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OTRES
Columna
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La Mala Mujer

Al irnos, nos fijamos en los sujetadores, las bragas, chupetes, colgados desde el techo en el centro del espacio, cada una con una etiqueta colgada

El espacio La Mala Mujer, en Lavapiés.
El espacio La Mala Mujer, en Lavapiés.Cortesía: La Mala Mujer
Chenta Tsai Tseng

"Habíamos quedado, ¿dónde estás?". Llegaba cinco minutos tarde. Tecleé dos frases más dificultado por las uñas acrílicas desgastadas que llevaba puestas. Pedí la cuenta, el camarero me contestó en inglés, le respondí en inglés por educación, me devolvieron 10 céntimos de menos, dejé propina de más y me fui corriendo dentro de lo que es posible una tarde de Navidad en pleno centro de Madrid.

Las calles olían a castañas y porros, y con la cantidad de circulación que había ya no sabías dónde empezaba la cola de Doña Manolita y  dónde acababa la de Cortylandia. El frío parecía que no afectaba a nadie excepto a mí, arropado por tres camisetas térmicas y una sudadera masiva, un look entre Torrente y Luis XIV. Cuando llega la Navidad, la ciudad de Madrid se cubre de un gran telón aterciopelado, creando un efecto trampantojo que oculta lo que uno no quiere ver.

Habíamos quedado en La Mala Mujer para ir juntas a la concentración en apoyo a las hermanas jornaleras marroquíes, coincidiendo con el día internacional del migrante. La Mala Mujer, en Lavapiés, es un punto de encuentro de los feminismos, un espacio mixto con cafetería, ludoteca y una biblioteca para la auto-formación o formación para el colectivo. Al entrar, les encontré hablando en el sofá con el juego de mesa Herstory y un perrito caliente vegano acabado por la mitad en un plato. De fondo sonaba No es No, de Penadas por la Ley.

El objetivo de La Mala Mujer, como indican en su web, es que sea un lugar de encuentro, en que las personas cuenten sus experiencias vitales y donde conocer experiencias de otras personas. Es un espacio creado entre todas, cubriendo las necesidades de mujeres, bolleras, y trans. Es un espacio de cuidados donde sentirse libres. Sentí cómo la canción de Cortylandia iba decreciendo junto al ritmo acelerador de la calle. Cómo el espacio te arropaba como si tratase de un cobijo, una burbuja, un espacio seguro.

Pedí una infusión y me senté. Hablaban de Laura. Hablaban sobre el caso archivado por los jueces de las jornaleras marroquíes que fueron abusadas e ignoradas. Hablaron sobre sus experiencias vitales como mujeres.

Me es difícil hablar sobre estos temas, ya que soy aliado, y aunque sea migrante, racializado y disidente sexual, siento que no es mi lugar ni mi espacio. Y que parte de ser aliado es reconocer tus privilegios y escuchar. Es reconocer que yo también, siendo hombre cis, soy y formo parte del problema. Una amiga leyó un tuit: "Tú que niegas el machismo, tú que niegas la violencia de género, tú que las llamas feminazis, tú que te amparas en denuncias falsas, tú que votas a la ultraderecha, tú que perpeúas comportamientos machistas. Tú también le has matado. Tú también les has abusado".

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Al irnos, nos fijamos en los sujetadores, las bragas y chupetes colgados del techo en el centro del espacio con etiquetas colgadas. Nos acercamos un poquito más y nos quedamos de piedra. Cada etiqueta tenía escrita el nombre de una mujer asesinada por las desigualdades del sistema heteropatriarcal y la violencia de género. En los chupetes, nombres de niñas; en algunas especificaban la causa. Un homenaje por cada mujer asesinada. Un homenaje para recordarnos que la lucha sigue, cueste lo que cueste.

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