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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Al carajo

A Susana de la Sierra hay que reconocerle conocimiento, sensibilidad y empeño por reformar y avanzar en la nueva dimensión de la industria audiovisual

David Trueba

La dimisión de la máxima autoridad del Gobierno en política cinematográfica ayuda a ver el panorama desolador que deja esta legislatura. La incomparecencia de un ministerio específico dedicado a la cultura no trajo consigo una gestión profesional y menos ideológica e invasiva, sino tan solo el abandono. Resultaba casi indecente ver sostenerse en el cargo a quien no se le habilitaba para avanzar en ninguna decisión ni ninguna reforma. Así que la dimisión era cuestión de tiempo y paradójicamente llega tarde y es demasiado aislada al área de cine. Lo recomendable sería una dimisión global de todo el equipo cultural. En un país cuyos índices de fracaso escolar, alcoholismo prematuro y dependencia juvenil no hacen más que crecer, resulta bochornoso comprobar cómo se desprecia a quienes aspiran a desarrollar una carrera en las artes, jóvenes colocados ante un tejido industrial destruido y con la única opción de perseguir la vocación desde la precariedad y el entusiasmo particular.

Sorprende que a estas alturas de legislatura, cuando la deuda del Estado con las productoras de cine se alarga en el tiempo, el ministro de Hacienda siga siendo el malo del chiste, al que se recurre para lavarse las manos de la propia responsabilidad de los cargos culturales ante presidencia. Es raro que las pequeñas y medianas empresas, ahogadas por el incumplimiento estatal, no hayan acudido ya a los tribunales europeos, que es donde nuestro Gobierno está recibiendo los varapalos correctivos en cada sentencia. Nadie comprendería en países como Francia, Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Corea, Japón o Brasil que la actividad cultural fuera despreciada y humillada cuando significa una de sus locomotoras del desarrollo.

Los que nos negábamos a creer que un Gobierno pudiera actuar con inquina personalista o ceguera ideológica frente a un sector industrial tenemos que reconocer nuestro error de apreciación. Así, a Susana de la Sierra, la ya ex directora general de cine, hay que reconocerle conocimiento, sensibilidad y empeño por reformar y avanzar en la nueva dimensión de la industria audiovisual. Pero, maniatada y amordazada, no le quedaba otra alternativa, ante una legislatura completa de inmovilidad y de afán por asfixiar la economía de un sector, que mandar al carajo a quienes la nombraron.

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