COP16: ¿la última oportunidad para evitar que la Amazonia llegue a su punto de no retorno?
La creación del bloque de comunidades indígenas bautizadas como G-9 y el impulso de la bioeconomía en la región son buenas señales. Pero el tiempo es corto para impedir que se deforesten entre un 6 % y un 2% más de sus selvas y pierda el equilibrio
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La Amazonia es un “paraíso verde”, defienden en el libro Nuestro Planeta se Calienta los científicos brasileños Carlos Nobre y Ailton Fabricio-Neto. Contrario al “infierno verde” que pintan películas y libros narrados por personas que no son de allí, la selva amazónica es un ecosistema que, tras años de evolución, llegó a un equilibrio tan perfecto que es esencial para la captura de carbono, su sistema hídrico expulsa un 15% del agua dulce que llega al océano, alberga la mayor biodiversidad del mundo, estabiliza el clima atmosférico y la custodian alrededor de 450 grupos indígenas que hablan más de 250 lenguas.
Pero ese perfecto equilibrio podría inclinarse, han advertido varios investigadores, incluyendo a Nobre, quien por estos días ha participado en varios escenarios de la Conferencia de Biodiversidad de las Naciones Unidas (COP16), pronta a terminarse en Cali. Y es que si hay un momento para el Amazonas es este: la COP16 se hace en Colombia, dentro de un año la misma conferencia, pero sobre cambio climático, aterrizará en la amazónica ciudad de Belém do Pará, en Brasil, y los presidentes de ambos países, Gustavo Petro y Luiz Inácio Lula da Silva, han sido bastante vocales sobre su propósito de proteger este paraíso, no sin ciertas incoherencias en la práctica.
¿Son suficientes estos espacios para evitar que la Amazonia llegue a su punto de no retorno? Mauricio Voivodic, director Ejecutivo de WWF Brasil, explica que si la implementación de las 23 metas del Marco Mundial de Biodiversidad de Kunming-Montreal se hace de manera correcta, “se podría evitar llegar a este punto”. Cómo aterrizar ese marco — firmado por más de 190 países hace dos años y con misiones como proteger el 30% del planeta, así como restaurar un 30% adicional — es precisamente lo que se está negociando en la COP16. Sin embargo, a Voivodic le preocupa el tiempo. Las conversaciones son lentas, requieren del consenso de todos los países. “Una muestra de la falta de interés son los pocos recursos que se han anunciado para la biodiversidad”, asegura. Mientras, la Amazonia se va deteriorando de una forma que no tiene precedentes.
Si bien el punto de no retorno se ha convertido en una palabra política que se acomoda casi a cualquier discurso, entrar a ver qué significa realmente permite dimensionar por qué la urgencia de mantener en pie los bosques de este bioma. Es asomarse a un abismo. En un editorial que escribió Nobre en la revista Science Advances, esta vez con Thomas Lovejoy —conocido como el padrino de la biodiversidad — definen el punto de no retorno como el momento en que la Amazonia deje de funcionar bajo el sistema estable actual, con lógicas ecosistémicas de una selva tropical, y se parezca más a una sabana, en la que las temporadas secas son más largas y la lluvia más escasa.
Se trataría de la instauración no solo de un nuevo ciclo hídrico sobre la cuenca del Amazonas, sino de la alteración de “una parte esencial e integral del sistema climático continental, con beneficios específicos para la crítica agricultura brasileña en el sur”, escriben. “De hecho, todos los países de Sudamérica excepto Chile (bloqueado por los Andes) se benefician de la humedad del Amazonas”.
Para llegar a ese punto, y en el contexto del cambio climático global, solo basta con que entre el 20% y el 25% de la Amazonia se deforeste. Dependiendo de la metodología que se use, actualmente ya se han perdido entre el 14% y el 18,5 % de los bosques de la región. Por eso la preocupación por el tiempo al que se refiere Voivodic. Por eso, también, la importancia de elevar la voz de los pueblos amazónicos.
El G9 indígena: primera parada
Han pasado seis días desde que se anunció la creación del G9, un grupo que reúne a organizaciones de todos los pueblos indígenas de los países que tienen territorio amazónico: Perú, Bolivia, Brasil, Venezuela, Ecuador, Colombia, Surinam, Guyana y Guyana Francesa. Fue un evento que se hizo lejos de las negociaciones, en la zona verde de la COP16, el espacio dedicado a la sociedad civil.
“Así como uno escucha que está el G-20 o el G-7, que son grupos de países que inciden en la toma de decisión a nivel global, así también nacemos nosotros para los temas de cambio climático y biodiversidad”, dice Patricia Suárez, secretaria técnica de pueblos indígenas en aislamiento de la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana (Opiac). Cuenta que la idea se forjó en agosto de este año, cuando líderes de toda la cuenca se reunieron en Bogotá para determinar qué agenda traerían a la COP16. Brasil puso la creación del G9 sobre la mesa y los otros países se fueron sumando. Por ahora, la secretaría del G9 quedará en manos de OPIAC hasta dentro de un año, cuando se desarrolle la COP30 y sepan qué país tomará el relevo. Como el resto de las organizaciones, las comunidades indígenas también están subidas al “momentum” político que vive el Amazonas.
Al igual que se escucha alrededor de la COP16, lo que quiere el G9 es que los incluyan a la hora de tomar decisiones bajo los convenios de Naciones Unidas. Como le inquieta a José Antonio Méndez, secretario de la Mesa Regional Amazónica, en estas conferencias “participamos, pero no tenemos representación efectiva en la toma de decisiones”. Desde este recién creado grupo de incidencia política se suman a la propuesta de que se cree un cuerpo permanente de expertos indígenas que asesore a los países a la hora de negociar sobre biodiversidad.
Bioeconomía: segunda parada
Mariana Mazzucato, popular economista de origen italiano, comenzó la presentación de su informe Una transición justa para la Amazonia: un marco orientado a la misión diciendo que el sector financiero debería aprender más de los biólogos. No solo se debe hablar de las relaciones – advirtió - sino describir qué tipo de relaciones son, porque a veces son parasitarias. Sus palabras son un guiño a una de las demandas más fuertes que ha presentado la sociedad civil en medio de la COP16: que se reconozca el saber ancestral de las comunidades locales e indígenas, y que tengan acceso directo a los fondos financieros que existen para cambio climático y a biodiversidad. Actualmente, menos del 1% de estos recursos llegan a ellos, y buena parte del porcentaje se pierde en un mar de burocracia, bancos de desarrollo y grandes ONG.
Lo que proponen Mazzucato y João Pedro Braga, coautor del informe, va en esa vía. “Se trata de un marco – dijo la primera – para catalizar la inversión y la innovación orientadas a acabar con la deforestación en la Amazonia y restaurar el 20% de las zonas degradadas para 2030, de forma que se empodere y beneficie a las poblaciones”.
No es la única que habla de transformar la economía de la región. Horas antes y solo a unos pabellones de distancia, la organización Conservación Internacional lanzó oficialmente la Red Pan Amazónica por la Bioeconomía, una iniciativa conformada por 20 socios, incluyendo al BID, al World Resource Institute y a la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica). “Es una red que une el esfuerzo de varios sectores para impulsar la bioeconomía en la región; una que permita la conservación del 80% de sus bosques”, anunció Rachel Biderman, vicepresidenta Senior de Conservación Internacional.
La red, que por ahora tiene cuatro grupos de trabajo dedicados a estudiar las finanzas, la cadena de valor del mercado, las políticas y el conocimiento, quiere que para 2035 la bioeconomía de la Amazonia sea reconocida como un sector importante. El corazón de la iniciativa se basa en un fundamento. A mediados del año pasado un estudio liderado por WRI y en el que participaron más de 70 investigadores, encontró que en un escenario en el que el bosque se mantenga en pie para 2050, solo en la Amazonia brasilera se pueden generar más de 65.000 empleos entorno a la bioeconomía, más otros 468.000 enfocados en la restauración de los bosques.
Fany Kuiru, líder de COICA, aterriza mejor la idea de la red. “Se trata de crear una economía de la Amazonia para la Amazonia. Producir para consumir en el Amazonas y no ingresar productos vía área que son carísimos”. Esto, recuerda, sin perder de vista que la región, así como es férrea, también es frágil ante cualquier economía extractivista.
La COP16 no reúne aún todas las respuestas para evitar que la Amazonia llegue a un punto de no retorno. Es, sin embargo, un momento más de esa lucha contrarreloj para no tener que decir que el paraíso verde del mundo tiene sus días contados.