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“El fuego ha llegado a cinco metros de mi casa”

Miedo y alivio entre los desalojados de la urbanización Altury (Turís), que vuelven a sus casas

Un helicóptero sobrevuela una zona devastada por las llamas.
Un helicóptero sobrevuela una zona devastada por las llamas.ángel sánchez

El regreso a sus hogares de los residentes en las urbanizaciones de Turís (Valencia), desalojados de forma preventiva hace dos días por el incendio iniciado en Cortes de Pallás, está marcado por el miedo y la desolación de quienes han perdido su casa y el alivio de los que la conservan.

Estos últimos, la mayoría de los desalojados, suspiran tranquilos al comprobar que su vivienda sigue ahí. Gris y sucia, pero en pie.

La urbanización Alturi es un núcleo residencial de unas 200 casas que hasta ayer gozaba de un paisaje verde, pero que el incendio ha repintado de gris y ha inundado de cenizas.

Los vecinos han llegado con el temor de no encontrar nada, de ahí que cuando observan que sus casas no han resultado dañadas suspiran aliviados.

Sin embargo, ese gesto, esa sensación de paz interior, dura escasos segundos cuando detienen su mirada en los cipreses quemados que definen el perímetro de las parcelas.

"El fuego ha llegado hasta ahí, hasta los cipreses y a cinco metros está mi casa", afirma uno de estos residentes, Fabián Loredo, quien señala con el dedo hacia esos árboles que en las últimas horas han marcado la frontera de la destrucción y la vida.

El cielo parece una gasa amarillenta y las cenizas circulan a sus anchas, como el fuego lo hizo hace escasas horas. Todo esta sucio, el agua de muchas piscinas ha perdido el color azul, las sillas de las terrazas invitan a no sentarse y los tubos de plástico del riego por goteo están consumidos.

A escasos de metros de Fabián, una familia valenciana repasa metro a metro su parcela. Alrededor de la misma no hay otras casas y la vegetación que la rodeaba ha desaparecido. Las chumberas se han derretido, los árboles se han muerto y el suelo, que hasta ayer arrojaba vida, es hoy un perfecto escenario lunar.

"Madre mía, madre mía", exclama una mujer mayor al borde de un camino gris mientras su nieto, ajeno a lo ocurrido, estira de su falda para regresar a la casa, cuya estructura no ha resultado dañada, pero de cuyo jardín ha desaparecido buena parte de las plantas.

Al final de una de las calles de la urbanización reside una pareja joven, cuya idea de vivir en este paraje ha quedado cuestionada por el fuego. Con un niño pequeño y varios animales, la idea de "un nuevo horror" les pone nerviosos, pues cuando fueron desalojados pensaron que "habría que empezar de cero". "Esfuerzo y trabajo frente a destrucción y fuego", afirma esta pareja que prefiere no identificarse.

El olor a humo es patente y los miles de árboles asolados por las llamas pueden verse desde lo alto de esta urbanización. "Duele la imagen, verdad?", pregunta Loredo.

Al borde de uno de ellos, lo que fue una casa de madera. Cerca de ahí, el cadáver carbonizado de un murciélago, una farola derretida, un huerto arrasado, una amplia parcela herida de muerte y decenas de hectáreas perfiladas de gris, negro y blanco.

Nicole le ofrece el biberón a su hija en la terraza de su casa y una paloma se posa sobre la rama de un árbol quemado. Dos escenas de vida que contrastan con el resto del paisaje.

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