La producción de arte rupestre más antigua de Sudamérica empezó hace 8.200 años
Científicos argentinos, chilenos y un estadounidense logran datar de forma directa las pinturas de una cueva en la Patagonia. La fecha, publicada en ‘Science’, precede en varios milenios los registros anteriores
Hace miles de años, un grupo de humanos comenzó a pintar con pigmentos rojos, amarillos, blancos y negros las rocas de una cueva en el sur del mundo. Los diseños, sobre todo formas geométricas, se acumularon con el paso del tiempo. Pero la fecha precisa en que se hicieron los dibujos se desconocía hasta ahora, cuando un grupo de científicos argentinos, chilenos y un estadounidense ha logrado datar las pinturas rupestres de la cueva Huenul 1, en la Patagonia argentina, tras más de una década de trabajo. La producción artística inició allí hace 8.200 años, según la investigación publicada este miércoles en la revista Science. La antigüedad que han logrado establecer los arqueólogos precede en varios milenios los registros anteriores y ubica a las imágenes como las más antiguas de Sudamérica fechadas hasta ahora de forma directa.
“Es un hito para los registros del arte rupestre en Sudamérica”, dimensiona la arqueóloga Guadalupe Romero Villanueva, autora principal de la investigación publicada en Science, una de las grandes revistas dedicadas a la ciencia. El hito, explica, es haber logrado medir la antigüedad de las pinturas de forma directa por carbono 14. Es una forma de establecer la temporalidad de una evidencia de forma precisa, pero solo se puede hacerse cuando los materiales hallados lo permiten. “Estos estudios son muy complejos y no siempre hay buenos resultados”, aclara la científica.
La arqueóloga explica que gran parte del arte rupestre en el mundo, en cambio, está datado de manera relativa. Es decir, asociando una cronología conocida para otra evidencia del mismo sitio o de sitios relacionados. Es una forma válida de asignar una temporalidad, explica Romero Villanueva, pero no arroja datos exactos. Así, por ejemplo, se estima la antigüedad de pinturas como las halladas en el parque nacional de Chiribiquete, en Colombia, que podrían tener 20.000 años, según los especialistas que trabajan en este sitio.
Una serie de “golpes de suerte” acompañó el trabajo de los científicos y les permitió analizar los materiales de manera directa y publicar los resultados en Science. “Había suficiente masa de carbón y no había capas de contaminación”, explica Romero Villanueva. De acuerdo con las cuatro mediciones que los arqueólogos pudieron hacer, la pintura más antigua que analizaron data de hace unos 7.600 años y las otras tres están fechadas hace unos 6.200, 5.600 y 3.000 años, de acuerdo con los datos calibrados por los científicos. Para pulir aún más esa información, los investigadores hicieron un modelado estadístico que les permitió precisar el inicio de la producción artística en la cueva hace 8.200 años.
Romero Villanueva, que es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina y del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano, empezó a analizar las expresiones de arte en las paredes de la cueva Huenul 1 hace una década junto con Ramiro Barberena —las escasas investigaciones anteriores databan de los años setenta y ochenta—. La arqueóloga estimaba que la mayoría de la producción artística se había hecho en los momentos de mayor intensidad de ocupación de la cueva, hace 2.000 años. “La sorpresa fue que algunos de los motivos [las pinturas] son muy tempranos”, señala Romero Villanueva.
Por la cantidad y variedad de imágenes rupestres que contiene, la formación es única en la región. La cueva, ubicada en el norte de la provincia argentina de Neuquén, tiene más de 440 motivos pintados con pigmentos diluidos y aplicados con los dedos o con algún utensilio. Los dibujos son, principalmente, formas geométricas impresas en las rocas en diferentes momentos de creación artística distanciados por cientos de años. Los científicos han identificado, sin embargo, una “continuidad en el estilo, los colores y los materiales” usados en la producción de las pinturas, lo que convierte la zona en un “lugar persistente”, es decir, un espacio que diferentes poblaciones ocuparon de forma reiterada.
Los hombres y mujeres que frecuentaban la cueva eran cazadores y recolectores que la ocuparon en episodios breves y poco intensos pero recurrentes. Esos periodos ocurrieron, sobre todo, en momentos tardíos del Holoceno, el periodo geológico que llega hasta la actualidad. Mientras esos humanos habitaron allí, un “periodo de aridez extrema” los expuso a “condiciones nuevas” y los obligó a “generar estrategias para ser resilientes”, indica Romero Villanueva. El arte sobre las piedras fue crucial en ese proceso.
Una estrategia para la resiliencia socioecológica
Los científicos sugieren que “los eventos pictóricos estandarizados” que atravesaron a más de 130 generaciones en la cueva patagónica estudiada por Romero Villanueva y su equipo “buscaban mantener redes de seguridad a gran escala, almacenando información arraigada en la memoria colectiva y garantizando la preservación social más allá de la tradición oral”. “El arte rupestre (...) facilitó la conectividad social y biológica en un paisaje hostil y escasamente poblado”, indica el estudio. De esa forma, agrega Romero Villanueva, permitió transmitir “lecciones muy valiosas sobre estrategias humanas”.
Romero Villanueva aclara que “la información puntual” de las pinturas en las paredes de la cueva Huenul 1 “está perdida” y su sentido “no es recuperable desde la arqueología”. Sin embargo, precisa: “Los estudios permiten inferir que lo que transmitían era información ecológica y social”. Era importante, por ejemplo, saber dónde había poblaciones humanas y si los vínculos con ellas eran buenos o dónde estaban los recursos. “Plasmar esa información en un soporte duradero ayudaba a hacer el paisaje más vivible y, sobre todo, les servía mucho a las generaciones futuras”, agrega la científica.
“Saber qué pasó y cómo se solucionaron problemas similares antes puede ser un sustento y un motor para construir resiliencia humana”, continúa la científica. “Toda esta información acumulada tiene el potencial de mostrar modelos más o menos exitosos para lidiar con eventos como el cambio climático”, indica Romero Villanueva. El estudio publicado en Science concluye con esa idea: “Aumentar la resiliencia social al cambio es uno de los principales retos a los que se enfrenta hoy la humanidad. Aunque su gravedad pueda sugerir que no tiene precedentes, las sociedades humanas se han enfrentado a un sinfín de retos socioecológicos”.
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