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MÚSICA

Llamando a las puertas del cielo flamenco

El ejercicio de la libertad se impone en los nuevos trabajos del guitarrista Dani de Morón y del cantaor Israel Fernández

El guitarrista Dani de Morón.
El guitarrista Dani de Morón.

El flamenco, aunque algunos pretendan verlo como una reliquia, ha experimentado a lo largo de la historia una innegable evolución, generada por las aportaciones de sus principales creadores. Como arte vivo que es, ha necesitado y tenido sus revulsivos, transformados en referentes, que fijan modelos que seguir. En este punto, sorprende constatar que, hace ya más de medio siglo, aparecieron en escena los posiblemente últimos modelos casi unánimemente reconocidos, Camarón, Paco de Lucía y también Morente. Con independencia del ascendiente que ellos conserven entre los artistas actuales, legaron un capital que va más allá de la música, el de la libertad, quizás la principal herencia recibida. Con su ejercicio, los nuevos artistas aspiran a encontrar su propio hueco en el firmamento flamenco.

El guitarrista Dani de Morón (Daniel López Segovia, Sevilla, 1981) cuenta con el aval de haber sido requerido por el maestro y referente obligado: Paco de Lucía lo incorporó a su septeto en su gira de 2004. Con su primera grabación en guitarra de concierto, Cambio de sentido (2012), el de Morón anunciaría su manera de entender esa libertad creativa, confirmada tres años después con El sonido de mi libertad (2015). Tras ofrecer un nuevo paradigma de acompañamiento al cante con 21 (2018), sorprende ahora con Creer para ver (Universal), un disco en el que no aparece etiquetado estilo flamenco alguno ni existen falsetas en su formato tradicional, aunque el aire, el compás o la melodía de algunos estilos se dejen escuchar.

El nuevo reto se presenta en forma de cancionero, con nueve composiciones propias, otra del trío Valverde/León/Quiroga, y dos más tomadas en préstamo a Avishai Cohen y a Dhafer Youssef. Son temas que se han ido pegando a la vida del artista de forma natural y a los que el guitarrista les ha querido proporcionar un tratamiento cercano al jazz, algo que le apetecía, pero que en ningún momento cuestiona su condición flamenca ni esconde su siempre reconocible toque y sonido propio: el efecto multiplicador que sus dedos parecen trasladar a las cuerdas, la pulsación tersa y una paleta de la que rebosan notas y colores.

Un cierto intimismo e introspección sobrevuela una grabación dominada por la serenidad, la pausa y un gran gusto melódico. Un buen ejemplo es el tema que da título al álbum, una balada muy tremolada, un discurso cuidado en sencillo diálogo con la percusión. Hay composiciones breves, de una extremada delicadeza y profundidad, ofrecidas como pequeños puentes que introducen lo que sigue. Otras revelan un carácter quizás más experimental, mientras que la capital ‘Camino, verdad y vida’ llega estructurada de la misma forma que se titula, a modo de tríptico, con la soleá en su centro.

La popular ‘Ojos verdes’ remite a la copla original de Concha Piquer, pero lo hace de una forma muy pausada y sincopada dentro de una personalísima y actual lectura. Los dos temas prestados —‘Sura’, del tunecino Youssef, y ‘Ani Maanin’, canción popular hebrea adaptada por el contrabajista Avishai Cohen—, resultan tener un carácter religioso y, como plegarias que son, poseen el carácter repetitivo de una letanía. Llevadas ambas a la guitarra, se diría que prima el respeto a la vez que se mantiene la tensión. En todos los casos, la fina e inteligente percusión de Agustín Diassera cobra un papel esencial, hasta el punto de que el guitarrista reconoce que compuso los temas pensando en la manera en que esa percusión iba a ser tocada.

El cantaor Israel Fernández.
El cantaor Israel Fernández.ÁLVARO GARCÍA

El cuarto disco de Israel Fernández (Corral de Almaguer, Toledo, 1990), Amor (Universal), se presenta también como un ejercicio de la mencionada libertad heredada. Resulta inevitable que cada generación haga suyo y adapte el legado recibido; puede que, desobedeciéndolo, pero sin traicionarlo, como bien sentenció el poeta Félix Grande de la obra de Paco y Camarón. Este cantaor, que se proclama gran aficionado, y lo debe ser dado el conocimiento que demuestra de los estilos, efectúa una nueva reinterpretación de la tradición con una obra creada en sociedad con el guitarrista Diego del Morao (Diego Moreno Jiménez, Jerez, 1978), que aporta una música fundamental para el propósito.

Heredero de una saga principal en el arte de acompañar, el tocaor es también un guitarrista de su tiempo e incorpora a la grabación sonoridades, inflexiones y armonías nuevas, que otorgan carácter y personalidad al trabajo. Junto al toque, las letras producen idéntico efecto. Las firma el propio Israel, que marca así un punto de inflexión en su carrera al asumir el reto de que los viejos estilos sigan conservando su identidad, pero con un aire nuevo que los refresque. Una voz flamenca y fresca es el versátil vehículo con el que recorrer un amplio repertorio que, como si de una obra conceptual se tratase, nos cuenta una multiplicidad de experiencias relacionadas con el amor que da nombre al trabajo.

La doble renovación —letras y música— se plasma de manera singular en la siempre solemne malagueña de El Mellizo, que aquí se refresca con unos versos dulces que rozan lo naif, y también en la antigua y dramática seguiriya, en la que, dentro del respeto al canon, se persigue un original carácter melódico. Similar componente transportan los tientos, que, muy ralentizados, se acercan a una balada. También se presentan muy templadas las soleares, que ilustra con versos de Bécquer para realizar una breve muestra de variantes. Las alegrías arrancan con el recurrente tema marinero —¡ay! aquel Camarón de La leyenda— para viajar al Madrid flamenco dentro de la mejor tradición. La huella del cantaor de la Isla —no en vano se trata de sus estilos más señeros—sigue presente en los tangos y en las dos tandas de bulerías, la segunda más personal y con aires jerezanos en el toque. Como pequeñas perlas se esconden en la grabación una tradicional granaína y esa variante de la taranta que es la murciana. Los fandangos finales sintetizan la pelea del cantaor por otorgarle a la grabación el poder de transmisión que se le reconoce al artista en directo.

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