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Dora María Téllez: “Es el momento en que hay que actuar por Nicaragua otra vez”

La Comandante Dos de la revolución sandinista, hoy una feroz crítica del régimen Ortega-Murillo, habla con EL PAÍS desde el exilio sobre su vida después de la cárcel y la lucha contra el autoritarismo en Centroamérica

Dora María Téllez
Dora María Téllez (al centro) empuña un fusil por las calles de León, Nicaragua, en junio de 1979.FRI

En 1973, con 18 años, Dora María Téllez abandonó sus estudios de Medicina para unirse a la lucha armada contra la dictadura de Anastasio Somoza. Cabalgando la ola revolucionaria a finales de los setenta, ascendió a la cima de la estructura de mando de la guerrilla, dirigiendo a los cuadros del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). En 1978 ya era conocida como la Comandante Dos de las fuerzas insurrectas “terceristas” — el frente popular de la llamada “tercera vía— y fue una de los tres comandantes sandinistas que dirigieron el famoso asalto al Palacio Nacional de Nicaragua, en la llamada Operación Chanchera.

Encabezados por Téllez, Edén Pastora y Hugo Torres, los combatientes sandinistas, disfrazados de miembros de la Guardia Nacional, entraron al Palacio durante una sesión del Congreso y tomaron como rehenes a unos 2.000 funcionarios con la esperanza de canjearlos por prisioneros. Ese ataque audaz, casi suicida, marcó un hito en la revolución: reveló la fragilidad de Somoza y desencadenó una rebelión popular que derrocaría a la dictadura menos de un año después.

Dora María Téllez
Dora María Téllez, en una de las barricadas en 1979.FRI

“El plan parecía una locura demasiado simple”, escribió Gabriel García Márquez en una crónica sobre el asalto. Tan loco y tan simple, de hecho, que funcionó, gracias en gran parte a Téllez, quien, a sus 22 años, se encargó de negociar con Somoza. El dictador cedió, liberó a 59 presos políticos y entregó 500.000 dólares en efectivo a los rebeldes. En los meses siguientes, Téllez dirigió los comandos sandinistas que batallaron, manzana por manzana, para tomar la ciudad de León. Dora María Téllez, observó García Márquez, era “una muchacha muy bella, tímida y absorta, con una inteligencia y un buen juicio que le habrían servido para cualquier cosa grande en la vida”.

El año previo al asalto del Palacio Nacional, Téllez se encontraba en el Frente Guerrillero del Norte Carlos Fonseca Amador, cerca de la frontera con Honduras. Allí conoció a un hombre que la perseguiría de por vida: un hombre con el que lucharía codo con codo por años, a lo largo de la revolución y de la guerra contrainsurgente que la sucedió; un hombre con el que dirigiría el país durante la década del Gobierno sandinista de los ochenta, cuando Téllez ocupó el cargo de ministra de Salud, reduciendo a la mitad la tasa de mortalidad infantil y ganando para el país un premio de la Unesco por sus excepcionales avances en salud pública (a pesar de las sanciones estadounidenses y la guerra de los Contras); un hombre cuyas campañas presidenciales apoyaría una y otra vez, incluso después de separarse del FSLN en 1995; y un hombre que, unos 45 años más tarde, se convertiría en su carcelero, y en el nuevo dictador de Nicaragua: Daniel Ortega Saavedra.

A mediados de los noventa, Téllez, junto con el escritor nicaragüense Sergio Ramírez y otros exguerrilleros, abandonó el FSLN y formó el disidente Movimiento Renovador Sandinista (MRS, ahora conocido como Unamos). El MRS pasó años tratando de desbancar a Ortega, a quien Téllez y muchos nicaragüenses llegaron a considerar un megalómano proempresarial que había traicionado la revolución en aras del poder y del beneficio familiar.

En 2018, una rebelión civil liderada por estudiantes estalló por todo el país. La represión fue dura y brutal y, esta vez, los rebeldes perdieron. El conflicto fue el más mortífero desde la guerra de los Contra, con al menos 355 personas muertas, más de 2.000 heridas y miles más encarceladas, desaparecidas o exiliadas.

En 2021, Téllez fue una de las decenas de disidentes detenidos y condenados a la cárcel por “crímenes contra la nación” en una farsa judicial ordenada por Ortega y su esposa, Rosario Murillo. Tras sobrevivir 606 días de aislamiento en las mazmorras de la cárcel de El Chipote, Téllez fue sacada de su celda en febrero de 2023, metida en un avión, desterrada a Estados Unidos, y despojada de su nacionalidad junto con otros 221 presos políticos, entre ellos su pareja.

Dora María Téllez
Dora María Téllez, Washington, Estados Unidos, luego de ser desterrada por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, el 10 de febrero 2023.miguel andrés

Hoy, Dora María Téllez es historiadora, doctora honoris causa de La Sorbona e investigadora visitante en la Universidad de Tulane en Nueva Orleans, donde estudia la historia de Nicaragua y escribe sus memorias. A pesar de su vocación, asegura que no piensa mucho en el pasado. Con 68 años, su ánimo está firmemente anclado en el presente: “Estamos atrapados otra vez en una dictadura que es igual a la de los Somoza, pues es una dictadura familiar de ambiciones dinásticas hasta el fin de los siglos, amen… Este es un momento en que hay que actuar por Nicaragua otra vez”, afirma en una entrevista con EL PAÍS.

Pregunta. ¿Cómo ha sido su vida en el exilio desde que fue expulsada de Nicaragua?

Respuesta. El exilio es siempre difícil. Primero, este no es simplemente un exilio, es un destierro. Fuimos sacados de la cárcel hacia Estados Unidos. Fue un destierro, y el destierro es aún peor. Una de las experiencias más difíciles en el exilio es que uno rechaza establecerse. Y además, no es fácil porque es otro país, otra cultura, y en el caso de los Estados Unidos, otra lengua. Nosotros estábamos aquí sólo con lo que vinimos, los 222, solo con nuestros pasaportes. Es algo complicado, y yo no lo he tenido tan complejo. Tenía mi familia en Georgia, así que esa parte del tránsito fue un poco más liviana. He tenido la suerte de tener trabajo, de poder hacer de alguna manera lo que quiero hacer y tener cierta estabilidad en esa materia, pero es siempre muy difícil, y la mayoría de la gente tiene unas condiciones bastante graves, con bastante inestabilidad. Luego están todas las consecuencias de la cárcel. En mi caso, el aislamiento, que provoca consecuencias indudablemente emocionales, psicológicas, físicas… y sobre todo, el cansancio; hay un cansancio acumulado muy importante en la cárcel, que hay que irlo desvaneciendo poco a poco y llenando los huecos de información que uno tiene por estar en aislamiento tanto tiempo, poniéndote al día. O sea, es un costo cotidiano, en su mayoría bastante elevado, en realidad.

P. Los sandinistas aseguran que el régimen cuenta con un enorme apoyo popular, en gran parte porque ha logrado reducir la pobreza -aunque Nicaragua siga siendo el segundo país más pobre del hemisferio-. ¿Cuál es su respuesta a estas afirmaciones?

R. Si el régimen tuviera la popularidad que ellos dicen tener, no hubieran tenido ningún temor en ir a unas elecciones limpias en 2021. Daniel Ortega llegó al extremo del miedo echando presos a todos los precandidatos posibles y eliminando a todos los partidos políticos. Eso es lo que te evidencia un enorme terror a llegar al momento del voto con una agrupación opositora, con un candidato o candidata opositor. Le tuvo miedo. Es decir, si tuvieran la popularidad que dicen, pues no tendrían ningún temor a ir a una elección limpia, porque ganarían. Pero Daniel Ortega no gana elecciones, Daniel Ortega se roba elecciones.

P. ¿Todavía existen fuentes de resistencia dentro del país, a pesar de la represión?

R. La resistencia es como los ríos: hay momentos que los ríos tienen un curso subterráneo y en algún momento salen a la superficie y emergen con todo su caudal. Este es un momento en Nicaragua en que este río, que va siempre avanzando pero va subterráneo, va a volver a emerger a la superficie, porque no hay remedio; el régimen no ha podido restablecer su equilibrio de fuerzas, no ha podido restablecer sus bases de poder y ahora se erosiona parte de la fuente de su poder: el sistema judicial, los empleados públicos… Es decir, cada semana vos tenés nuevos anuncios de purgas dentro del régimen de Ortega-Murillo y además está en medio de todo el asunto de la sucesión de Daniel Ortega. Hay que recordar siempre que tiene una dictadura de una familia. No es una dictadura de partido ni es una dictadura militar, propiamente dicha. Es una dictadura de una familia, que controla los aparatos del poder. Ellos se han fundamentado en el sistema judicial, la policía, los empleados públicos, el propio Frente Sandinista, el Ejército. Hay una crisis interna que se percibe dentro de todas estas estructuras, un poder creciente de Rosario Murillo, que es decisivo ahora dentro de la familia Ortega-Murillo.

P. ¿Ortega y Murillo tienen alguna ideología o convicción política?

R. No. Para Daniel Ortega y Rosario Murillo su única ideología es el poder político. Ellos están ahí para sostenerse en el poder. Y, pues, hacen cualquier cosa que necesiten hacer para ello. Es decir, ellos contribuyeron a la penalización del aborto terapéutico de manera decisiva en la Asamblea Nacional. Se lanzaron contra el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, y cuando llegó al poder Daniel Ortega se comió el Tratado de Libre Comercio con toda tranquilidad. Es decir, pueden hacer una cosa y la contraria 24 horas después. No son ni de derecha, ni de izquierda, ni de centro, ni de nada. Son simple y llanamente orteguistas. Es decir, su ideología es mantener el poder.

P. ¿Cómo describiría los matices del panorama político de la oposición?

R. Hay distintas oposiciones. Hay sectores opositores que dicen que no te puedes ir a unas elecciones con Ortega-Murillo en el poder. Hay otros sectores que dicen que ni siquiera hay que pensar en ninguna elección y hay que sacar Ortega y Murillo, pero no explican cómo. Hay otros que dicen que sí, hay que trabajar para ir a unas elecciones limpias, libres y competitivas y la oposición tiene que prepararse para eso. Hay quienes piensan que tienen que hacer predominar su proyecto de derecha, o de centro derecha, o del extremismo. Hay quienes piensan que es importante un proyecto de unidad nacional, en donde estén representadas todas las corrientes políticas de Nicaragua. Este es un momento en que la oposición está buscando un camino. Hay que enfrentar al adversario en el terreno que existe, no en el terreno hipotético que yo quiero.

P. ¿Las sanciones de Estados Unidos han tenido algún impacto?

R. Si no tuvieran impacto, Ortega no se quejaría de ellas. Y de eso se quejan, de las sanciones. A mí me acusaron, en el juicio, de pedir sanciones contra el Estado de Nicaragua. Pero no, yo no he pedido sanciones contra el Estado de Nicaragua. Pedí sanciones contra la familia Ortega-Murillo. Y que yo sepa, el Estado de Nicaragua es una República, no una monarquía. Si fuera una monarquía y Daniel Ortega fuera el rey y yo pidiera sanciones contra Daniel Ortega, eso serían sanciones contra el Estado. En efecto, las sanciones le causan un daño, le causan un perjuicio, y ese perjuicio es económico.

P. ¿Hay algo que se puede aprender el movimiento anti-Ortega de la revolución sandinista y sus secuelas?

R. Uno siempre tiene que aprender de la historia. Un primer aprendizaje es que este es un momento en el cual la lucha armada no tiene vigencia. Tiene que haber una lucha cívica. Segundo, este es un momento para aprender que hay que continuar una vocación democrática, no solamente entre el liderazgo opositor, sino en general en todo el pueblo nicaragüense. Tenemos como nicaragüenses una cultura autoritaria e intolerante que pesa aún en el movimiento opositor. Una de las lecciones también de la revolución sandinista es que la juventud tiene aportes decisivos que hacer. Parte del tema de enfrentar a la dictadura tiene que ver con lograr la unidad del pueblo nicaragüense. No lo puede seccionar por pedazo —estos sí, estos no, aquellos no, estos me caen bien, estos me caen mal — porque el régimen es el único que gana en esas condiciones.

P. ¿Qué futuro, o qué posibles futuros, cree que le esperan a Centroamérica?

P. Hay un proceso de remilitarización en Centroamérica. Los Ejércitos han estado recibiendo mucho dinero. La policía está recibiendo mucho dinero. Todo para efectos de control social, que va de la mano de una clara tendencia autoritaria que recorre Centroamérica, con excepción de Guatemala. Ya no se trata de las dictaduras militares. Ahora son civiles en alianza con los militares. Hay una alianza entre los Gobiernos civiles y la estructura militar en Centroamérica para establecer regímenes autoritarios. Y lo de las maras y las pandillas sirve como coartada. Esa es la verdad. Son coartadas para establecer el régimen autoritario. Las maras y las pandillas se pueden enfrentar desde un Gobierno democrático. No necesita una dictadura, un régimen autoritario, o militarismo para enfrentar maras y pandillas.

P. En abril, Nicaragua presentó una demanda ante la Corte Internacional de Justicia acusando a Alemania de facilitar el genocidio de los palestinos en Gaza. ¿Qué sensación le produjo?

R. La petición de Nicaragua en la Corte sobre la matanza en Gaza es un volado pedido por los rusos. No fue ninguna acción sincera de solidaridad con el pueblo palestino. En realidad, la familia Ortega-Murillo debería estar ante la Corte Penal Internacional, acusada por crímenes de lesa humanidad que están absolutamente documentados. No están defendiendo al pueblo palestino. Son unos genocidas que quieren ampararse en el pueblo palestino para pagar favores políticos a Putin. No les importa en absoluto lo que pasa con otra gente, solamente les importa lo que ellos necesitan hacer para sostenerse en el poder, y para sostenerse en el poder necesitan una alianza con Putin.

P. ¿Qué es lo que más recuerda de los años de revolución?

Pues, tengo muchos recuerdos. Estoy escribiendo mi memoria, y obviamente tengo que analizar esos años, revisar mi vida en esos años, hacer un balance. Pero recordar no es exactamente el oficio al que me dedico. Yo siento que este es un momento en que hay que actuar por Nicaragua otra vez, con el aprendizaje de los años, con las lecciones aprendidas, con la experiencia que uno tiene, teniendo conciencia de los cambios en las circunstancias políticas y lo que el país requiere en este final del primer cuarto del siglo XXI, 45 después del triunfo de la revolución sandinista. Ahora estamos atrapados otra vez en una dictadura que es igual a la de los Somoza, pues es una dictadura familiar de ambiciones dinásticas hasta el fin de los siglos. Entonces, yo me veo a mí misma actuando para aportar en enfrentar este tipo de desafíos que tiene ahora Nicaragua.

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