‘Outlander’, más allá del placer culpable
La serie engancha (más según van pasando los capítulos), consigue mantener el interés y entretiene. Y, encima, tiene sustancia
Outlander se mueve en el límite del placer culpable. Lo sabe y lo exprime todo lo posible. Pero también es consciente de que es más placer que culpable. La serie, basada en las novelas de Diana Gabaldon y que el pasado fin de semana regresó a Movistar Series con el primer capítulo de la segunda parte de su primera temporada —en ese juego que tanto gusta a las series estadounidenses actuales de dividir sus temporadas—, combina aventuras, acción, historia, viajes en el tiempo y romance. El resultado de la mezcla, además de enganchar que da gusto, es más que digno.
En los primeros capítulos, Ron D. Moore, responsable de la adaptación televisiva, ya demostró que trasladar una historia literaria al medio audiovisual, además de un reto importante, puede ser un éxito. Lo ha sido no solo desde el punto de vista del fenómeno fan (que en Outlander ya venía alimentado por las novelas y fue reforzado por la maquinaria promocional que pone en marcha la televisión cuando sabe lo que tiene entre manos). También triunfa al conseguir una versión más pulida y mejorada de las historias que su autora ideó sobre papel, con el encanto de los escenarios naturales, la ambientación de las Tierras Altas escocesas y su banda sonora.
Los nuevos capítulos arrancan con un toque más oscuro y con una nueva perspectiva, la de Jamie (Sam Heughan en la ficción), ese héroe de la Escocia del siglo XVIII que, en los primeros compases de esta nueva entrega de episodios, tiene que acudir al rescate de su amada Claire (Caitriona Balfe), la mujer del siglo XX que ha viajado al pasado. Los lectores de los libros saben que por delante quedan momentos controvertidos y esperados, más aventuras y descubrimientos. Y, por supuesto, esas escenas de sexo que ya fueron aplaudidas y alabadas en la primera tanda.
Outlander engancha (más según van pasando los capítulos), consigue mantener el interés y entretiene. Y, encima, tiene sustancia. Un divertimento más allá del placer culpable.
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