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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En el fragor de lo macho

Un período seco como el que padecemos y una sucesión de fiestas populares auguran lo peor

No sé por qué a los valencianos ha de gustarles la pólvora. Parece que es algo natural o propio, una fiereza alegre que te sale del alma. ¿Que provoca ruido y es peligroso? No hay problema: a los mediterráneos nos encanta impresionar con el guirigay en el fragor de lo macho. ¿No hay unos fuegos que se llaman exactamente así? Mascletades (Mascletaes). Eso dice el tópico y numerosos nativos han sido educados así: en el fragor de lo macho. Les encanta el olor de la pólvora por la mañana.

Si estás contento, lo normal es que lances un cohete: que tires una salida, vaya. Es oír un explosivo y muchos valencianos se ponen botarates despertándoseles el instinto más irreflexivo. Viva la fiesta, aunque sea solitaria. Y si estás en compañía de otros, pues…, también viva la fiesta. Cuanto más imprudente, mejor.

Con motivo de las Fallas, varios columnistas que no somos afines a esta deriva fuimos vilipendiados por nuestra escasa afición. Fuimos ultrajados verbalmente. Pero qué juerga, Dios mío, qué juerga. “Si no les gustan las Fallas, pues que se vayan”, decían. Fuimos insultados. Eso sí: con una jovialidad muy atronadora. ¿No decía Esperanza Aguirre que los antitaurinos lo son por antiespañoles? Pues aquí lo mismo: para ser valenciano has de tener un cohete en la mano. De lo contrario eres un aguafiestas, y nunca mejor dicho.

Cuando los poderes hostigaban, cercaban, sojuzgaban, encerraban o ajusticiaban, las fiestas populares eran una interrupción, un alivio en el que se toleraban algunos excesos, un tiempo breve en el que hacer explícitas la alegría vecinal o la rabia, la sátira y la corrosión de los humildes. En la práctica, el único precepto que se respetaba éste: fuera normas…

¿Qué es lo que ocurre hoy, en estos tiempos permisivos y de solaz permanente? En muchos casos, las fiestas populares se han convertido en la excusa para el colmo más arbitrario; en la excusa para que los brutos abandonen sus cuevas con el propósito de romper lo que se mantenga en pie; en la excusa para que los vándalos destruyan con terca disipación. Pero es también la coartada para saltarse las normas de una colectividad razonable. En las antiguas fiestas siempre hubo ese sentido de la ferocidad: eran incluso bestiales, pues el vandalismo es una forma de expresar lo cohibido, lo que necesita escape o consuelo. Sin embargo, en la sociedad democrática de nuestros días, el vandalismo no es necesariamente la manifestación de los humildes: muy frecuentemente es la venia que se da al individuo rudo y ordinario para hacer de las suyas.

En Cullera se ha lanzado un castillo y han ardido unas hectáreas de monte, todo ello a la vez. Según dice la prensa, contrariando las recomendaciones meteorológicas, el alcalde permitió la fiesta del petardo mientras un incendio estaba empezando o consumándose. Ignoramos los pormenores. Yo, por si acaso, pienso encargarme un traje de amianto y un casco integral para esta nueva estación. Un período seco como el que padecemos y una sucesión de fiestas populares auguran lo peor. Esto será el Apocalipsis tan temido: de las cavernas saldrán masas muy alocadas o muy quemadas o muy machas dispuestas a carbonizarnos.

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