‘Castillos de fuego’, todos los grises de la posguerra

Ignacio Martínez de Pisón recrea los primeros años del franquismo en una gran novela realista algo lastrada por su afán de detalle

El escritor Ignacio Martinez de Pison en Barcelona en agosto de 2020.Albert Garcia

Persevera Ignacio Martínez de Pisón en una doble lealtad, la de un realismo pormenorizado en comportamientos, escenarios y atmósferas, y la de la pintura social de la España contemporánea, desde la Guerra Civil y el franquismo hasta la Transición y más acá. Esa perseverancia confiere cierta monótona previsibilidad a sus ficciones, pero también lo ha convertido en un meticuloso ingeniero de artefactos novelesco...

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Persevera Ignacio Martínez de Pisón en una doble lealtad, la de un realismo pormenorizado en comportamientos, escenarios y atmósferas, y la de la pintura social de la España contemporánea, desde la Guerra Civil y el franquismo hasta la Transición y más acá. Esa perseverancia confiere cierta monótona previsibilidad a sus ficciones, pero también lo ha convertido en un meticuloso ingeniero de artefactos novelescos impecablemente montados sobre una trama robusta y bien escandida que actúa como dispositivo de amarre del lector. Quienes propulsan esa trama, con un diseño que subyace desde el principio pero cuyo propósito solo se revela paso a paso, son los personajes, casi siempre vistos desde fuera, criaturas jánicas, a la vez individuos verosímiles y encarnaciones de un tipo humano determinado por sus circunstancias, a los que envuelve un enjambre de secundarios que asumen esa misma dualidad.

Así vuelve a ser en Castillos de fuego, novela extensísima, en la que se reconstruye con prurito microhistórico la España tenebrosa de la inmediata posguerra, del otoño de 1939 al de 1945, a través de dos jóvenes comunistas, Eloy y Valentín, de destinos divergentes y enfrentados, dramático el primero, siniestro el segundo, alrededor de los cuales va discurriendo la vida amedrentada de aquel tiempo infame. La represión, los fusilamientos diarios, la delación, la miseria, la doblez y la corrupción de todos los ideales tienen sus espacios en el monte y en la ciudad, en las pensiones, talleres, cafés, cines (seguimos los estrenos de ese sexenio), comisaría, cárcel, iglesias y burdeles, todos con el detallado atrezo obtenido en una labor de documentación notable.

Por encima de ese costumbrismo de lo menudo, Pisón refleja muy bien la profunda degradación que todo lo penetraba, incluida la lucha antifranquista que, sujeta a la disciplina dictada por el PCE, exigía a sus soldados, emboscados en el monte o en las calles de Madrid, ejecutar a sus propios camaradas manchados por la sospecha (de traición, desacato o fatiga).

La amenaza de esa depuración no es menos terrible que el acoso al que los somete la policía y la incertidumbre que provoca no es muy distinta de la que corroe las tripas del régimen, donde los camisas viejas de Falange (Ridruejo hace un cameo algo agarrotado) son defenestrados mientras medran cínicos conversos como Valentín. El miedo cobra cuerpo y penetra en todos los personajes como una miasma suspendida en el aire del tiempo.

La historia de Eloy —Valentín viene a ser su némesis— arrastra consigo la de su hermana Cristina, la de su novia Gloria, la del padre de esta, Basilio, quizá la figura más patética del elenco —profesor universitario represaliado por masón—, y la de Alicia, de cuyo destino de prostituta le cabe a él una porción de culpa. Pero también la del grupo de maquis en el que se integra y la de los comunistas con los que se relaciona, unos imaginarios y otros históricos, como Quiñones (torturado por la policía) o Trilla (ejecutado por el PC).

Estas existencias cruzadas se ofrecen en escenas sueltas, a veces en contrapunto, con numerosos hiatos (los más relevantes son los que separan los cinco libros que articulan la novela) que encierran cambios significativos. No todas estas escenas resultan funcionales, como tampoco lo son bastantes de los copiosos diálogos o de los acontecimientos narrados. Pero este defecto es tributario de la avaricia del dato nimio que es inherente a un realismo de recreación sociohistórica. Con esta poética, Castillos de fuego está entre lo mejor que puede hacerse y eso no es poca cosa. Dicho de otro modo: Pisón logra su propósito y entrega una de sus mejores novelas.

Castillos de fuego

Autor: Ignacio Martínez de Pisón.


Editorial: Seix Barral, 2023.


Formato: tapa blanda (700 páginas, 22,90 euros).

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