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El Comando Vermelho, un grupo carioca volcado en el narco con 30.000 hombres y en expansión

La banda de Río de Janeiro, objetivo de la sangrienta operación policial, nació en una cárcel hace casi medio siglo

Naiara Galarraga Gortázar

El Comando Vermelho se apellida así, rojo, porque nació gracias a la alianza que unos presos comunes sellaron con unos presos políticos en la cárcel en 1979, durante la dictadura brasileña, aunque el adjetivo casa bien con la fama de sanguinario que acompaña desde entonces al grupo criminal más poderoso de Río de Janeiro y el segundo de Brasil. Aunque fue el pionero, hace muchos que le supera su gran rival, el Primer Comando de la Capital (PCC), de Sâo Paulo. El CV “es la facción más violenta, la que más se resiste ante la policía, su respuesta suele ser frontal”, explica Ignacio Cano, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro. Cano, estudioso del crimen organizado, sostiene que quien diseñó la operación policial para entrar hasta el fondo en la principal guarida del CV sabía que la reacción de sus miembros iba a ser furiosa. Respondieron con horas de balacera con armamento pesado y bombas lanzadas desde drones, “como en Ucrania”, comenta alucinado un carioca.

El martes estalló el pandemonio en las favelas de Penha y de Alemão. Los civiles se atrincheraron en sus casas intercambiando información con vecinos y allegados frenéticamente en grupos de WhatsApp. Cuando la balacera amainó, sabían que habría muchas víctimas por la intensidad y duración del tiroteo. Tienen práctica. Pero difícil imaginar que serían tantas. La operación policial fue tan letal que, con sus 132 muertos, entró en la Historia como la peor matanza brasileña.

Pero la gran pieza a cazar, el principal jefe del CV fuera de la cárcel, Edgar Alves Andrade, no fue detenido. Criado en la favela donde los vecinos alinearon las decenas de cuerpos rescatados del bosque, tiene 55 años y un expediente policial repleto de sangre. Las fuerzas de seguridad le acusan por un centenar de asesinatos, incluido el de tres niños, que murieron durante una sesión de torturas tras robar un pajarito a un capo del narco y, posteriormente, desaparecidos. Otros relatos aseguran que ordenó matar a los cuatro traficantes que acabaron cruelmente con los tres niños de Belford Roxo.

El CV, como otros grupos, impone su ley en las favelas. Permitir que la policía se instale en tu casa durante una operación policial puede ser castigado con una muerte dolorosa seguida de una desaparición para martirizar a tu familia y que nadie ose aceptar agentes en casa. Y pelearte en un baile funk puede llevarte a ser sumergida en un tanque con hielo durante horas.

Gracias al decreto militar que mezcló a los presos comunes y políticos a finales de los setenta en una prisión inhumana ubicada en una isla paradisíaca, Ilha Grande, los delincuentes aprendieron de los guerrilleros que luchaban contra la dictadura a organizarse para defender sus derechos. El Comando Vermelho empezó haciendo caja común para financiar fugas carcelarias y aliviar las penurias en prisión. Sus ideas fueron calando en otros presidios.

De ahí, saltaron a los atracos a bancos, tan de moda en los ochenta. Pero pronto se percataron de que el tráfico de drogas era más lucrativo y entrañaba menos riesgos. Empezaron a pequeña escala, con el menudeo de marihuana en los morros, las colinas cariocas donde fueron brotando las favelas.

Medio siglo después, el Comando Vermelho se dedica al tráfico internacional de cocaína, marihuana y armas. Tiene 30.000 hombres en sus filas, según Insight Crime. Muchos, chavales pobres, negros, de las favelas, de los que vagan todo el día fumados de maría, con bañador, chanclas y sin ningún horizonte. En la última década, se ha expandido por el resto de este país continental con alianzas con otros grupos regionales y desde 2022 ha reconquistado, a golpe de asesinato, barrios cariocas que habían caído en manos de bandas rivales de narcos o de paramilitares. Este febrero selló una tregua con el PCC que resultó de lo más fugaz, duró semanas.

Ese (y las elecciones presidenciales de 2026) es el contexto en el que el gobernador de Río de Janeiro dio luz verde a la policía para entrar con toda la fuerza en los dos gigantescos complejos de favelas convertidos en cuartel general del Comando Vermelho, un escondite en medio de 300.000 vecinos. Durante el asalto policial, las fumarolas sobre el paisaje carioca recordaban a la franja de Gaza, cuando allí quedaban edificios.

Aunque el CV fue el pionero, está relegado a la segunda plaza del poderío criminal desde hace años, desde que el PCC, nacido también en la cárcel, pero en São Paulo, consolidó su dominio en ese Estado y saltó de ahí al resto de Brasil.

Las dos únicas bandas con implantación nacional tienen muchas similitudes, pero su funcionamiento refleja la distinta cultura entre las dos mayores metropolis brasileñas. Los cariocas son disfrutones, les gusta presumir, alardearse, se quejan de que los paulistanos solo saben trabajar; el CV es más flexible, menos jerárquico, que el PCC, donde la cadena de mando es clara. Y también se refleja en la manera en que las respectivas autoridades estatales las combaten. En agosto pasado, la policía de São Paulo desplegó una gran operación para asfixiar económicamente al PCC y cerrar sus negocios lícitos. Y sin disparar ni un solo tiro.

“A diferencia de São Paulo, donde el PCC mantiene una hegemonía, y no necesita desplegar grandes dosis de violencia para ejercer su dominio, en Río de Janeiro, el CV es el grupo que controla más territorio, pero no hegemónico. Y cuando el Estado le ataca, se abren espacios para que otros grupos ocupen esos huecos”.

Hace tres años el CV emprendió una ofensiva en la ciudad en la que ha reconquistado varios barrios tras arrebatárselos a grupos paramilitares y a grupos rivales de narcos. A eso se suma su exitosa operación para expandirse por la Amazonia y el nordeste. El Comando Vermelho ha logrado controlar la ruta del Río Solimões, como es conocido el Amazonas en Brasil, gracias a sus alianzas con grupos locales de áreas fronterizas que le han allanado el camino para recibir suministros de coca desde Colombia, Perú o Bolivia, que viajan por el río más caudaloso del mundo hasta la costa para desde allí ser distribuida internamente o enviada a Europa o África.

Las autoridades de Río también quisieron parar los pies al CV porque este había ofrecido refugio en la ciudad a los jefes del narco de otros estados, dadas las facilidades que ofrece la tecnología para gestionar negocios (también ilícitos) en la distancia. De hecho, parte de los muertos en la operación policial eran de fuera de Río.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).
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