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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Aires preelectorales

La fiebre independentista ha removido la sociedad catalana; los partidos toman posiciones para configuar una nueva hegemonía

Enric Company
Electores cogen papeletas en una jornada electoral.
Electores cogen papeletas en una jornada electoral.

Mientras la política catalana gira obsesivamente en torno al eje del referéndum imposible, los partidos van tomando posiciones para una eventual convocatoria electoral. Los dos componentes de Junts pel Sí, la coalición independentista ganadora de las últimas elecciones al Parlament, han anunciado que no quieren presentarse de nuevo unidos a las elecciones. Ambos necesitan marcar perfil propio para que el electorado pueda distinguir las diferencias entre ellos. El Partit Demòcrata Europeu Català (PDeCAT) ha de comprobar en las urnas si los republicanos han logrado la hegemonía en el espacio que antaño señoreaba Convergència. Pero, además, su dirección desea también subrayar el componente ideológico y político liberal por el que se han decantado los sucesores de Jordi Pujol. El liberalismo era uno de los componentes de Convergència. Ahora es el único.

Pero hay otros conservadores y liberales que aspiran a expandirse en segmentos del electorado inaccesibles para ellos en la etapa anterior al subidón de la fiebre independentista que agita a Cataluña. El PP y Ciudadanos aspiran a lograr los votos de por lo menos una parte de los electores que durante décadas apoyaron a CiU. Por eso insisten en presentar al Gobierno de Puigdemont y a Junts pel Sí como una coalición entregada a la extrema izquierda de la CUP. Por eso el presidente Mariano Rajoy desempolva expedientes de obras públicas durante años paralizados para presentarse ahora en Barcelona como el benevolente repartidor de partidas presupuestarias. Por eso Inés Arrimadas intenta limar el anticatalanismo de un partido nacido precisamente para combatir al catalanismo por mucho que el empeño obligue a contorsiones inverosímiles.

Esquerra Republicana (ERC) tiene también la necesidad de redefinir su posición y probablemente sus políticas. Después de sus idas y venidas, primero con CiU durante décadas, después con las izquierdas en la etapa Maragall-Montilla y por último con el PDeCAT, ya no se sabe muy bien qué representa el católico Oriol Junqueras en el que fue el partido de los masones. ¿Qué parte de la izquierda le queda en un escenario en el que la CUP ejerce el radicalismo independentista; en el que los socialistas defienden su bagaje de reformismo light, y en el que la reagrupación de los perdedores de la crisis económica ha alumbrado, con el impulso de Iniciativa-Verds y Podemos, una confluencia capaz de ganar las dos últimas elecciones legislativas y la alcaldía de Barcelona?

La conversión de la confluencia de izquierdas en un nuevo partido en torno al liderazgo de Ada Colau ha deparado en las últimas semanas algunas aclaraciones interesantes. Entre los impulsores de este proceso cundió el pánico ante el intento del líder de la organización catalana de Podemos, Albano Dante Fachín, de erigirse en elemento definidor de la confluencia e imponerle sus condiciones, sobre todo las relativas a la distribución del poder interno. Pero resultó que no, que en todo buen partido de ámbito español la última palabra está en Madrid y Pablo Iglesias cortó en seco las pretensiones de Fachín. Eso permitió ver quién manda en el Podemos catalán.

Una aclaración de este tipo es la que se ha producido también en el PSC. El partido de Miquel Iceta ha negociado con la dirección provisional del PSOE una interpretación del Protocolo de Unidad que rige entre ambos partidos desde 1978. El resultado de la negociación ha sido que la dirección del PSOE será consultada sobre las alianzas del PSC en el ámbito de la política catalana. Se trata de un avance del PSOE en el espacio del PSC, al que hasta ahora no tenía acceso. En la memoria de los barones del PSOE se guarda la inquina contra el PSC de Maragall y Montilla por haber formado en 2003 con ERC e Iniciativa el primer gobierno catalán de izquierdas desde la Segunda República.

La reedición en 2006 de la alianza del PSC con un partido independentista fue utilizada por el PP contra el PSOE en el resto de España como si fuera un delito de lesa patria. Los barones del PSOE se vieron en apuros y este fue el momento en que se inició el declive electoral del PSOE. La gestión de la crisis económica lo profundizó hasta cotas inéditas, y Pérez Rubalcaba pagó los platos rotos en 2011. El no de los diputados del PSC a la reciente investidura de Rajoy como presidente ha proporcionado ahora al PSOE la ocasión para exigir al PSC tener voz y voto en su política de alianzas. Obtuvieron voz, que no tenían, pero no el voto, según Iceta. Se verá. Porque la alianza de las izquierdas en Cataluña puede ser otra vez una opción.

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