Fran Lebowitz: “Biden no es Roosevelt, pero por lo menos lo intenta”

La escritora, catapultada a la fama mundial gracias a una serie documental de Martin Scorsese, reedita sus viejos ensayos humorísticos en español en el libro ‘Un día cualquiera en Nueva York’

París -
La escritora estadounidense Fran Lebowitz, durante una visita a Madrid en 2018.Oscar González (NurPhoto (Getty Images))

El número es un fijo de Nueva York. Al marcarlo, salta el contestador. La voz inconfundible de Fran Lebowitz (Morristown, Nueva Jersey, 70 años) insta a dejar un nombre y un teléfono. “Contestaré lo antes posible”, jura con su timbre nasal y burlón. Inevitablemente, uno la imagina filtrando sus llamadas, como en las series de los noventa. Y así es: la escritora aparece a medio mensaje con un “hola” seco y a la vez amigable, paradójico. Lebowitz, ...

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El número es un fijo de Nueva York. Al marcarlo, salta el contestador. La voz inconfundible de Fran Lebowitz (Morristown, Nueva Jersey, 70 años) insta a dejar un nombre y un teléfono. “Contestaré lo antes posible”, jura con su timbre nasal y burlón. Inevitablemente, uno la imagina filtrando sus llamadas, como en las series de los noventa. Y así es: la escritora aparece a medio mensaje con un “hola” seco y a la vez amigable, paradójico. Lebowitz, personalidad neoyorquina por antonomasia que fue catapultada a la fama mundial gracias a la serie documental Supongamos que Nueva York es una ciudad, dirigida por Martin Scorsese para Netflix, empieza preguntando por Madrid. “Estuve hace un par de años y me sentí capaz de vivir allí. Es de las pocas ciudades donde se cena a la única hora que me resulta aceptable: a las 10 de la noche”, se carcajea esta noctámbula incorregible.

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Lebowitz sufre una crisis creativa que la llevó a dejar de escribir hace casi tres décadas: su último libro, publicado en 1994, era un volumen infantil sobre dos pandas neoyorquinos que soñaban con irse a vivir a París. Lo admirable es que, como buen personaje warholiano —escribió para su revista Interview en los setenta—, nunca ha necesitado ejercer su oficio para dar que hablar. “No tengo un trabajo, o no uno de verdad”, reconoce una autora más conocida por sus conferencias e intervenciones mediáticas que por sus escritos. Eso no impide que aproveche el tirón de la serie de Scorsese, con quien le une una larga amistad —que, a ratos, parece cimentada en la predisposición del director a la hora de reírle todas las gracias, que no son pocas—, para reeditar sus ensayos humorísticos de los setenta y primeros ochenta, Vida metropolitana y Ciencias sociales, descatalogados en España y recuperados ahora en un volumen único con el título de Un día cualquiera en Nueva York (Tusquets), que llegará este miércoles a las librerías.

“La gente ya no se acuerda de que ser homosexual en 1972 era casi como serlo en 1872. En realidad, la gente no se acuerda de nada”

Sus textos son piezas breves y cortantes bañadas en un humor que no siempre ha envejecido bien, en las que Lebowitz se adentra, por primera vez, en todos los clásicos de su repertorio posterior: los problemas inmobiliarios, las facturas impagadas, lo feos que son la ropa estampada y los relojes digitales, lo molestos que le resultan los niños y las masas, y otros problemas del primer mundo. “Cuando volví a leer esos ensayos me reconocí a mí misma, pero no el mundo que describo en ellos. El mundo ha cambiado, pero yo no”, asegura, pese a haberlos escrito al final de su veintena. “Soy muy tozuda y siempre he tenido ideas muy enfáticas. No digo que siempre tenga razón, pero… Bueno, sí, siempre tengo razón. De lo contrario, habría cambiado de opinión sobre mis certezas”.

Fran Lebowitz junto a Andy Warhol en una fiesta en Nueva York. La escritora trabajó en la revista 'Interview', creada por el artista.Richard E. Aaron (Redferns)

Un malentendido sobre su personaje público que parece molestarle es que se confundan su misantropía jocosa y su sobreactuado ludismo —Lebowitz vive sin tecnología a la vista: ni móvil, ni ordenador, ni tableta, ni reloj inteligente, ni báscula conectada— con el conservadurismo aparente del ‘antes vivíamos mejor’. “Al revés, yo creo que algunas cosas van mejor ahora. Para las mujeres no van bien, pero sí mejor. Para los gais no van bien, pero sí mucho mejor. Veo más progreso en ese campo que en cualquier otro”, sostiene. “La gente ya no se acuerda de que ser homosexual en 1972 era casi como serlo en 1872. En realidad, la gente no se acuerda de nada. Yo sí recuerdo. Soy un repositorio de memoria, porque dejé de beber y de tomar drogas a los 19 años. Cuando mis amigos no se acuerdan de algo, me preguntan a mí. Yo era la única que no estaba colocada”.

Una infancia “feliz”

Detrás de los seres más graciosos suele haber una historia con tintes trágicos. No es el caso de Lebowitz, que asegura haber tenido una infancia “feliz y absolutamente convencional” en el seno de una familia judía que regentaba una tienda de muebles. “Cuando publiqué mi primer libro, un amigo de la familia me dijo: ‘Tienes gracia, igual que tu padre’. Me dejó atónita, porque nunca había visto a mi progenitor siendo gracioso. Tal vez todo esto me venga de él”, sopesa. Guarda buen recuerdo de esa juventud al otro lado del río Hudson. “Soy una persona bastante inmadura. Echo de menos ese momento de mi vida en que no tenía que pagar impuestos”, resume. “Siempre me sentí distinta a los demás, pero no excluida. En realidad, siempre he tenido millones de amigos. Lo que sucedió fue que, a los 11 años, me di cuenta de que era homosexual y que no iba a poder quedarme allí”, añade, en uno de los escasos momentos en los que no parece tener un chiste en la punta de la lengua.

“Yo soñaba con una ciudad sin turistas, pero cuando sucedió me entristeció. Ninguna cosa agradable que haya sucedido es comparable con los millones de muertos”

Se mudó a Nueva York a los 18 años, poco después de descubrir la existencia de James Baldwin, el gran escritor negro y homosexual, en televisión. Reconoció en él la misma diferencia radical y una manera de ser escritor con la que se identificaba, alejada de la solemnidad de los clásicos que devoraba desde la infancia. “Para mí, un escritor era una persona muerta, y Baldwin estaba muy vivo”. Trabajó de taxista —“mi única relación monógama ha sido con ese coche”—, vendiendo cinturones y pasando la fregona, hasta que empezó a publicar en las revistas alternativas del Nueva York de los setenta. Con el tiempo, se ha convertido en una efigie de aquel tiempo, más duro de lo que reza la versión oficial: “Nosotros crecimos soñando con el París de los años veinte. Los jóvenes de hoy lo hacen pensando en el Nueva York de los setenta. Yo estaba allí y soy de las pocas que siguen vivas. Sobreviví a dos plagas: las drogas y el sida”.

Fran Lebowitz y Martin Scorsese, en conversación en la Brooklyn Academy of Music, en 2014. | En vídeo trailer de 'Supongamos que Nueva York es una ciudad'

La pandemia convirtió en realidad uno de los sueños de Lebowitz, alérgica a la muchedumbre hasta extremos patológicos. En los primeros días del confinamiento, salió a pasear, pese a que estuviera prohibido. Iba a ser su cita definitiva con la ciudad. “Pasé delante del Empire State Building, del Carnegie Hall, de Times Square. Eran lugares desiertos. Y, para mi sorpresa, no me gustó. Yo soñaba con una ciudad sin turistas, pero cuando sucedió me entristeció”, reconoce. “Ninguna de las cosas agradables que hayan sucedido es comparable con los millones de personas que han muerto”. Ni siquiera, claro está, la salida de Donald Trump de la Casa Blanca. “Sin Trump de presidente, las cosas no hubieran ido tan mal. Nunca me ha gustado Joe Biden, que lleva en política desde que tengo uso de razón, pero el día que ganó fue uno de los momentos de mayor alivio de mi vida. Necesitaríamos un gran presidente, como lo fue Lincoln, aunque sé que nunca lo tendremos. Está claro que Biden no es como Roosevelt y que nunca lo será. Pero por lo menos, lo intenta”.

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