_
_
_
_
CAFÉ DE MADRID
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La secreta mantequilla

El autor se recrea en el ingrediente que sustenta los platos más deliciosos en las mesas más selectas

Hay un breve santuario en la calle del Conde de Aranda, corazón de Madrid, que honra el milagro del paladar y de paso, del alma. Se llama Café de París o L’Entrecote, pues es el único plato fuerte que se sirve en el templo: para abrir boca, una ensalada escanciada con un aliño tan secreto como el vinagre y luego, cada comensal solo tiene derecho a elegir el término de la carne, siendo el único protagonista de la carta y en lo que espera la llegada de la ofrenda, generosa ración de patatas a la francesa. Ahora bien, lo saben los chefs de prestigio y mi tía Enedina: el secreto de toda cocina está en las salsas y el Café de París finca su grandeza en el origen de esa salsa mágica qur tuvo su origen en Ginebra, Suiza y que no es más que la rara mantequilla que baña el entrecote, un pedazo de buey que se viste de espuma láctea, derretida con el encanto de la nostalgia.

Dicen que fue en 1930, en Le Coq d’Or de Ginebra donde nació la salsa, idea del matrimonio Boubier, que heredó el secreto a la siguiente generación y nació el misterio de Café de París, que tiene selectas sucursales en cinco o seis ciudades del mundo, menos en París. Si acaso hay parroquianos que no pueden vivir sin un menú que ofrezca muchas más opciones, la casa ofrece una digna lista de postres y generosa lista de vinos, mas el pedazo de carne que embelesa a los visitantes se mantiene como el único plato fuerte de la casa y tengo para mí que no se precisa de otros, porque aquí siempre he comido rodeado de camareros en sonrisa y pajarita elegante, entre terciopelo rojo y mesas que resguardan las mejores tertulias. En aquélla esquina, un hombre canoso remata por tercera vez en su vida el segundo tomo de un delirio que firmara Marcel Proust hace un siglo y en la mesa aledaña, un trío de jóvenes emprendedores definen un viaje a la India que ha de terminar en un monasterio en el Tibet; envueltos en una mirada ya común, una pareja parece signar el pacto que ya habían establecido entre ellos desde hace décadas y en la solitaria mesa de la entrada, una dama llora sobre la última carta que dejó sobre la cama una bailarina del Bolshoi, de paso por su vida.

En una reciente efervescencia tuve a bien vivir –por rara vez en vida—que una mujer se levantase de su lugar y me abrazara como si fuera Nochevieja: le acababa de confiar el destino de dos nuevas novelas que ya se van a la imprenta, la navegación feliz de otros libros en cocción y la anhelada organización de un posible futuro y, de pronto, dejó por un momento la carne en tenedor y me abrazó. El camarero de sonrisa creyó que era romance y no erraba: era mi hermana y el secreto está en la mantequilla: sabor entrañable de los afectos incondicionales.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_