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Columna
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Juicios

Durante tres meses el espectáculo frecuentemente hepático que intenta crear la tele se va a volcar en un juicio histórico y en elecciones de todo tipo. Joder, qué aburrimiento

Los jueces (al fondo), los procesados (a la izquierda, de espaldas) y la acusación (derecha), durante la segunda jornada del juicio del 'procés' en la Sala de Plenos del Tribunal Supremo.
Los jueces (al fondo), los procesados (a la izquierda, de espaldas) y la acusación (derecha), durante la segunda jornada del juicio del 'procés' en la Sala de Plenos del Tribunal Supremo.EFE
Carlos Boyero

El añorado incendiario Léo Ferré, músico con plaza inamovible en el Olimpo, juglar de la negación, le agradecía entre otras cosas al diablo en su canción Thank You Satan la soledad de los reyes, la toma de la Bastilla aunque no sirviera para nada, el aburrimiento que invade los lechos en los que no está él, su honor al no aparecer jamás en la televisión. Y el ángel caído siempre se ha distinguido por su lucidez.

Como el diablo, jamás aparece en la tele la opinión ni la presencia de la gente que no vota o lo hace siempre en blanco (somos el 30%, cantidad respetable), los Bartleby de la existencia, los genética o racionalmente escépticos, los irresponsables cívicos, los vagos, los que no poseen religión, ni club, ni ideología compartida, ni partido, ni dioses, ni nada abstracto a lo que adorar.

Durante tres meses el espectáculo frecuentemente hepático que intenta crear la tele se va a volcar en un juicio histórico y en elecciones de todo tipo. Joder, qué aburrimiento, qué mareo, qué matraca. Los únicos juicios que me fascinan me los ha ofrecido el cine, los de Matar a un ruiseñor, Anatomía de un asesinato, Veredicto final, Doce hombres sin piedad, Testigo de cargo, y así. Y lo que verdaderamente me ha preocupado en cuestiones penales son las querellas que me puso gente abyecta (ganadas todas) o el juicio al que me enfrenté hace infinitos años con una empresa periodística de delincuentes. Yes, también existe eso entre los épicos rastreadores de la verdad.

Y aunque el independentismo (ay, el involuntario aroma curil y monjil que desprenden la mayoría de sus jefes) me provoque tanto agotamiento como grima, igual que los nacionalismos, no deseo que esa gente se pudra en la trena, me parece una barbaridad. En cuanto a los que exigen preventiva y después condena eterna también les reconozco desde que era niño. Algunos incluso sentirán justiciera añoranza de los paseos al amanecer.

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