Pablo Ibar
El tema de 'En el corredor de la muerte' es fuerte, pero tal como está narrado no me provoca implicación emocional. Veo y escucho la serie sin desagrado, pero tampoco más, ni frío ni calor
El cine ha pisado cumbres muy altas hablando de algo tan tétrico e intolerable como la pena de muerte y las cadenas perpetuas. Truman Capote escribió una estremecedora obra maestra sobre el tema, aunque en su elaboración ocurrieran cosas muy retorcidas en la relación entre el turbio Capote y los dos asesinos. Y ahí están las excelentes películas A sangre fría y Capote. O El verdugo, que probablemente sea lo más genial que ha parido el cine español. Y también son memorables las incursiones carcelarias que hizo Darabont en Cadena perpetua y La milla verde.
No hay ficción en la dura historia de En el corredor de la muerte, publicitada con exceso de ilusión por Movistar. Lo que cuenta ha sido y es pavorosamente real. La historia de un hombre que lleva veinticinco años enchironado, muchos de ellos sintiendo en el cogote el aliento de la parca y el resto conmutado por esa sentencia tan civilizada y piadosa de la cadena perpetua. Y el problema es que no está claro que se cargara a nadie. Su novia juró que la noche del triple asesinato del que fue acusado estaba durmiendo con ella. La única prueba concluyente para el jurado es que la imagen que captó el borroso vídeo del careto del matarife guardaba cierto parecido con Pablo Ibar, que así se llama el señor condenado al infierno terrenal. No era rico ni famoso. No dispuso de los abogados que liberaron al criminal O. J. Simpson.
El tema es fuerte, pero tal como está narrado no me provoca implicación emocional. Veo y escucho la serie sin desagrado, pero tampoco más, ni frío ni calor. Lo que más me gusta es la interpretación de Marisé Álvarez dando vida y angustia a la mujer del reo. Y tengo mucha curiosidad por ver el documental sobre Pablo Ibar al que ha dedicado tanto tiempo el inquietante Martín Cuenca.
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