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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Yo le vi jugar

Nos ponemos a gritar como posesos, aplaudimos, cuando Messi despliega la magia que solo posee el elegido por los dioses. Es el reconocimiento de cualquier persona sensata a la que le guste el fútbol hacia su Shakespeare

Carlos Boyero
Messi, en el partido del Barcelona y el Bayern de Múnich del 6 de mayo.
Messi, en el partido del Barcelona y el Bayern de Múnich del 6 de mayo.Gustau Nacarino (REUTERS)

Veo en compañía de amigos el regreso de Guardiola, el más ilustre de los hijos inteligentemente pródigos, a ese estadio en el que transcurrió casi toda su vida. Viene en nombre de la sagrada profesionalidad a intentar derrotar a la que siempre será su familia, a sembrar la desilusión y la tristeza en aquellos a los que durante tantos años hizo felices.

Ninguno de estos amigos milita en el amor al Barcelona. Uno es atlético ferviente, otro recuerda como dos de los días más felices de su vida cuando la Real Sociedad ganó sus Ligas, otro del Santander (ya tiene mérito ser eternamente fiel al ahora desahuciado) y yo del Madrid. De entrada, se trata del placer de estar juntos, espantar provisionalmente la nube negra que acompaña a alguno. Pero todos nos ponemos a gritar como posesos, aplaudimos, cuando Messi despliega la magia que solo posee el elegido por los dioses. Es el reconocimiento de cualquier persona sensata a la que le guste el fútbol hacia su Shakespeare, al que te hace creer en los imposibles, al que triunfa de forma tan hermosa, con tanta estética como eficiencia.

Y ocurre algo insólito en la actitud de ese jugador bajito, sin exhibicionistas o visibles tatuajes, que sólo va a la peluquería cuando necesita cortarse el pelo, alérgico a los piercings, con personalidad indescifrable, antirretórico hasta el estupor por impotencia oral o porque le da la gana, ese tipo al que los descerebrados carcomidos por la envidia le gritan: “Messi es subnormal”, que nunca hace transparentes sus estados de ánimo ni en el campo ni en público. Esta noche se comporta como si fuera el partido de su vida, un reto tan inaplazable como letal, la necesidad de demostrar su grandeza y ajustar enigmáticas cuentas con alguien que le observa desde el banquillo rival, con el que debe tener una relación entre el amor y el odio. Sospecho que se llama Guardiola. Vete a saber qué habrá ocurrido entre ellos. ¿Matar al presunto padre? En fin, las cosas de la vida, que diría mi santa madre.

Al final declara a Canal + algo tan metafísico y trascendente como: “Luego me iré a casa, le daré un beso al niño y me meteré en la cama”. Y me enternezco. Y le envidio. Eso es tener las cosas claras sobre tu lugar en el mundo.

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