el estigma que esta enfermedad aún soporta.

Pero todavía tuvieron tiempo de dar la segunda nota bronca en el terreno cultural. En esta ocasión no estuvieron solos en la batalla: Partido Popular, Ciudadanos y Vox decidieron en el Ayuntamiento no respaldar el nombramiento de la escritora Almudena Grandes como hija predilecta de la ciudad. En ocasiones las groserías cruzan fronteras y António Rodrigues, del diario Público portugués, se hacía eco en su crónica de la semana de este desprecio inaudito: “A direita nao quis explicar o voto contra”. Optaron por el silencio porque es difícil de explicar una razón tan simple como mezquina: la de negarle el reconocimiento a alguien que no piensa como tú, a pesar de que su obra haya sido amada por cientos de miles de lectores y su figura, a la vista ha quedado, popularmente querida.

No ocurre tantas veces que una escritora consiga ese grado de estrecha identificación con los habitantes de la ciudad sobre la que ha construido sus sueños como la que Grandes atesoró en Madrid. Hasta el nombre parecía haber sido elegido adrede. La derecha reticente hubiera debido tomar nota de la elegante actitud del Rey Felipe, que llamó al poeta García Montero, para darle el pésame. Como tiene que ser. ¿O debiera haberse ahorrado las condolencias por ser la fallecida abiertamente republicana? Estos gestos de humanidad son esenciales para relajar la tensión de un país que se ha ido crispando hasta un nivel que no habíamos conocido. Sosegar el ambiente depende mucho de las personas que ejercen los cargos públicos.

No me cabe la menor duda de que Almudena Grandes tendrá su calle o su plaza, su biblioteca pública, porque los que ahora gobiernan mañana no estarán, pero la lealtad de los lectores es muy poderosa. Se me vienen a la cabeza los versos de Lorca por la muerte de Sánchez Mejías: “Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace/ Un andaluz tan claro, tan rico de aventura”. Versos que parecían describir el sentimiento de ese pueblo expresivo y cálido de Madrid que acudió a despedirla al cementerio civil.

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