Flavio Garciandía y el “mejor momento del arte cubano” que se hace en todo el mundo
El pintor cubano afincado en México desde los 90 conversa con EL PAÍS en una entrevista en la que se define como un “ironista”


Ni insultó al minimalista Brice Marden en La Habana, ni al expresionista abstracto Barnett Newman, ni al conceptual John Baldessari. Ni Yves Klein se lanzó al vacío desde el malecón, ni Clyfford Still recogió mangos en su patio, ni Matisse estuvo en Miami. Nada de lo anterior existió, pero son las imágenes con las que el artista cubano Flavio Garciandía (Caibarién, 70 años) nombró algunos de sus lienzos de los 2000. Le pregunto si en realidad quería haber sido Rodchenko o Mondrian. Entonces se sonríe.
—Todo eso es una broma y viene de Marcel Duchamp, que decía que el título era fundamental en la obra.
Lo cuenta en su estudio de la calle Quintana Roo, de Ciudad de México, un apartamento con el suelo moteado de acrílicos multicolores, lienzos suspendidos de las paredes de cada habitación, unos recién comenzados, otros a punto de terminar, algunos de los que se desconoce la forma que tomarán en adelante. Casi rozando el techo, cuelga la obra Jeff Koons y Damien Hirst miden y comparan sus penes. Chiste, dijo el perdedor. Su autor asegura que con ella intenta hacer una “abstracción distinta”, convertirse en un Flavio más, diferente a todos los que ya ha sido anteriormente; es decir, una mezcla y superación del Flavio hiperrealista, el Flavio abstraccionista, el Flavio postconceptualista, del Flavio más irónico o kitsch, o del Flavio postmodernista.
—Es que me aburro, dice. Hay artistas que se repiten hasta el infinito, están en todo su derecho, pero a mi eso me aburre soberanamente.
Se ha dicho de Garciandía que su obra determinó el rumbo del arte contemporáneo cubano. “¿Qué opina de eso?”, le pregunto. “Que es totalmente exagerado”, responde. Se ha dicho también que Garciandía es el más grande pintor cubano vivo. “¿Cómo lo ve usted?”, quiero saber. “Yo no lo veo”, asegura.
Fue un niño, dice, bastante normal. Empezó en el arte con siete u ocho años. Viene de una familia de artistas asentada en el municipio de Caibarién, al centro de Cuba, una pequeña ciudad inundada de cisnes en las fachadas de las casas o en los afiches del comedor, imágenes que luego aparecerán en la obra de Garciandía, porque Caibarién, insiste, “es una ciudad muy kitsch”. De ahí todo el “universo kitsch” que recreó más tarde en su obra, que le ayudaría a subvertir ciertos íconos culturales. Algunos dirán que se trata de una obra “cínica”, él insistirá en que se trata de una ironía. “Yo soy, digamos, un ironista”. Aún le parece hermoso que un niño de Caibarién haya llegado a donde él llegó. Luego se corrige: “En realidad yo no he llegado a ninguna parte, según mis paradigmas”.

Con 21 años, pintó el que quizás sea el cuadro posrevolucionario más popular, la obra fotorrealista Todo lo que usted necesita es amor, en la que aparece el rostro ladeado y joven de la artista cubana Zaida del Río sobre un césped verdísimo. Garciandía quiso ser alguna vez director de cine, y en el óleo de 150 x 250 centímetros pretendió recrear una pantalla en la que ocupara casi todo el espacio la joven a la que quería conquistar.
“Estudiamos juntos desde niños, pero ella nunca me hizo mucho caso”, cuenta. “Ella se lamenta de que va a pasar a la historia del arte cubano como la modelo de ese cuadro, pero no es cierto, le dieron el Premio Nacional de Artes Plásticas, algo que a mí nunca me darán porque resido en el extranjero”. El cuadro se convirtió en parte de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes, lo que Garciandía llama “un gran honor, algo excepcional” para el joven entonces. Frente al cuadro se han improvisado peticiones de matrimonio, otros lo han tildado de hacerle el juego al llamado “realismo socialista” y, por tanto, al Gobierno. Averiguo si Garciandía finalmente conquistó a la modelo de su pieza. Contesta claro, sin ambigüedad.
—No.
Hace un tiempo, Garciandía inventó lo que él mismo ha llamado la línea Parkinson, que define como una línea “partida y rápida”. No le tiemblan las manos, pero la hizo previendo que le comenzaran a temblar, luego de que le comunicaron que tenía esa enfermedad, un diagnóstico que le hizo apresurarse, y comenzar a pintar como un obseso, durante diez o doce horas diarias. Hay días en que su salud está estable. Hay días en que se siente peor. Me advierte que programó esta entrevista, pero que fácilmente pudo no ser, pudo no llegar al estudio nunca.
Pregunta. ¿Aún se siente apurado?
Respuesta. No, lo estuve. Yo trabajo todos los días, a veces hasta soñando, pero cuando me diagnosticaron trabajé de una manera demencial. Ya me acostumbré a que tengo ciertas limitaciones físicas. No puedo producir como antes.
P. ¿Ha descubierto algo sobre sí mismo a través de la enfermedad?
R. La mortalidad, y lo importante que es la salud. Coincide la enfermedad con la edad, yo no sé si es revelación de la edad, de la enfermedad, o las dos cosas. Entonces digo, bueno, ya no hay tanto tiempo. Porque uno piensa que todavía tiene toda la vida para hacer la obra que quiere hacer y te das cuenta de que te queda poco tiempo.
P. Lo que ha hecho basta para ser considerado uno —si no el mejor— de los más grandes artistas cubanos.
R. Yo nunca he pensado eso en serio. Ahora está de moda decir que yo soy el pintor cubano vivo más importante, pero yo digo, bueno, ¿en qué se basan? El pintor cubano más importante de todos los tiempos para mi es Wilfredo Lam, después Antonia Eiriz, mi más importante y admirada profesora. Desde los años setenta es posible que yo haya influido bastante, y lo que se supone que es el punto de giro del arte cubano en esa época es la exposición Volumen Uno.
P. ¿Cuán importante fue Volumen Uno y cuánto encauzó el arte cubano entonces?
R. Fue importantísimo, estábamos muy conscientes de que el arte cubano estaba muy zocato, su referencia era la escuela de La Habana de los años 30, con Mariano Rodríguez, Amelia Peláez o Wilfredo Lam. El arte que se estaba produciendo era muy flojo. Nosotros estábamos muy conscientes de eso y la exposición en la galería del Centro de Arte Internacional fue un cambio total. Éramos un grupo de amigos nucleados por la idea de que el arte cubano estaba en crisis, muy estancado en todos sus referentes culturales, en su proyección.
P. En 2006 invita a colaborar a otros artistas en el Museo Nacional de Bellas Artes con la obra Auge o decadencia del arte cubano, que sucede a Vicisitudes y miserias del arte cubano.¿Cuáles cree que son hoy las vicisitudes, miserias, decadencias y auge del arte cubano?
R. Todas esas condiciones pueden coincidir en el tiempo. Puede ser el mejor y el peor momento. Esta no es la época de los 80, donde había una atmósfera creativa muy fuerte, una atmósfera de sana competencia entre todos nosotros, cada uno en su rollo, gente muy culta. Pero el arte cubano hoy es extraordinario. Hay artistas fabulosos como Carlos Garaicoa, Tania Bruguera, y otros. Son muchos. Incluso de los nuevos, algunos son fantásticos. Yo creo que es el mejor momento del arte cubano. Tanto lo que se produce en Cuba como en el exterior.
P. Mucho se habla de su labor en el Instituto Superior de Arte. ¿Le gusta que se le recuerde como pedagogo?
R. Me gusta mucho, pero yo no me atribuyo el mérito. Lo que hice fue introducir cambios. Cuando empieza la Perestroika, desaparecen los profesores soviéticos que había en Cuba. Yo me gradué y me quedé en el departamento de pintura. Después, fui jefe del departamento por nueve años, y fui cambiando los planes de estudio. El departamento de pintura era de cualquier cosa, lo mismo podías graduarte con un performance, que con una foto. El cambio fundamental es que abordamos una enseñanza para analizar las obras. Yo aporté mucha literatura que traje de mis viajes y que no existía en Cuba. Por ejemplo, el libro La opción analítica del arte moderno, de Filiberto Mena, o alguno de Susan Sontag, textos cruciales que a veces traducía yo mismo.
P. Todo lo que usted necesita es amor ¿es tan importante para usted como para la gente?
R. Yo tengo una relación de amor odio con el cuadro. Lo hice muy joven, las razones eran románticas si quieres. Es un cuadro camp, kitsch, sentimentalista, y eso es lo que le fascina a la gente, la carga emocional que tiene. Cada vez que hay una exposición de arte cubano en el exterior llevan el dichoso cuadro, y yo de ese cuadro para acá he pintado mucho mejor arte, supongo.
P. Hay quien dice que más que hiperrealismo es realismo socialista, una especie apología al Gobierno. ¿Qué dice usted?
R. Hay gente que lo ha tildado de realismo socialista, fascista, que le hace un favor al Gobierno en el sentido de que proyecta una imagen de vitalidad, de sentimiento. El fotorrealismo de moda entonces era el último movimiento en el arte americano, quizás débil por sí mismo en sus fundamentos teóricos, pero la inspiración de ese cuadro básicamente era el cine, y sobre todo el cine soviétivo con Charovsky, Tarkovski, Nikita Mijalkov. No era de ninguna forma realismo, el background de ese cuadro es más bien conceptual. Si tu ves, por ejemplo, una figura de John de Andrea, ves a una mujer desnuda, que está acostada, pero no es realista. Entonces eso te crea cierto desasosiego. Toda esa obra parte de ciertas ideas de Duchamp, de Richard Hamilton, de Andy Warhol. No era para hacerle el juego a nada. Para mí era un cuadro hippie, en el sentido metafórico. Hay un cuadro que está en la sala permanente de Bellas Artes, que son como tres figuras cargando una viga, ese cuadro es mi versión del realismo socialista, tres obreros cargando una viga, y los tres obreros son de abstracción pura. Eso sí es una burla.
P. Desde 1994 está asentado en México. ¿Qué es Cuba en su vida?
R. No recuerdo quién dijo que la patria es la infancia. A medida que me hago más viejo, más importante se hace ese momento. De Caibarién me acuerdo de muchas cosas. Tiene que ver con mi edad, ya cumplí 70 años. Yo no pienso permanecer en Cuba, a menos que las cosas cambien totalmente, pero eso yo no lo voy a ver, no creo que vaya a suceder pronto. Mis padres eran comunistas, me parecía lo más natural del mundo ser comunista. Yo entendía que aquello se podía mejorar, que tenía salvación. A partir del éxodo del Mariel dije: esto no tiene arreglo.
Cuando me han preguntado en qué ha influido México en mi trabajo, les digo que en nada. Cuando me preguntan en qué ha influido la familia en mi trabajo, dijo que en nada. Cuando hago un cuadro, siempre me lo imagino en el Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba. Y yo digo que sí, que está feo el regionalismo, el nacionalismo, pero no lo veo así. Todo el mundo tiene que tener su referencia y no negar nunca de dónde viene. Cuando estoy pintando, no estoy pensando en la pintura cubana. Ahora, siempre me imagino el cuadro en ese contexto, culturalmente y como arte.
P. Dígame algo de Flavio que casi nadie conozca.
R. En el fondo soy un artista bastante tradicional. También hay un tono romántico en mi arte y algo sinvergüenza. Hay que ser un poco sinvergüenza para hacer arte, hay que arriesgarse, romper reglas, pero hay un sentido bastante romántico en mi trabajo, en el artista que yo quisiera ser y que estoy tratando de ser.
P. ¿Cómo es ese artista?
R. No sé, lo vamos a descubrir al final.
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