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Canción melódica / Luis Miguel

Cuando asoma a medianoche El Sol más deseado

El ídolo mexicano desata pasiones durante dos horas largas en el primer concierto español de su gira de regreso

El cantante mexicano Luis Miguel durante su concierto de este domingo en el Winzink Center de Madrid.Foto: atlas | Vídeo: Victor Lerena

Dicen que Luis Miguel tiene sus cositas. Como buen artista. Las excentricidades de los seres humanos que se dedican al arte son un clásico, pero Luis Miguel Gallego Basteri tal vez eleve el tópico a categoría. Cuenta la leyenda que al hombre más admirado de todo México le desagrada que sus ayudantes le miren a los ojos, y suponemos que no se trataría de un homenaje a ‘No mires a los ojos de la gente’, aquella vieja canción de Golpes Bajos. Poco importa, a la vista del predicamento que el ídolo demostró ayer entre su hinchada. Luis Miguel puede ser un interrogante, un perfecto misterio que no concede apenas entrevistas y a veces deja el escenario en tinieblas, durante larguísimos segundos, entre canción y canción. Pero cuando las luces vuelven a prenderse y la multitud se estremece con frases como “Dicen que la distancia es el olvido”, todo el pabellón se contrae en un purito suspiro.

Las estrellas, siempre tan misteriosas, tan inalcanzables. Detalles que se convierten en insignificancias para los seguidores de este puertorriqueño de nacimiento al que en México veneran con el sobrenombre de El Sol. 12.000 de ellos llenaron anoche el WiZink Center (hoy habrá segunda entrega) en la primera de las ocho citas españolas de la gira México por siempre, con la que el rubio baladista pone fin a siete años de silencio. Y tuvieron que aguantarse los nervios durante la media hora larga que se demoró el inicio. No importó: cuando asomó nuestro hombre, como un astro rey en pleno amanecer milagroso, dedicó tres minutos de blanquísima sonrisa a mirar al pabellón y solazarse con las ovaciones. Y a partir de ahí, el delirio. Durante dos horas y pico que nadie tuvo prisa en que finalizaran, por más que la sombra del lunes se tornase en certeza.

A falta de nuevas rancheras o boleros, el artista se había involucrado personalmente estos años con Luis Miguel: la serie, una producción de Netflix que ahora mismo causa estragos en México. Los secretos familiares, desde los tejemanejes de su pérfido papá (Luis Rey) al misterioso paradero de su desaparecida mamá, han alimentado los diez capítulos conocidos hasta la fecha. Los amantes de la crónica rosa disfrutaron anoche con la entrada en el recinto de la modelo mexicana Genoveva Casanova, destinataria de todos los flashes en su condición de ex de Cayetano Martínez de Irujo y algún que otro caballero ilustre. Pero los demás se concentraron en el despliegue del escenario, donde El Sol dispone una potente sección de metales y tres coristas femeninas para arrancar con Nada es igual, Tú, solo tú y Amor, amor, amor, tres piezas de poderío, resonancias funk y carne en el asador.

El éxtasis no se manifiesta hasta las baladas, pero estas causan tales estragos que nuestro galán -traje oscuro ceñido, reluciente camisa blanca, corbata negra fina- a ratos se aleja del micrófono para dejar que el público se desgañite a su gusto. Sucedió con Por debajo de la mesa, por ejemplo, una de esas joyas de amor arrebatado que le compuso Armando Manzanero. No digamos ya cuando le tocó el turno a Culpable o no, uno de los clásicos cortavenas de Juan Carlos Calderón, su otro compositor fetiche. Y llegados a El reloj, el gigantesco coro del WiZink se marcó el bolerazo íntegro mientras Luismi sonreía satisfecho.

Luis Miguel es un baladista de vieja escuela que ni siquiera usa micrófono inalámbrico: prefiere uno clásico, de cable kilométrico y sin pie, por lo que ha de colocarlo sobre un taburete cuando desea quedarse con las manos libres. Sus cositas. Después de 33 discos y más de 100 millones de ejemplares vendidos, puede que esa sea la menor de las extravagancias. Pero un Sol que reluce hasta sobrepasar la medianoche puede permitírselo todo. Por ejemplo, medirse en duelo virtuoso con el saxo tenor al final de Tú y yo, casi a la manera de un crooner jazzistico, o apostarse sobre el piano para una versión desnuda y virtuosa de Contigo en la distancia.

Algunos pensaban que la jornada tocaba a su fin, pero entonces irrumpieron 15 mariachis y Luis Miguel ofreció sus buenos 40 minutos más, gustándose y disfrutando con Échame a mí la culpa, Si nos dejan o No discutamos. El mexicano apenas se dirige al público y sujeta la petaca de sonido en la mano, en lugar de colgársela a la cintura como el resto de la humanidad. Más rarezas, sí. Pero no discutamos, ya que andamos con títulos a vueltas, el compromiso del hijo pródigo con su tan anhelado regreso.

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