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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ciudad frente a la tribu

Por más que su partido mayoritario diga en su nombre lo contrario, esto no es una república, no es de izquierdas y solo es medio catalana. En realidad es una tribu lo que se está construyendo

Un votante escoge una papeleta en las últimas elecciones municipales.
Un votante escoge una papeleta en las últimas elecciones municipales.Massimiliano Minocri
Lluís Bassets

Los hombres hacen la historia pero no saben la historia que hacen. Lo dijo Marx pero pertenece a una sabiduría tan antigua como la humanidad. Nada de lo que hacemos colectivamente sucede como habían previsto quienes pretenden dirigir y gobernar las sociedades. Lo normal incluso es que suceda lo contrario, que los liberadores terminen tiranizándonos, que el cosmopolitismo enerve la reacción ensimismada del nacionalismo y que la exaltación de las naciones conduzca a su ruina.

El largo y penoso proceso secesionista catalán nos ha proporcionado varios episodios que ilustran la paradójica y arrogante afección que sufren quienes pretenden hacer historia. El más reciente, y verbalmente el más vigente, es el caso de la construcción de la república catalana, una operación que a la vista de los resultados electorales está cosechando no poca popularidad entre los electores, hasta el punto de que el partido más votado y el más prometedor en cuanto a expectativas lleva el nombre de republicano en su denominación.

Casi la mitad de los votantes catalanes cree a pie juntillas que con su voto y sus movilizaciones están construyendo una república catalana. La superstición nominalista les conduce a creer que el nombre hace la cosa. En este caso, además, la consistencia de la república catalana la proporciona el concepto al que se enfrenta y que pretende sustituir, algo con una denominación tan obvia como la monarquía española.

La operación tiene alcance estratégico. Hay republicanos catalanes entre los que no son independentistas a los que este señuelo les convencerá para que se sumen al secesionismo. Incluso puede servir como explicación táctica de que solo la constitución de una república catalana permitirá luego una república federal española en la que estén incluidas todas las repúblicas previamente separadas. El guiño se dirige al mundo socialista y de la tercera vía.

Esta estrategia no sería posible sin el apego de mucha gente a las palabras y sin la dificultad para desentrañar y discutir su significado. ¿Están seguros los republicanos de que la república que propugnan es efectivamente una república de ciudadanos fraternales, libres e iguales? ¿Les consta que sus instituciones garantizarán mejor que la Constitución española los derechos y libertades de los ciudadanos? ¿Tienen pleno convencimiento de que la única forma de conseguir una nueva relación entre las actuales comunidades autónomas españolas es a través de una secesión que sobre el papel podría conducir a una posterior república federal?

Es mucho preguntar para un sentimiento tan sencillo como puede ser el republicanismo. Para revisar la calidad de las convicciones de nuestros conciudadanos, podemos tomar dos caminos, ambos eficaces. El primero es analizar las propuestas políticas y contrastarlas con la teoría republicana y el segundo, mucho más práctico, es ver qué hacen políticamente los autodenominados republicanos cuando dicen que están construyendo la república.

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No es por desanimarlos, pero respecto al primer capítulo, el de la teoría, las noticias no son buenas. De los abundantes proyectos, papeles y leyes aprobadas –y luego revocadas por el Constitucional- no se deduce precisamente que los mapas de la república en construcción nos conduzcan a una república auténtica y efectiva, más bien lo contrario. Una república sin división de poderes, sin Estado de derecho y sin independencia de la justicia es una república solo en el nombre, una Rino (Republic In the Name Only), al igual que hay un Brino (Brexit in the Name Only). Eso es exactamente lo que se proclamó el 27 de octubre de 2017, tras un falso referéndum de autodeterminación y gracias a las leyes de desconexión iliberales del 6 y el 8 de setiembre.

Si vamos a la práctica, las noticias todavía son peores, porque si teníamos dudas acerca del artefacto político en construcción, las acciones y actitudes de una gran mayoría del mundo independentista nos confirman cada día su carácter escasamente republicano. La militancia independentista cree que está construyendo república con sus movilizaciones, sus lazos amarillos, sus escraches, su voto disciplinado, su ciega fidelidad a las consignas, su rechazo visceral al debate y la deliberación, y sobre todo su culto a los héroes y mártires, pero en realidad está construyendo otra cosa, mucho menos prestigiosa, históricamente inquietante y políticamente más que nociva.

Por más que su partido mayoritario diga en su nombre lo contrario, esto no es una república, no es de izquierdas y solo es medio catalana, es decir, solo es capaz de incluir a la mitad de los catalanes. Su carácter profundamente antirepublicano, hay que reconocerlo, no es una novedad en un mundo donde rige con frecuencia la inversión de los significados. Los colores que utilizan, sus banderas y rituales, su uso divisivo del lenguaje, la instrumentalización de las instituciones y de los medios de comunicación, para diferenciar y separar a los propios de los extraños, indican que en realidad es una tribu lo que se está construyendo entre nosotros bajo el nombre engañoso de república.

La fundación de una tribu nunca llega sola. La política tribal de unos llama a la tribalización política de los otros, de forma que todo se llena de fetiches, tabúes y líneas rojas, hasta el punto de convertir en paria a quien no se tribalice. Con el añadido muy actual de que representa una auténtica dificultad para los acuerdos y la política. Tribu y democracia son incompatibles. Entre tribus los pactos son difíciles y precarios. Lo que toca es el campo de batalla y la liquidación del rival. Precisamente para evitarlo, ahora ha llegado la hora de escoger: de un lado la tribu, las dinastías tribales, la religión tribal, de la otra el auténtico republicanismo, que es el de las ciudades, el civismo, la pluralidad, el laicismo. Por una pirueta de la historia esta opción se encarna ahora en dos personajes: el veterano príncipe Maragall o la joven ciudadana Colau.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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