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Atracción de rentas

Carlos Boyero

Me ocurre con excesiva frecuencia que determinada gente a la que me presentan o que se presentan ellos encuentre muy lógico ofrecerme cortésmente una tarjeta en la que figura su profesión a la vez que me piden que les corresponda con la mía. En ocasiones, te miran con gesto de extrañeza al contestar que no tienes esas identificativas tarjetas, entre otras cosas porque tampoco tengo claro a que me dedico. Si aclarara que mi profesión es la de crítico me daría cotidianamente un ataque de risa o de pasmo, y siento tanto respeto por el concepto de escritor que jamás se me ocurriría atribuirme esa condición por el hecho de juntar dificultosamente palabras e imprimirlas en los periódicos. Y por supuesto, deben de pensar que soy un marciano o un hipócrita cuando me piden mi email y respondo con estupefacción: ¿Mi qué?. El destino inmediato de esas primorosas tarjetas es una vulgar papelera, sobre todo cuando en un vistazo fugaz percibo trabajos tan extraños como asesor, consultor, promotor y cosas así, aunque deduzco que esas profesiones tan abstractas y enfáticas también atraviesan época de saldo.

Pero confieso haber sentido un magnetismo notable hacia alguien que se definía con algo tan enigmático como “optimizador de suelos”. Más tarde me descubrieron el significado de ese eufemismo. Era un especulador de altura. La demorada presentación de esos Presupuestos destinados a acojonar a los de siempre (la subida de la luz, del butano, esas cositas tan leves) y pensados según la aguerrida y sensata Santamaría para algo tan inexacto y cómico como apoyar a los que más lo necesitan, contienen una audaz y brutal perversión del lenguaje.

Denominan “atracción de rentas” a que las fortunas que se sintieron más seguras exiliándose delincuentemente de España (que exagerado, maximalista y demagogo era Balzac al asegurar que detrás de cada gran fortuna se esconde un crimen) pueden regresar al hogar y ser amnistiadas a cambio de pagar al comprensivo y magnánimo Estado un grotesco 10%. Narcos, ladrilleros, especuladores, ricos de toda la vida, comisionistas, gangsters y corruptos de primera clase, pueden adquirir certificado de patriotismo por unas migajas de todo lo que pillaron. Hasta el ciudadano más corto de luces entenderá de qué va la movida reformista, se sentirá ofendido y humillado, maldecirá esa mentira tan cruel de que la justicia es igual para todos.

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