Atractivo y provocador encuentro taurino/animalista con Rosa Montero
Hija de un banderillero de postín, fue su padre quien le enseñó a amar a los animales
Era un reto sugerente, atractivo y provocador. Y muy arriesgado, también. Hablar de toros con la escritora y periodista Rosa Montero, declarada antitaurina y convencida animalista, era exponerse a una seria voltereta.
No en vano es una mujer inteligente, dura, sinuosa, escurridiza y atrayente; afectuosa y gélida a la vez; un torrente abrumador de razonamientos tan sencillos como contundentes. Su argumento se encierra en pocas palabras: “Si queremos una sociedad mejor, debemos respetar los derechos de los animales en todo lo posible”.
Después de un buen rato de conversación, la impresión que destila es que es más animalista que antitaurina. Mejor dicho: rechaza la fiesta de los toros porque uno de sus principios fundamentales es el respeto a los animales, “condición indispensable para alcanzar una mayor civilidad”, según sus palabras.
Se nota que los genes taurinos corren por sus venas. Su padre, Pascual Montero, madrileño de Fuencarral, ya fallecido, fue novillero en los años 30, y banderillero de postín, que toreó en las cuadrillas de Mario Cabré, Carlos Arruza, Fermín Rivera, Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, de quien fue peón de confianza. Su madre, doña Amalia, de 95 años, sigue siendo una aficionada de toda la vida que no se pierde un festejo por televisión.
Confiesa Rosa que las primeras palabras que aprendió fueron “suerte, papá”; acudió “un montón de veces” con sus padres a los toros, y fue aficionada hasta los 14 años. “Entonces, lo dejé”, afirma, “por ese sentimiento de rebeldía adolescente de romper con las cosas de la familia”. Volvió a los veintitantos para confirmar o no su rechazo “y, entonces, decidí no volver con conocimiento de causa”.
Cuando su padre, enfermo, acabó en una silla de ruedas, aún lo llevó un día a los toros, “pero lo pasé tan mal, que él mismo me dijo: Hija mía, no vengas más”.
Asegura que nunca discutió de asuntos taurinos con él (“nos respetábamos mutuamente”), y reconoce que quien le enseñó a amar a los animales fue, precisamente, su padre. “Los seres humanos somos así de contradictorios”, añade.
Al cabo de los años, Rosa Montero ha consolidado su apuesta por los ‘derechos’ de los animales y la búsqueda de una sociedad más civilizada. Rechaza el maltrato animal, se niega a aceptar que el toro haya nacido para la lidia, no se identifica en modo alguno con los extremismos de las redes sociales, se considera “desesperada” por la impunidad que esconden, y está convencida de que la tauromaquia desaparecerá en un plazo no superior a cuarenta años “si no se produce antes una catarsis y acabamos volviendo todos a la Edad Media”.
- De todos modos, Rosa, no entiendo la manía actual contra la fiesta de los toros. No comprendo por qué se ha demonizado la tauromaquia, como si fuera uno de los principales problemas de este país.
- Yo creo que no hay manía. Hay que tener cuidado para no confundir la crispación de las redes sociales con la realidad social. Sabemos muy poco de las nuevas tecnologías, y me sorprende que los periódicos valoren más los gritos de cuatro trolls que lo que se cuece de verdad en la calle. Las posturas extremistas son mínimas en el movimiento animalista, pero el problema es nuestro porque le concedemos una excesiva importancia a los que insultan o chillan.
- El problema no reside solo en las redes, sino en la politización interesada de la tauromaquia.
- A mí no me parece un asunto político, sino de desarrollo de la civilidad. Nada tiene que ver que seas del PP, del PSOE o de nada, como es mi caso. No se trata de ir contra la fiesta, sino de aspirar a una sociedad que sea más consciente del nivel de violencia que existe contra los animales en nuestro país.
- ¿Violencia animal? ¿No te parece que la violencia contra los seres humanos está más presente en nuestras vidas, en la televisión, en los videojuegos, etc?
- Siempre habrá ‘chalaos’ que se dediquen a matar enemigos en los videojuegos, y eso es muy malo. Y me parece grave, muy grave, que los niños estén sometidos a la violencia, porque está demostrado que les produce daño al no distinguir entre lo virtual y lo real.
- En consecuencia, no puedo aceptar que se le conceda una importancia capital a la supuesta violencia en los toros…
- Pero, ¿por qué no? Esa es la falacia del nirvana, que viene a decir que como no podemos conseguir lo óptimo, dejemos de luchar por el objetivo cercano; es decir, que como no podemos acabar con la violencia en el mundo, no se puede luchar contra este maltrato concreto. No, no estoy de acuerdo con este planteamiento.
- De cualquier modo, me parece un enfoque exagerado.
- No lo creo. No olvides que quienes insultan y desean la muerte de los toreros son cuatro trolls que no representan a nadie. Por el contrario, atacar la fiesta de los toros es la punta de lanza de un movimiento que pretende que se reconozcan los derechos de los animales, que para mí son esenciales porque forman parte del proyecto básico de sociedad al que aspiro.
- Tu planteamiento acabaría en lo que podríamos llamar el ‘mascotismo’, un movimiento que concede más valor a los animales que a las personas. De hecho, por la calle se ven más parejas jóvenes con perros que con niños…
- ¿Y? ¿Qué tiene que ver eso? Así, le estamos dando sentido a la continuidad del ser humano. Nos creíamos los reyes del universo, y resulta que de los grandes simios nos separa menos del uno por ciento de nuestros genes. Es otra manera de concebir el mundo, y yo la prefiero, porque creo que es el futuro de la civilidad. Después, resulta que hay cuatro idiotas que les pintan las uñas a sus perritos; pero en todos los grupos hay idiotas, ¿sabes? Eso no tiene nada que ver.
- Sea como fuere, a mí me gustan los toros y no me considero una persona violenta, y, mucho menos, un torturador.
- Claro que no. Te falta desarrollar una parte de tu sensibilidad. Mira, permíteme un ejemplo muy extremo: en la época de la esclavitud, habría esclavas y señoras que se amarían mutuamente y carecían de conciencia de que aquello era algo muy negativo. Y la señora no es que fuera una mala persona; solo le faltaba desarrollar sensibilidad social. A veces, el prejuicio y la costumbre nos ciegan.
- Creo que se puede ser animalista y aficionado a los toros; se puede amar a los animales con plena conciencia de que el toro nace para la lidia al igual que la gallina existe para poner huevos y hacer un buen caldo.
- No. Animalista y aficionado son elementos contradictorios. Puedes tener conciencia de amor a los animales. Mi padre amaba a los animales; y yo no creo que los aficionados sean asesinos o psicópatas. Pero pertenecéis a una sociedad que está obsoleta. Y el futuro que yo quiero es una sociedad que respeta a los seres humanos y a los animales como un todo.
- Insisto: la fiesta no es un ejercicio de maldad ni tortura. El aficionado no se regodea en la sangre ni en el sufrimiento. Se premia la bravura y no el daño. La tauromaquia no busca el arte desde la visión de la sangre…
- Mi padre adoraba los animales, y no pensaba en el daño que les hacía. Muchos toreros aman los animales. Pero ese espectáculo en el que, supuestamente, se busca el arte me parece bárbaro, y no solo por el daño que se inflige al toro, sino por el peligro que supone para los toreros. ¿Esa es la sociedad que queremos? De verdad…
Rosa lamenta que en España no exista una ley de defensa animal “porque las barbaridades que se les hacen a los animales -y no me refiero a los toros- son increíbles y espantosas”, y está convencida de que los espectáculos taurinos acabarán, “aunque espero que antes lo hagan las salvajadas de los llamados festejos populares”.
- Pero no me digas, Rosa, que no te has emocionado en una plaza de toros…
- Claro que puede haber una emoción tremenda. ¡Una verdadera catarsis! Pero, cómo no la va a haber en un ritual de muerte… ¿Acaso crees que no había una tremenda catarsis en la lucha de los gladiadores? Seguro que sí.
Babelia
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