La redención final de un falso culpable
El político Francisco Fernando Álvarez fue encarcelado y perseguido por corrupción durante una década. Era inocente


Francisco Fernando Álvarez se ha levantado esta mañana por primera vez en más de 10 años siendo un hombre libre. Bebe café, se ajusta la chaqueta de un traje de dos piezas y mira melancólico por la ventana de su despacho, un espacio diáfano con una terraza que da hacia los cerros de Bogotá. Esos dioses de piedra custodian una ciudad donde sin poder ni reputación no eres nadie. A él le arrancaron ambas cosas de golpe.
La suya es una historia de injusticia. Álvarez era un economista y político de prestigio que se desempeñó como gerente de Transmilenio y secretario de Movilidad de la Alcaldía de Bogotá hasta 2011. Un año después, la Fiscalía General de la Nación le abrió una investigación por dos delitos: contrato expedido sin requisitos legales y peculado por apropiación en beneficio de terceros. En un mundo proclive a la corrupción como el de la licitación de contratos públicos, Álvarez había sido extremadamente celoso y cumplido. Sin embargo, un abismo se abrió ante él cuando le notificaron la denuncia.
La investigación estuvo dormida durante seis años. En 2017 fue encarcelado, su nombre apareció en los periódicos y algunos de quienes entonces se habían jactado de ser sus amigos lo negaron tres veces. En realidad, era inocente. Un juez lo absolvió la semana pasada de todas las imputaciones y la fiscalía decidió no recurrir la sentencia. El fallo no solo establece que no había quebrantado la ley, sino mucho más: no hay prueba de ningún delito. Le fabricaron un caso. Lo convirtieron en un falso culpable.
En su despacho, se quita las gafas y se frota los ojos. Lo observan en silencio sus dos hijos, Juan, el mayor, y Juan Diego. Han sido años de angustia hasta que todo ha terminado. Los últimos meses, previos a la sentencia, fueron especialmente duros. Los tres se reunían durante horas con los abogados y consultaban a peritos y exmagistrados de la Corte Constitucional. Se conocen cada una de las más de mil páginas del expediente de acusación.
“Estoy tratando de asimilarlo, de aclarar sentimientos”, comienza a hablar. La verdad es que siente “mucho alivio”. Durante estos años acudió a la meditación y al yoga para controlar los sentimientos de rabia que lo asaltaban a cualquier hora del día. Aún acude a la fundación El Arte de Vivir, donde practica el Sudarshan Kriya, una técnica de respiración rítmica. “Medito todas las mañanas, entre 50 minutos y una hora. Ha sido la forma de soportar ese señalamiento y ese daño reputacional tan grande que me causaron”, explica.

Los Álvarez señalan al principal responsable: Néstor Humberto Martínez (NHM, como se le conoce en los medios), exfiscal general de la Nación durante el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (2016-2019). NHM ideó el plan Bolsillos de Cristal, una ofensiva judicial para atacar de lleno la corrupción política. Según los datos de su época como fiscal, llevaron ante los jueces de control de garantías a 1.036 funcionarios, entre alcaldes, gobernadores, magistrados, jueces, fiscales e investigadores judiciales.
“Ojalá Néstor Humberto se disculpe algún día. En su afán por demostrar que era un fiscal de hierro, arruinó muchas vidas”, comenta Álvarez.
“Cuando comenzó todo este caso, era la mejor época profesional de mi vida. Tengo una oficina de consultoría urbana y muchos me contrataban por mi experiencia en transportes de grandes ciudades y regulación urbana. Como funcionario, lo digo humildemente, se fortaleció el transporte público de esta ciudad. Después de la imputación renuncié a muchos trabajos y a mi empleo en una universidad; no quería que sus nombres quedaran manchados. Mis hijos sufrieron más que yo. El tiempo de cárcel fue muy duro, pero estaba preparado, logré ser fuerte. Otros no lo consiguieron y les costó la vida”.
Se refiere a Jorge Enrique Pizano, primo del expresidente Ernesto Samper que, al igual que Álvarez, era miembro del gabinete de Bogotá. Lo que ocurrió después bordea los límites de la realidad. Pizano se convirtió en testigo clave del caso Odebrecht por poseer unas grabaciones que comprometían a NHM como supuesto encubridor. La situación le generó un estrés que lo puso al borde del suicidio. Según la investigación de su muerte en 2018, diluyó cianuro en una botella de agua que dejó junto a su computador, en una casa a las afueras de Bogotá.
Quienes lo frecuentaron en esos días, como el expresidente Samper, lo describen como un hombre angustiado. Nunca llegó a tomarse el veneno, pero murió de un ataque cardíaco. Después de que se levantara el cadáver, su hijo, que sospechaba que se trataba de un asesinato, siguió los pasos de su padre por la casa tratando de descubrir la verdad. La fatalidad lo llevó frente al computador. Sintió sed y bebió de la botella. Murió ahí mismo.
Se puede decir que Álvarez es un superviviente. Lo tuvo cuesta arriba desde el principio: “Recuerdo el primer día que estuve ante Valbuena, el fiscal que llevaba el caso. Me dijo: ‘Doctor Álvarez, aquí todo el mundo viene a decir lo mismo, que es inocente. A un colega suyo lo mandamos a una celda y empezó a hablar’”. Tenía claro que lo estaban condenando de antemano. Era una lucha que acababa de comenzar.
Su hijo Juan es escritor. Publicó el año pasado Recuperar tu nombre, un libro de no ficción donde narra todo lo ocurrido. Ha sido un proceso muy doloroso para toda la familia que, paradójicamente, ha logrado unirlos más que nunca. A Álvarez no lograron quebrarlo. Le gusta la música, leer, tomar ocasionalmente whisky con sus amigos —que no son pocos— y asegura que no le importaría volver a la política.
¿Ha dejado de creer en la justicia?
“No. A pesar de todo, es lo que separa a la humanidad de la barbarie”.
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