Rincones de Orgullo
Aún hay pocos espacios de homosocialización que no sean únicamente para hombres cis gays blancos de clase media alta
"La mala publicidad es buena publicidad. Si no fuera así, nosotras no estaríamos hablando sobre esto ahora mismo", me dijo E. mientras se liaba el piti en la puerta del Club 33, cuando esperábamos a que llegara una cita del Wapa. Y tenía razón. La última vez que pisé un Corte Inglés fue de transeúnte en la sección de maletas para utilizar su lavabo. Desde una campaña sexista del día de la madre a una propuesta LGTB-fóbica en el primer debate electoral.
La calle olía a porros. Olía a Madrid de noche. Esta conversación surgió de un desvío de otra, en la que se acercó uno mientras hablábamos sobre la interseccionalidad en la comunidad disidente sexual, o la suma de opresiones que nos atraviesan por el cuerpo, y la ausencia de espacios de homosocialización que no fueran únicamente para hombres cis gays blancos de clase media alta. Y sacó el tema de la propuesta LGTB-fóbica de llevar el Orgullo a la Casa de Campo.
- Pero sinceramente, –nos dijo– ¿cómo podemos construir nuestra comunidad si ni siquiera tenemos cimientos sobre donde construirla?
Muchas veces en este tipo de conversaciones, me siento como Jake Gyllenhal en la película El Chico de la Burbuja, porque siento que las problemáticas que tratamos y hablamos en nuestras comunidades solo existen y se plantean en nuestros espacios de resistencia y de cuidados, en nuestra burbuja, y que, en este caso, a él la interseccionalidad le podría importar un comino. El tema surgió en el momento de la noche en el que hablábamos sobre el Club 33. Para mi sorpresa, el Club 33 era el antiguo Medea, uno de los primeros clubes de homosocialización para la comunidad lesbiana. Nunca me lo habría imaginado: de las pocas veces que he ido, tenía un ambiente mayoritariamente cisheteronormativo. Y, aparte de eso, ¿cuántos espacios de homosocialización conocemos en Madrid que no se dirige mayoritariamente a hombres homonormativos cis gay no racializados de clase media alta o al público cis heterosexual? Exceptuando proyectos puntuales como podrían ser el Tsunami Genderfluid, la Furia Queer o espacios como el Fulanita o el Escape, los espacios que resisten a la hipergentrificación y la dominación de la figura del hombre gay capitalista son casi nulos.
En el documental Searching for lesbian bars in America, Gay Arlene Stein, profesora de Women’s Studies en Rutgers, dice que una de las muchas razones por las que los hombres tienen muchos más bares que las lesbianas es porque tienen acceso a más capital económico en general. Tienden a vivir en barrios donde se ubican esos bares. Y que las lesbianas han sido gentrificadas de muchos de esos barrios. El Medea es uno de los muchos ejemplos de estos espacios de resistencia que han sido consumidos por la mayoría.
Pero el desinterés por la comunidad disidente sexual y sus intersecciones, aparte del hombre homonormativo cis no racializado gay de clase media alta que aparecen en los pósters que decoran las calles de Chueca, se refleja también en los medios. Por eso, al ver el primer episodio de Terror y Feria y encontrar a Jimmy Castro fue una gran sorpresa, no solamente por su papel estelar en el episodio, sino por ser un personaje complejo cuyo cuerpo le atraviesa la opresión de ser racializado y disidente sexual, y que además no es representado, como suele ser el caso, de manera paternalista, condescendiente o demonizadora, algo muy poco usual en España respecto a la representación de las personas racializadas en los medios. Otro ejemplo es Ryan O’ Connell en su serie Special o el cuerpo de trabajo de Andrew Gurza en la que narran y cuentan sus experiencias como queer crips y denuncia la ausencia de la interseccionalidad en la comunidad.
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