Un viaje colorido y lunático al universo Méliès
TCM Autor emite este domingo un documental sobre el proceso de restauración de 'Viaje a la luna' en color, así como el filme
Antón Giménez. Según el documental El viaje extraordinario, ese el hombre que cambió hace más de una década la historia del cine en Francia. El conservador del archivo de la Filmoteca de Cataluña –que falleció en 2010- viajó en febrero de 2001 a Francia a buscar películas en color de Segundo de Chomón, uno de los pioneros del cine fantástico. En París, cuando a cambio le preguntaron qué tenía de su maestro, Georges Méliès, comentó que en la Filmoteca había una copia en color deteriorada de Viaje a la Luna. En color. Más de uno rozó el infarto porque del Viaje a la Luna solo quedaban copias en blanco y negro. Después de una década de cuidados, el resultado, con banda sonora del dúo Air, se estrenó en el festival de Cannes de 2011, y la magia y la imaginación de Méliès volvieron a triunfar en una gran pantalla. Tanto el filme como el documental que ilustra su restauración se proyectan en TCM Autor (dial 46) el domingo a partir de las 21.10.
Él estaba allí. Georges Méliès, el primer gran genio del cine fantástico, fue a la primera proyección de cine de los hermanos Lumière, en diciembre de 1895. Quedó anodadado. A Méliès le encantaba el teatro, aunque se ganaba la vida como fabricante de zapatos, y pensó que el cine le ayudaría a mejorar sus shows. Así que empezó a filmar un París. Un día se le trabó la cámara, y después, cuando vio lo rodado, un ómnibus se convertía en un coche fúnebre sin que el fondo cambiara: habían nacido los efectos especiales. Como dicen Constantin Costa-Gavras y Jean-Pierre Jeunet en el documental, el resto ha seguido su estela. "Fue el primero que entendió el cine como espectáculo", dice Costa-Gavras, mientras que el responsable de Amèlie confiesa: “Era un hombre de teatro que conocía un montón de trucos y los llevó al cine. En el fondo, todos copiamos lo que él hizo”. Méliès montó en su jardín un invernadero-estudio de unos 18 metros de largo por 7 de ancho, y allí dio salida a toda su imaginación: en 18 años filmó más de 500 películas hasta que el pirateo de ideas y de trucos, el monopolio industrial de las grandes productoras y la I Guerra Mundial acabaron con su negocio. Michel Gondry encuentra en su alma la razón de su éxito: “Como un niño, imagina antes un mundo entero, y después lo crea y lo filma”. Durante las mañanas, efectivamente, Méliès y su equipo construyen decorados y trajes, y al mediodía ruedan aprovechando la luz que entra por el tejado traslúcido.
Así rodó Viaje a la Luna en 1902. La idea de ese viaje espacial ya la había narrado Julio Verne en uno de sus libros, y que hubiera selenitas en la superficie lunar era un invento también literario, en este caso de H. G. Wells. Durante tres meses –la cámara se para cada vez que se cambia de plano y se filma cronológicamente porque aún no existe el montaje- el equipo trabaja a destajo en la que será la obra maestra de Méliès. “Solo se me ocurre una comparación: es el Avatar de la época”, dice Costa-Gavras, “y lo hace siete años después de la primera proyección cinematográfica”.
El color de Viaje a la Luna se pintó a mano en algunas de las fábricas especializadas en esta labor, en las que trabajaban hasta 300 mujeres, un hecho muy habitual en la época. Quedan muy pocos rastros del coloreo, y tras humedecer la copia catalana del filme –“parecía un bloque de madera, pero por suerte solo estaban mal los bordes”, aseguran en el documental-, los restauradores fueron desenrollando el celuloide de Viaje a la Luna, hasta que obtuvieron más de 13.000 trozos de película que primero escanearon y luego restauraron comparando con las versiones en blanco y negro del cortometraje. Después Tom Burton, de la fundación Technicolor, colaboró en la recuperación de la gama cromática. La minuciosa labor no tenía ni fecha de entrega, visto lo complejo del proceso. Pero el resultado no hace más que remarcar el talento de Méliès, quien además se ha puesto de moda gracias a La invención de Hugo, de Martin Scorsese, que recrea, basándose en el tebeo de Brian Selznick, los últimos años de Méliès, cuando poseía una pequeña juguetería en la estación de Montparnasse. Allí esperaba a que la magia del cine redescubriera a uno de sus creadores. Al menos al final de su vida vio reconocida su labor. Hoy, más de ocho décadas después, es el momento de ponerse en pie y aplaudirle.
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