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Carlos Blanco: “El cambio en Venezuela es inevitable, como la caída del muro de Berlín”

El asesor de María Corina Machado y exministro exiliado en Boston cree que el país podría convertirse tras una transición “en la locomotora económica y en un faro democrático para América Latina”

Han pasado tres meses desde el despliegue naval de Estados Unidos en el Caribe y la crisis con Venezuela sigue sin resolverse. Mientras María Corina Machado participa en foros económicos internacionales promoviendo el potencial de inversión del país, Donald Trump —su principal aliado— mantiene una postura ambigua sobre los próximos pasos. En paralelo, más de 600.000 venezolanos en Estados Unidos han perdido el amparo del Estatuto de Protección Temporal (TPS) y han quedado expuestos a la deportación. Maduro enfrenta la mayor crisis de su mandato, pero cada día que pasa es un día más en el poder, aunque la llegada del portaviones USS Gerald Ford a aguas caribeñas y el lanzamiento de la Operación Lanza del Sur, pareciera señalar un jaque a punto de consumarse.

Desde Boston, Carlos Blanco (Caracas, 78 años) observa el escenario con calma y sin precipitar conclusiones. Durante años ha sido uno de los principales asesores de Machado, aunque su historia política comenzó mucho antes: en los ochenta asumió la tarea de reformar el Estado venezolano para liberarlo del personalismo, la concentración de poder y la corrupción heredados del rentismo petrolero. Como ministro para la Reforma del Estado en el segundo Gobierno de Carlos Andrés Pérez, alcanzó gran protagonismo. Su proyecto apenas comenzaba a dar frutos cuando Hugo Chávez irrumpió con un golpe militar que lo catapultó a la presidencia seis años despúes. Pese a su retórica redentora y revolucionaria, Chávez no erradicó los males del país: los multiplicó. Y su sucesor, Nicolás Maduro, profundizó el abismo.

Todo esto importa porque, si finalmente se produce una transición en Venezuela, hará falta mucha experiencia para evitar que derive en un nuevo autoritarismo o en más caos. Blanco lleva casi dos décadas fuera del país, pero no se ha perdido un solo minuto de su historia reciente. Es uno de los estrategas e interlocutores más cercanos a Machado y podría convertirse en una pieza clave en la ardua tarea de reconstruir un país devastado por un cuarto de siglo de chavismo.

Pregunta. El cambio del que se habla en Venezuela es muy concretamente un cambio de régimen. ¿Qué le diría a los venezolanos que tienen la expectativa de ese cambio?

Respuesta. Hoy existe una nueva ola favorable al cambio en Venezuela. Aunque en los últimos 25 años ha habido varios intentos de cambio, nunca se logró una transición real. Ahora, hay cuatro factores que lo hacen más factible: las elecciones primarias en 2023 y las presidenciales de 2024 fortalecieron la confianza internacional y nacional en el liderazgo opositor. Ha surgido una organización popular que sigue activa, pese a tener que pasar a la clandestinidad por la represión tras el robo de las elecciones del 28 de julio. El respaldo internacional, liderado hoy por Estados Unidos, se ha intensificado. Este apoyo comenzó con Clinton mucho antes de Trump. Se mantuvo en todos los gobiernos sucesivos. Hoy es más firme que nunca y ha adquirido fuerza por la operación militar que libra Estados Unidos en el Caribe contra el Cartel de los Soles. El cuarto elemento es la fractura interna del régimen: hay divisiones significativas tanto en la esfera política —los antiguos aliados del chavismo como el Partido Comunista— como en las fuerzas armadas y policiales, aunque la represión de la Dirección General de Inteligencia Militar (Dgcim) ha logrado contenerlas. Los principales apoyos del régimen son la estructura policial y militar, junto a algunos colectivos armados. No son millones de milicianos como se afirma, sino apenas unos pocos miles. Pueden generar terror, pero no sostener el poder. La suma de estos factores impulsa el cambio político en Venezuela.

P. Hay dos escenarios principales de lo que podría pasar en una transición. Uno es que un Gobierno opositor iría tras el chavismo y sus facilitadores para hacer un gran ajuste de cuentas y desmontar su andamiaje corrupto. El otro es que Venezuela se arreglará mágicamente y que volveremos a ser a la comunidad imaginada idílica de antes del chavismo.

R. Está muy bien el tema porque no es cierto que nosotros creamos conveniente la hegemonía de un sector, aunque sea mayoritario. Creemos que debe haber diversidad. El liderazgo de María Corina y Edmundo [González] funciona con la mayoría de los partidos políticos del país, los que están integrados en la Plataforma Unitaria, y otros sectores de la sociedad venezolana como la Iglesia, el empresariado, el movimiento sindical y grupos del chavismo con los cuales tenemos relación.

P. Hay venezolanos que temen a una María Corina Machado todopoderosa. Ella ha anunciado que Venezuela se abrirá agresivamente a inversiones extranjeras en todos los sectores de la economía. Es lógico preguntarse en qué escenarios políticos se manejará esa apertura, si no es dentro de una unidad vertical ¿Qué le diría a los que temen la llegada de un nuevo autoritarismo de distinto signo?

R. El primer objetivo es recuperar la libertad. Tras un régimen autoritario, la democracia no surge de inmediato; se construye progresivamente. Para lograrla, se requieren elecciones auténticas y la creación de instituciones sólidas, empezando por un Consejo Nacional Electoral creíble. Este organismo es esencial para renovar la Asamblea Nacional y permitir futuros procesos electorales transparentes. En definitiva, la democracia es un proceso ordenado que busca restablecer la libertad y la estabilidad.

P. ¿Por dónde empieza el orden?

R. El primer paso es controlar el territorio y evitar que las instituciones públicas sigan asaltadas bajo control ilegítimo. Es fundamental renovar las policías, reestructurar la Fuerza Armada y empezar a construir un sistema judicial confiable. Esto demanda autoridad fuerte, basada en la Constitución y las leyes, nunca en la arbitrariedad autoritaria. Autoridad y derechos son compatibles.

P. ¿Cómo lo harán?

R. En las elecciones de 2024, empleados públicos, policías y militares votaron en una proporción estimada de 70/30 a favor de Edmundo González igual que el resto de la población. Esto muestra la disposición de muchos funcionarios a proteger las instituciones y a facilitar una transición menos traumática para el país. Aunque existen dudas sobre el futuro y sobre María Corina, prevalece la percepción de que el cambio es necesario. La expectativa y la ansiedad por ser un país diferente ya forman parte del día a día; el cambio ha calado en el tuétano de la sociedad.

P. Mucha gente no quiere ilusionarse con un cambio y prefiere una postura de espera pasiva antes que de esperanza activa.

R. Es natural el escepticismo, alimentado por fracasos anteriores, pero es un escepticismo sano: ahora la ciudadanía confía menos en promesas y se apoya más en hechos observables. A pesar de la represión, la resistencia es persistente y cuenta con un apoyo internacional importante, principalmente de Estados Unidos. El proceso busca la libertad y necesita de una autoridad legítima en la transición. La amplitud política debe facilitar la salida del régimen y la vuelta a la democracia. Pese a que factores internos y externos, como la dirigencia política, los aliados internacionales y hechos globales (por ejemplo, el papel impresionante de China), inciden en la situación venezolana, hoy las condiciones para el cambio son favorables.

P. Machado y sus voceros han hablado de planes de transición para las primeras 100 horas y los primeros 100 días. ¿En qué consisten concretamente?

R. En las primeras 100 horas de transición, es clave controlar el territorio mediante participación ciudadana con el respaldo mayoritario de la Fuerza Armada y las policías. Garantizar la alimentación será prioritario; ya existen conversaciones con organismos multilaterales y gobiernos para una operación internacional de apoyo social y de seguridad. Esta operación incluirá la vacunación inmediata de niños y el regreso a las escuelas, no solo para mejorar la nutrición infantil, sino para facilitar que las madres puedan reincorporarse a sus trabajos. Todo eso arrancará en el primer minuto, aunque algunas cosas no se materialicen de inmediato.

P. Un plan de reconstrucción y salvamento.

R. Hay que avanzar rápidamente, no solo en la estabilización económica, sino también en el crecimiento, priorizando inversiones en infraestructura, educación, salud y vivienda. Estas áreas impulsan el desarrollo y atienden necesidades sociales urgentes. Comparo la situación venezolana a la del fin de una gran guerra, como la Segunda Guerra Mundial. La gente recuperó la esperanza cuando las ciudades arrasadas empezaron a ser reconstruidas. El reto principal es devolverle a la población la posibilidad de mirar al futuro con ilusión.

P. ¿Cómo enfrentarán la criminalidad y el crimen organizado, considerando la presencia de guerrillas, mafias mineras, narcos, militares corruptos?

R. En las primeras 100 horas, se liberarán de manera inmediata y organizada a los presos políticos (hoy casi 900), evitando riesgos a su integridad por parte del régimen saliente. Es urgente avanzar en reformas institucionales, especialmente en la reestructuración de la Fuerza Armada, que debe contar con comandos respetados. Cuerpos como la DGCIM, fuertemente corrompidos y ligados al crimen, necesitan intervención, aunque en otras policías aún hay funcionarios honestos que resisten. Para enfrentar el crimen organizado, nos apoyaremos en estos miembros leales y en quienes han resistido o incluso estado presos. Todo el proceso debe seguir la Constitución y las leyes, manteniendo el orden y la paz.

P. Muchos de esos temas dependen de las decisiones de Donald Trump, cuyo compromiso con Venezuela es todavía incierto. Por otra parte, en círculos críticos, la acusación de Nicolás Maduro como líder del Cartel de los Soles y del Tren de Aragua se interpreta como un recurso político para justificar medidas más agresivas, como el despliegue de fuerzas militares estadounidenses en el Caribe y una posible intervención de cambio de régimen. ¿Cómo condiciona esto la situación?

R. Desde los comienzos del gobierno de Chávez, se estableció colaboración con las FARC para permitir el tráfico de drogas por Venezuela, con la participación activa de militares y ministros oficialistas, protegiendo estas rutas ilícitas bajo la lógica de debilitar al “imperialismo”. Esta protección facilitó el crecimiento del narcotráfico y creó una red de complicidad que involucró a gran parte de la estructura militar y policial. La Fuerza Armada se reorganizó luego en “virreinatos” regionales clave para el tráfico de drogas; de ahí se difundió el término Cartel de los Soles, que es anterior al chavismo y que describe la estrecha relación entre la jerarquía militar y el narcotráfico. Esto se intensifica bajo Maduro.

P. En cuanto al Tren de Aragua.

R. La formación de bandas armadas, colectivos y pandillas con mando territorial permitió la expansión nacional e internacional del Tren de Aragua, usado por el régimen como instrumento de terror. Existen células del Tren de Aragua en España, en Estados Unidos y varios países de América Latina, y el régimen lo ha utilizado para ordenar asesinatos como el del teniente Ronald Ojeda en Chile y la trata de mujeres migrantes venezolanas. El daño causado por esta banda ha sido parte de la vida nacional por más de una década, motivo por el cual muchos venezolanos han emigrado. Para la comunidad internacional, el Tren de Aragua puede ser algo nuevo, pero nosotros lo hemos padecido por más de una década. Muchos venezolanos salieron del país por causa de grupos como el TDA. Por todo esto, lo que existe en Venezuela no es una dictadura como lo fueron las de Pérez Jiménez, Somoza y Pinochet, sino una organización criminal que ha permeado al Estado y donde el crimen y la corrupción se han vuelto motores políticos cuyo objetivo es la expansión internacional.

P. ¿Cómo se conecta el despliegue militar de Estados Unidos en el Caribe con la situación venezolana?

R. El despliegue responde directamente al vínculo del régimen de Maduro con el narcotráfico y al papel central del Cartel de los Soles. En Venezuela se libra una guerra iniciada bajo Chávez y continuada por Maduro, sostenida por aliados internacionales como los cubanos, rusos, Hezbolá, las FARC y el ELN. Esta guerra no solo afecta a la disidencia política, sino que también se dirige contra las instituciones tradicionales que han sido corrompidas por el régimen.

P. ¿El Estado malandro?

R. Exactamente. Durante años los venezolanos han enfrentado esta guerra casi solos, contando apenas con apoyo diplomático, sobre todo en el periodo de Juan Guaidó. Se han impuesto sanciones internacionales contra individuos, grupos, empresas –como Pdvsa– y el régimen, y ahora Estados Unidos ha respondido militarmente en el Caribe. El costo humano ha sido enorme: desde 2014, la represión dejó 269 asesinados por protestar contra Maduro y más de 17.000 detenciones por razones políticas, según el Foro Penal Venezolano. Es una guerra con víctimas reales.

P. Sin embargo, el término “guerra” resulta problemático, pues en Venezuela no ha habido un conflicto civil armado convencional como en Siria. Más que una guerra civil, existe un enfrentamiento entre la sociedad y un régimen criminal, no solo por el narcotráfico que se le achaca como por la destrucción del futuro para millones de venezolanos mediante la represión, la corrupción y las condiciones de vida miserables.

R. Las guerras actuales incluyen operaciones psicológicas y tecnológicas, no solo combates directos. Hoy en Venezuela hay una operación de intimidación nacional e internacional que aísla políticamente al régimen. Aunque esto no garantiza una salida inmediata, el cerco internacional se hace cada vez más fuerte y los aliados reconocen la necesidad de mantener la presión. Maduro está esquinado.

P. Por otra parte, ¿cree usted que acusar a Maduro de liderar organizaciones criminales y la respuesta cautelosa de la oposición ante la cancelación del Estatus de Protección Temporal (TPS), que deja a 600 mil venezolanos expuestos a la deportación, muestran una tendencia en la política venezolana en la que la presión internacional y el cálculo diplomático tienen más peso que la defensa de los intereses reales de los ciudadanos, dentro y fuera del país?

R. La atribución a Maduro de liderar el Cartel de los Soles sirve principalmente de herramienta política internacional, más que como resultado de una investigación judicial independiente. Al mismo tiempo, la oposición, a través de María Corina y Edmundo González, ha mantenido desde hace meses una gestión discreta y pragmática sobre el tema del TPS. Desafortunadamente, no hemos obtenido los resultados deseados. Pero eso no puede llevarnos a intentar dictar la política migratoria de Estados Unidos. No usaremos nuestra tragedia migratoria para confrontar al principal aliado internacional que tiene el movimiento democrático. Sin embargo, la oferta que han hecho Edmundo González y María Corina, y por la que sí pueden responder con absoluta propiedad, es que solo la libertad de Venezuela permitirá la verdadera protección de los casi 9 millones de migrantes venezolanos que andan por el mundo.

P. La viabilidad del movimiento de la transición está prendida con alfileres a Trump, un líder voluble y errático. Es crucial que las decisiones se tomen en semanas; de lo contrario, el impulso se diluirá. Maduro parece leer a Trump y no muestra señales de negociar pese a las presiones. ¿Qué opinas de estos factores?

R. Estados Unidos ya asumió que negociar con Maduro es inútil y frenó intentos de acercamiento, como el de Richard Grenell. Trump, más que causa, es reflejo de las condiciones actuales en Estados Unidos y el mundo: las sociedades optan por líderes disruptivos cuando buscan cambios profundos, con resultados variados, como ocurrió con Chávez. Para los venezolanos, pedir apoyo internacional es legítimo y necesario; la lucha por la libertad no puede recaer solo en una sociedad. Simón Bolívar también recurrió a potencias extranjeras cuando luchaba por la Independencia. Es un deber reclamar respaldo externo, especialmente de Estados Unidos por su peso global.

P. ¿No es eso intervencionismo?

R. La guerra es internacional desde que Hezbolá, Rusia, ELN, FARC y Cuba se involucraron en Venezuela. Nosotros contamos con el apoyo de Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y distintas naciones latinoamericanas. Cada una aporta lo que puede. Costa Rica y Ecuador califican al Cartel de los Soles como organización terrorista; Estados Unidos despliega una flota militar. El propósito es obligar a Maduro a irse. Si esto no ocurre, la cosa se va a poner peor para él y el régimen.

P. Usted es considerado el mariscal de campo de María Corina Machado, pero tiene una larga trayectoria. En los años ochenta y noventa fue tecnócrata y ministro que impulsó las reformas del Estado y la modernización institucional. Tomando en cuenta todo lo conversado, ¿cuáles son los mayores desafíos para reconstruir Venezuela?

R. Soy un miembro más del equipo estratégico de María Corina. Es lo que le ocurre a quienes han vivido mucho tiempo. Mi historia, de hecho, es larga: de niño viví la experiencia inolvidable de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez y más tarde experimenté otros periodos importantes, como la lucha democrática y los procesos de reforma, algunos exitosos y otros fracasados. Hoy Venezuela necesita recuperar su democracia y crear instituciones sólidas y transparentes. El movimiento actual tiene la oportunidad de impulsar la sociedad hacia una mayor conciencia. La responsabilidad ciudadana consiste no solamente de derechos sino sobre todo de deberes, en particular entre los servidores públicos. Ojalá se pueda abordar esa tarea exitosamente.

P. Javier Corrales explicó en The New York Times que el estancamiento de la transición venezolana se debe a la resistencia de militares y grupos económicos ligados a Maduro, que temen perder sus privilegios. ¿Está de acuerdo?

R. Sí, existe una resistencia real al cambio en Venezuela. Quienes perderían privilegios y estatus —muchos con acusaciones internacionales— son los principales interesados en conservar a Maduro en el poder. Maduro utiliza mecanismos de control, recurriendo a grupos armados y a la violencia para intimidar a la población. Sin embargo, creo que persiste una voluntad profunda de cambio capaz de superar estos obstáculos. El momento exacto es incierto. Pero como ocurrió con la caída del muro de Berlín: no sabemos cuándo será, pero sabemos que ocurrirá. Aunque Estados Unidos presiona militarmente al régimen, la responsabilidad central sigue recayendo en las fuerzas internas lideradas por Edmundo González y María Corina Machado.

P. América Latina enfrenta retos similares a Venezuela: autoritarismo, corrupción, crimen organizado y fragmentación política y social. ¿Cómo ve el futuro de la región y de Venezuela?

R. América Latina suele contraponerse a Estados Unidos, pero ahora está en un momento de convergencia real, no con el Gobierno en específico como el de Trump, sino en términos de proyecto social. La región tiene ventajas como el idioma común y la ausencia de grandes conflictos religiosos y tribales; aunque existe violencia, no predominan las guerras entre países. Tras la experiencia extrema de Venezuela, la región está en proceso de reconstrucción. Venezuela, por su historia, geografía y recursos, podría convertirse en la locomotora económica y en un faro democrático para América Latina —como lo fue tras 1958, cuando solo había un puñado de democracias en un océano de dictaduras. Para mí, Latinoamérica es el futuro de la humanidad.

P. ¿Cómo ve el papel de los presidentes Gustavo Petro y Lula da Silva con respecto a Venezuela?

R. Petro se ha alineado con Maduro como parte de su estrategia internacional para enfrentarse a Estados Unidos y se aleja de Maduro cuando le conviene. Sobre Lula, padece una cobardía histórica: pudo haber sido decisivo para la recuperación democrática de Venezuela o ayudar a canalizar los diálogos, pero ni siquiera logró que le pusieran un fusible a la embajada argentina bajo su resguardo mientras nuestros compañeros estaban ahí. No envió a nadie para que visitara a los asilados. Por eso, la postura de Lula ante Venezuela no es neutral ni independiente, sino cobarde, lo cual no está a la altura de su trayectoria como líder capaz de transformar la izquierda brasileña del Partido de los Trabajadores en un movimiento popular democrático y moderno. Ahora lo está transformando en algo bastante decadente, incapaz de ejercer un liderazgo fuerte en la región y con su vecino más problemático que es Venezuela.

P. Si no sucediera nada con el despliegue naval, ¿quedaría Estados Unidos en ridículo internacionalmente? ¿Podría eso frustrar la transición y afectar el liderazgo opositor?

R. No comparto esa hipótesis. La presión de Estados Unidos ya surte efecto, al igual que los intentos de fractura interna. La operación es sobre todo política, aunque tiene un componente militar. Busca aislar internacionalmente a Maduro y enviar una señal clara a sus aliados. Su impacto es palpable, aunque no puedo especular sobre el futuro. Prefiero concentrarme en lo que está ocurriendo ahora mismo

P. Si alguna ilusión tienen los venezolanos, de dentro y de fuera, es reunirse en el país para la Navidad. Pero el reloj del cambio está en cuenta regresiva. ¿Nos comeremos los venezolanos las hallacas en Venezuela?

R. ¡Qué más quisiera yo!

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