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Columna
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La gente

El anhelo legítimo y abarrotado de lógica de los políticos se concreta en algo tan poco espiritual como el dinero

Carlos Boyero
Henry Fonda como Tom Joad en 'Las uvas de la ira'.
Henry Fonda como Tom Joad en 'Las uvas de la ira'.

Sonaba a polonio sin compasión las palabras que ese hombre de principios e ideas infalibles llamado Echenique le dedicó al apóstata Errejón cuando este decidió ir por libre o con nuevos amigos en su presuntamente traidora movida. Era venenoso lo de “de algo tiene que vivir” cuando le aconsejó que dejara su escaño de diputado. Pero si mi literaria imaginación deja de relacionar con Shakespeare esas cositas de la vida real que ocurren en los territorios del poder, o sea, codicia, envidias, celos, deslealtades, cuchilladas, divorcios y otras rupturas tan humanas, llego a la conclusión de que Echenique ha puesto un dedo en la llaga recordando lo que más interesa a los políticos y a los seres humanos normales.

Ese anhelo legítimo y abarrotado de lógica se concreta en algo tan poco espiritual como el dinero. Para vivir, los afortunados de siempre, o para sobrevivir, los desgraciados de cualquier época. O sea, la mayor preocupación es el sueldo y el bienestar de los tuyos. Y si no tienes a nadie, que los hay, y no posees ganas o coraje para suicidarte, disponer al menos de techo y comida.

Por ello, resulta obsceno que cada vez que interrogan a los políticos sobre su trabajo (o sin que les pregunte nadie), contesten machaconamente que están en esta historia para mejorar la vida de la gente, velar por los débiles, construir un país más justo y solidario, la felicidad de ofrecer servicio público. Qué risa. Jamás mencionan su nómina, sus privilegios, el poder, el empleo a perpetuidad si no te lo montas fatal. No deberían abusar tanto con esa abstracción denominada gente. De acuerdo, Francisco de Asis se dedicó a ella. Y me emociona la conversación final entre el acorralado Tom Joad y su errante madre en Las uvas de la ira, lo de, “nunca podrán con nosotros porque somos la gente”. ¡Ay, el cine! En la vida, los fuertes siempre han podido con ellos. Normal.

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