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Carolina Tohá: “Kast ha demostrado en su vida que no sabe ni quiere construir acuerdos”

La política de la izquierda moderada chilena analiza la escena pública de su país tras el paso a segunda vuelta de la izquierdista Jeannette Jara, militante del PC, su candidata, y el ultraderechista José Antonio Kast

Carolina Tohá (60 años, Santiago), de la izquierda moderada, ha tenido diferentes responsabilidades en la política chilena desde la resistencia a la dictadura, cuando fue dirigenta universitaria. Su último cargo fue de ministra del Interior de Gabriel Boric, que dejó en marzo para iniciar su campaña a la Presidencia. A finales de junio, en las primarias oficialistas, perdió por un 60% contra un 28% ante la carta del Partido Comunista (PC), Jeannette Jara, que quedó como representante única de la izquierda. Hoy es la candidata de Tohá. Tras la elección del pasado domingo 16, Jara, con el 26,8% pasó a la segunda vuelta del 14 de diciembre con el ultraderechista José Antonio Kast (23,9%), que corre con amplia ventaja según todas las encuestas. En esta entrevista con EL PAÍS, que concede en su departamento de Plaza Italia —el epicentro del estallido social de octubre de 2019—, Tohá analiza el cuadro político chileno. Luego de la derrota de junio, y de un largo silencio, reformula su vida laboral y escribe dos libros: uno sobre seguridad —un asunto que conoció profundamente en Interior— y un ensayo político sobre, justamente, las primarias, su aprendizaje y los desafíos del progresismo en Chile y el mundo.

Sobre el domingo pasado, analiza: “Esta elección juega como espejo de la elección presidencial anterior de 2021, pero con los sectores invertidos. Se observan tendencias que no son nuevas y que se han ido profundizando. La primera: para los oficialismos que gobiernan resulta difícil las elecciones”, explica Tohá sobre el hecho de que hace 20 años que un presidente chileno no entrega el poder a un sucesor del mismo signo político y siempre La Moneda la ha ganado la oposición. La segunda tendencia: “En Chile observamos que, en las oposiciones, ganan espacio fuerzas nuevas. No le va bien al sector tradicional”, enumera la politóloga, en alusión, por ejemplo, a lo que sucedió la semana pasada: la abanderada de la derecha tradicional, Evelyn Matthei, quedó quinta entre los ocho postulantes. Y ella misma perdió en las primarias en junio ante Jara. “La tercera tendencia: en Chile y en el mundo han cobrado fuerza las posturas de derecha, pero no se trata de la derecha que conocíamos, sino que de las nuevas derechas, radicales y extremas respecto de las tradicionales”, reflexiona Tohá, que sigue activa en política, apoya la candidatura de Jara, pero con ninguna responsabilidad en el equipo de campaña.

“Pero hay un elemento nuevo en la elección del domingo pasado”, advierte.

Pregunta. ¿Cuál?

Respuesta. Vamos a tener que evaluarlo en un tiempo más: el peso que llegó a adquirir el fenómeno de Franco Parisi [populista que obtuvo un 19%, el tercer lugar de la presidencial]. El suyo es un electorado disconforme que se ha movido de domicilio. Puede votar izquierda, puede votar derecha, puede votar Parisi o lo que le parezca más útil para hacer ver su distancia con los partidos y el sistema político. Es un elector anti política. Lo define su distancia con la política, con su lenguaje y procedimientos, y una desconfianza profunda. Son sectores que socialmente enfrentan dificultades, que tienen precariedades, pero que son variados. No es un grupo homogéneo. Es segunda vez que Parisi llega tercero y lo nuevo es que, quizás, esos votos encontraron domicilio con él.

P. Cuando habla de la dificultad para el oficialismo de ganar la presidencial siguiente, pareciera que fuera un destino escrito. Pero usted fue candidata porque, imaginamos, observaba determinadas opciones de ganar.

R. Por supuesto que sí. Yo, al menos, fui candidata por eso: no fuimos a inmolarnos. Pero teníamos conocimiento de que la presidencial tenía dificultades. Además, teníamos plena conciencia de que se trata de un problema para el país: en una fase como la que está Chile de su desarrollo, volver a una especie de foja cero cada cuatro años hace difícil las soluciones de fondo a asuntos importantes, como los cambios en educación. En cualquier caso, espero, de todo corazón, que si llega a ganar Kast, este ciclo de alternancia no cambie justamente con un Gobierno de ultraderecha.

P. Los republicanos proyectan un ciclo largo para la derecha.

R. Para eso, si llegara a ganar Kast, tendría que haber una conducción política capaz de construir una mayoría. Y una cosa que Kast ha demostrado en la vida es que no sabe ni quiere construir acuerdos. Es un purista. Siempre ha buscado ese purismo. No solo ahora respecto al presidente Boric, en el pasado también. Su partido [Republicano], con el aval de él, se restó en este período de los acuerdos que se generaron en el Congreso: reforma previsional, royalty, el Ministerio de Seguridad inclusive. Pero antes, en los gobiernos de la Concertación, también actuaba así. Kast siempre fue el más duro de su bancada [de diputados], el más resistente a ceder. Recuerdo las dificultades cuando se discutió la subvención especial preferencial y el sistema de acreditación de la educación superior. Él era contrario a que el Estado interviniera en educación porque confiaba en que el mercado corregiría por sí solo los problemas del sistema. Esta persona ha sido reacio a todos los acuerdos que se han hecho en democracia porque es un purista. ¿Por qué ahora debiera transformarse en el constructor de una mayoría que integre distintas visiones? No ha dado ninguna señal de eso.

P. Su agenda contra las libertades individuales -contra el aborto, por ejemplo- ha estado ausente en esta tercera campaña.

R. Pero sabemos cuáles son sus convicciones. Kast y su partido menosprecian profundamente las agendas de la igualdad de la mujer y también de los grupos que reivindican una postura disidente o minoritaria en la sociedad. Y ha sido un discurso muy categórico en toda su vida. Hoy, muchas personas que teóricamente están más cerca de él que de otras candidaturas como la de Jeannette, tienen mucho temor. Hablo de gente de derecha que son del mundo de la diversidad sexual, o personas que tienen hijos gay, hijas lesbianas o hijos que están en un proceso de definición porque están preguntándose si quieren transitar, y están aterrorizados. Porque, más allá de que se hagan reformas legales o no, lo que representaría un Gobierno de ese tipo es una narrativa oficial, un énfasis cultural contra esos grupos y contra la igualdad de la mujer. Y eso es un hecho aunque no cambien ninguna ley.

P. En estos días usted ha dicho que las tres derechas chilenas se han radicalizado. ¿En qué lo nota?

R. En todo. Primero, se han vuelto profundamente anti Estado. Este punto estaba en el origen de la clásica mirada neoliberal, pero había evolucionado después de haber administrado el Estado en los dos gobiernos de Sebastián Piñera. Segundo: he visto que se han revisado posturas en temas de derechos humanos. Tercero: observamos esta forma de argumentar que se basa en la descalificación del otro. Es un retroceso. No era la manera en la que estábamos discutiendo un tiempo atrás.

P. Se ha hablado de “parásitos” para referirse a los funcionarios del Estado y se ha calificado al Gobierno de “atorrantes”.

R. Se juntan tres cosas: una estrategia que apunta a la demolición del Estado y de lo público, una corriente mundial de una ultraderecha que ha adoptado el desparpajo como lenguaje para así ganar terreno en un público despolitizado y un efecto rebote del proceso del estallido social de octubre de 2019 y el primer proceso constitucional. Una especie de vuelta de mano que les ha dado espaldas [valentía] para sacarse todo tipo de máscaras o de complejos o de cuidados que en algún momento pensaban que se debían tener.

P. ¿Lo puede explicar?

R. Hubo en el estallido discursos que tomaron mucha fuerza, de mucha descalificación y acusaciones sobregiradas respecto a la derecha. Y a la derecha chilena se le puede acusar de tantas cosas, no había para qué exagerar. Pero en el estallido y en el primer proceso constitucional se extrapolaron totalmente las acusaciones. Daba lo mismo ser derecha, fascista, pinochetista, asesino, genocida. Era todo lo mismo. Entonces, la respuesta fue, también, un discurso extralimitado y basado en la descalificación. Ahora, creo que la gran diferencia es que ese discurso radical del estallido lo tuvieron determinados sectores, no el sistema político progresista en su conjunto. Aquí lo están teniendo los dirigentes oficiales de la derecha, las candidaturas.

P. En 2021, el candidato Boric prometió perseguir al presidente Piñera por las violaciones a los derechos humanos en el estallido: “Señor Piñera, está avisado”.

R. Pero el presidente Boric ha tenido una mirada crítica de esas actitudes.

P. Después.

R. Pero en la derecha no veo ninguna capacidad autocrítica de nada. Ellos también encabezaron un proceso constitucional que fracasó —el segundo— y no veo ninguna autocrítica. Fueron parte del clima que terminó en un estallido y ninguna autocrítica. Con el estallido y los dos intentos constitucionales, Chile tuvo un fracaso tan grande de la política y la derecha entera pareciera que no tuvo nada que ver. No han mirado críticamente nada de lo que fue su participación antes, durante y después. Y eso ha sido muy distinto en este lado.

P. “Si no se renueva, la izquierda va a desaparecer”, dijo José Joaquín Brunner esta semana en una entrevista.

R. La renovación es una exigencia absoluta y lo que me temo es que, si no hay renovación, lo que va a haber es populismo de izquierda. Caudillos de izquierda van a seguir habiendo, pero es muy grave que ese estilo llegue a predominar. Para hacer cambios de fondo en la sociedad, ese estilo no sirve. No es el tipo de izquierda que me gustaría ver en Chile y en el mundo en la nueva era.

P. ¿En qué izquierda piensa?

R. En una que recupere la capacidad de cambiar cosas. Y para eso tiene que ser capaz de sincerar con la sociedad los asuntos que se van a priorizar, hablar en un lenguaje que llegue a las mayorías de la sociedad, a los sectores populares. Necesitamos una izquierda que vuelva a hablar del futuro con esperanza.

P. ¿En qué sentido?

R. En una época en que el futuro son solo amenazas, temores y cosas terribles que se vienen, no hay progresismo posible y solo ganarán posturas reaccionarias. Desde el miedo y la desconfianza que genera la amenaza, con la pérdida de espíritu solidario, es muy difícil que avancen las agendas progresistas. Es por ello que resulta tan importante abordar el tema de la inseguridad.

P. ¿Por qué Chile, que enfrenta una innegable crisis de seguridad pública, pero que no tiene los índices de criminalidad de Latinoamérica, tiene tanto miedo?

R. Chile es el sexto país del mundo con más miedo. Tiene más miedo que todos los países latinoamericanos, salvo Ecuador aunque la mayoría de los demás países son bastante más inseguros que Chile. ¿Eso quiere decir que las personas están equivocadas con su miedo? Yo creo que no. Hay razones, porque las personas vienen de una experiencia vital en que ciertas amenazas a la seguridad no eran parte de su vida en el pasado. Entonces, aunque los números de Chile sean mucho mejores que otros países y hayan mejorado los últimos años en ciertas dimensiones al menos —homicidios, violencia en el sur, ingreso irregular al país—, son mucho peores que la experiencia histórica de los chilenos. Y la gente se resiste a normalizar esa situación y tiene toda la razón.

P. Habla de la importancia de llegar a los mundos populares. Hoy, en Chile, ¿ahí llegan Kast y Parisi?

R. Sí. Y en todo el mundo estamos viendo que sectores populares, que eran tradicionalmente votantes progresistas, muchos están migrando a la ultraderecha.

P. ¿Por qué?

R. A la izquierda le ha costado actualizar su relato de cambio social pensando en los sectores populares de hoy. Y hay nuevos dolores que están con mucha naturalidad y mucha fuerza en el discurso de ultraderecha: la preocupación por la seguridad y por la migración, por ejemplo. Lo vemos en Chile, en la región y en Europa de una forma campante.

P. Más allá del contexto internacional, ¿qué responsabilidad le cabe al Gobierno del presidente Boric en el avance de la ultraderecha?

R. Hay una responsabilidad que está en una parte de nuestro sector político, no en el Gobierno. Sin la lectura que hizo cierta izquierda del estallido social y el manejo del primer proceso constitucional, en Chile no habría avanzado tanto la ultraderecha. Estaríamos en otro planeta.

P. ¿A qué se refiere?

R. Primero, leer el estallido social como una crítica de izquierda al sistema. Y la verdad es que el estallido social fue una lista de críticas y malestares que no tenían una agenda necesariamente de izquierda. Tenía muchas agendas. Y muchas de esas personas no querían tanto un cambio de sistema, sino mejorías de ciertas situaciones que les afectan de manera directa. Pero incluso si esa interpretación hubiera sido correcta, había razones pragmáticas para manejar de otra manera la Convención Constitucional priorizando acuerdos amplios.

P. Usted ingresó al Gobierno justamente en septiembre de 2022, después de que fracasó el primer proceso constitucional.

R. La Convención Constitucional era la posibilidad de un nuevo pacto, no era la posibilidad de pasarle la máquina a los que quedaron en minoría en esa oportunidad. Eso era obvio. Era el mandato. Hablábamos todos de la casa común. Eso era lo que andábamos buscando. Y la gente que tuvo mayor fuerza ahí, definitivamente no creía en eso. Creía más bien en esto de que “el miedo se cambió de bando” y “ahora se las van a ver”. ¡Y miren dónde terminó! ¡Dónde quedó el miedo y quién se la tuvo que ver!

P. El Partido Comunista también tuvo un papel en lo que describe.

R. Por supuesto. Pero ahora estamos en otro momento y, sobre todo, Jeannette Jara representa otra escuela dentro del Partido Comunista. Pero hubo sectores que pudieron hacer una diferencia, haber armado mayoría de otra forma y que eligieron, más bien, prestarle ropa a esta mirada. Y lo hemos pagado muy caro y hay que hacerse cargo de eso. Ganemos la elección o la perdamos, es algo que tenemos que hacer en el futuro: sacar las cuentas con lo que fue ese proceso.

P. Kast y Kaiser suman un 37%, según los resultados del domingo. ¿No le cabe ninguna responsabilidad al Gobierno de este escenario?

R. En el sistema político chileno, el Gobierno es muy importante. Y es verdad que hay que mirar qué se pudo haber hecho mejor.

P. ¿Qué se pudo haber hecho mejor?

R. Lo principal es que este Gobierno tuvo que ajustar su promesa de una manera muy drástica. Pero el problema no fue el ajuste. El problema era la promesa original, convencer a la gente de que llegando este grupo de dirigentes políticos, que no tenían responsabilidad en los gobiernos anteriores, que venían de una trayectoria del mundo social, se podían dar por casi automáticamente superadas todas las limitaciones con las cuales se gobierna en una democracia avanzada, compleja. Que había cero riesgo de los problemas de corrupción o de prácticas indebidas en la política. Que era posible sacar adelante todas las reformas porque había verdadera voluntad que no había habido antes. En Chile se generó una expectativa de que podía haber algo tan radicalmente distinto, que después no se cumplió. Y esa frustración la gente la cobra. Lo que es milagroso es que el presidente Boric ha mantenido su base de apoyo intacta hasta el final, en torno al 30%.

P. La ha mantenido, pero no ha crecido. No ha conseguido una mayoría social.

R. Lo que no logró, efectivamente, es que ese voto que ganó en la segunda vuelta de 2021, se incorporara a su proyecto y se sintiera parte de él. Por eso vemos una candidata como Jara saliendo de ahí a buscar en otra parte, sumando a su comando a otros sectores.

P. Este sábado se conoció la incorporación del ex ministro de Hacienda Mario Marcel —su pareja— en el comando. ¿Qué representa?

R. Representa un compromiso con lo que se juega en esta elección, que es mucho.

P. ¿Cómo se explica que Jara haya obtenido menos del 30%?

R. El peso de ser oficialista es muy fuerte en este sistema. Hoy lo que mueve a la gente no es una gran convicción por el proyecto de ningún candidato. Lo que quiere es “algo distinto”. Por ello, todos hemos sabido desde el primer día que esta elección es difícil para el oficialismo.

P. ¿De dónde sacará Jara el porcentaje para llegar a una mayoría?

R. Si uno lee la elección como se podían leer antes, que la gente que vota por un candidato se está matriculando en una visión política y es parte de un proyecto, las matemáticas no darían por ningún lado para ganar. Sin embargo, sabemos que hoy día la votación tiene muchos otros elementos.

P. ¿Cuáles?

R. El voto de las personas, como decía, se rige especialmente por los anti algo. Entonces, hay mucha gente que es anti Gobierno, es verdad. Pero hay mucha gente que es anti élite. Y, ¿es más élite Kast o Jeannette Jara? Kast es mucho más élite, más político tradicional y más clase alta que Jeannette Jara. La votación de la derecha, además, estuvo marcada por un cuadro de expectativas muy móviles: que si iba a ganar uno o el otro. Pero hoy solo tenemos dos alternativas: Kast y Jara. Y Kast representa una visión de radicalidad y de integrismo que Jara no representa, por más que sea comunista.

P. ¿En qué se basa para decir que Jara, comunista, no es radical como Kast?

R. Jeannette Jara ha llegado a acuerdos y Kast nunca. Jeannette Jara ha avanzado con respecto a las posturas radicales de su mismo sector, su mismo partido, hacia una postura más abierta y Kast no lo ha hecho. Prueba de eso es que fue candidato solo con su partido [Republicano] y de su partido sacó a todos los que alguna vez fueron mínimamente disidentes en alguna materia. Kast está metido en una ola mundial de radicalización de la derecha. Y Jara no está metida en ninguna ola mundial de radicalización de la izquierda. Es lo que hace que las dos candidaturas no sean simétricas. Una, la de Kast, está disparada hacia la radicalización. Y la otra, la de Jara, está enfocándose hacia la apertura.

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