La escena europea se impregna de realidad
El circuito internacional demanda creadores rompedores e implicados con la sociedad actual
La próxima semana se reunirá en Girona la crema de la escena europea contemporánea. No hablamos solo de los artistas que presentarán en esta ciudad sus espectáculos esos días en el marco del festival Temporada Alta, sino también de quienes en buena parte son responsables de su fama internacional: los programadores de poderosas instituciones teatrales como Aviñón, las citas de otoño en París y Madrid, el Kunsten de Bruselas, el Romaeuropa, el Grec de Barcelona, el Festwochen de Viena, el Foreign Affairs de Berlín, el Toneelhuis de Amberes, el Toneelgroep de Ámsterdam, el NT de Gante, el Odeón de París, los Teatros del Canal de Madrid… Desconocidos para el público, estos ojeadores tienen sin embargo un papel fundamental en la conformación de lo que podríamos denominar el “gran teatro europeo”, pues las entidades que representan son las únicas que pueden costear (a veces sumando sus presupuestos en coproducciones) los montajes que se mueven en este circuito: ellos deciden quién merece entrar en ese olimpo. Contratar un par de funciones de un espectáculo firmado por una figura consagrada puede costar de 80.000 a 300.000 euros de media.
¿Y qué tiene que tener un artista para ser admitido en ese codiciado circuito? “Singularidad. Uno puede hacer teatro de calidad para consumo interno, pero para entrar en el mercado internacional es necesario tener un lenguaje único”, responde con rotundidad Salvador Sunyer, director de Temporada Alta, cita que se celebra de octubre a diciembre en Girona, de clara vocación internacional. Eso quiere decir que no solo exhibe espectáculos extranjeros, sino que además impulsa coproducciones con instituciones de otros países, invita a creadores de otros países a trabajar con españoles y organiza jornadas intensivas para programadores: así es como se tejen las redes artísticas transfronterizas.
El menú que ha preparado Temporada Alta este año para los programadores (del 22 al 25 de noviembre, con funciones también abiertas al público) combina estrenos de artistas catalanes ya reconocidos en Europa (Àlex Rigola, Baro d’Evel), propuestas de otros que empiezan a llamar la atención (Lali Ayguadé, Diego Sinniger, Agnès Mateus) y nombres habituales de los circuitos internacionales (Angélica Liddell, Jan Fabre, Rimini Protokoll). Entre estos últimos, los dos primeros son bien conocidos en España: Liddell es española, aunque sus últimos trabajos los ha producido en Francia, y Fabre —ahora en el ojo del huracán por una denuncia de acoso laboral— es el creador de la famosa obra de 24 horas Monte Olimpo. La compañía Rimini Protokoll, que se ha singularizado con rompedores trabajos documentales, presenta en Girona su inquietante Uncanny Valley, protagonizado por un robot.
Singularidad. Esa es la clave para entrar en el mercado internacional. Y Bélgica parece tener la receta para producir colosos en ese sentido. “Un modelo es el Toneelhuis de Amberes. Lo dirige Guy Cassiers con cuatro importantes asociados (Alain Platel, Jan Fabre, Ivo van Hove y Jan Lauwers) que apadrinan a artistas emergentes”, subraya Sunyer. Destaca también el proyecto que lidera Milo Rau en el Nederlands Toneel (NT) de Gante: “Hace ya unos años que el teatro europeo tiende a ser más político, más comprometido con la realidad. Es una tendencia clara, y en el caso de Rau su apuesta es radical. No le asusta crear controversia”. En España se han visto trabajos suyos como Five Easy Pieces (sobre el asesino de niños Marc Dutroux) y Ensayo (que recrea un crimen homófobo en Lieja).
El Festival de Otoño de Madrid, que se inaugura este jueves, concentrará en tres semanas otra buena muestra de lo que se cuece en los escenarios europeos (también en los de Iberoamérica, como Temporada Alta, pero ese es otro tema). Además de presentar por primera vez en Madrid a Simon Stone, la cita combina igualmente nombres consagrados con figuras emergentes. Por ejemplo, podrá verse una obra del polaco Krystian Lupa, Ante la jubilación, y a la vez otra de uno de sus discípulos, Łukasz Twarkowski, que presentará Lokis. Y una novedad: una nutrida selección de producciones británicas (Bertrand Lesca, Nasi Voutsas, Nassim Soleimanpour, Forced Entertainment, Sotpgap Dance), lo que no es habitual en estos circuitos. “Eso se explica por varias razones. Por un lado, el teatro británico tiene un gran mercado interno, por lo que de entrada no tiene vocación internacional. Y por otra parte, es de alta calidad pero más convencional, y eso se exporta menos”, afirma Carlos Aladro, director del festival madrileño. No obstante, según Aladro, se notan aires de cambio y se ven más compañías que bucean en la vanguardia.
¿Y qué aporta España al teatro europeo? Pocos artistas que trabajan regularmente en el circuito de vanguardia: Angélica Liddell, Rodrigo García, Israel Galván, Rocío Molina, Calixto Bieito, Roger Bernat, Agrupación Señor Serrano, el Conde de Torrefiel y La Veronal son los más habituales.
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