Rosamira Guillén o la lucha por salvar al mono tití cabeciblanco
Esta arquitecta barranquillera, directora de la Fundación Proyecto Tití, ha dedicado los últimos 21 años a convertir esta especie en un símbolo de identidad y biodiversidad

En el papel, el plan de vida de Rosamira Guillén Monroy (Barranquilla, 59 años) era sencillo y muy alejado del camino que emprendería por conservar un pequeño y particular mono que la ha convertido en un referente nacional. “Mi sueño de adolescente era ser arquitecta y estudiar en Estados Unidos”, cuenta. Pero el destino traza sus propios planes.
Guillén estudió arquitectura en Colombia y después de graduarse, en 1987, vivió cuatro años en ese país mientras hacía una maestría en paisajismo, en la Universidad de Nueva York, con una beca Fulbright. Al volver a Colombia fue contratada como paisajista del Zoológico de Barranquilla, en 1995, y ahí conoció al mono tití. “No tenía ni idea de que existía y me dieron la misión de investigarlo para diseñar su exhibición”, recuerda. La experiencia le hizo reflexionar sobre aquello que se considera como propio: a lo largo de la vida le habían enseñado sobre el Carnaval de Barranquilla o el Junior, el equipo de fútbol local, pero nunca sobre la enorme riqueza natural que habita la ciudad.
Esa desconexión, advierte Guillén, aumenta el riesgo para los titíes. En medio de su labor en el zoológico, del que pasó a ser la directora en 2001, conoció a la bióloga Anne Savage, quien venía estudiando a la especie desde los años ochenta. Mientras la primera convertía al mono en el símbolo de la institución, la segunda buscaba apoyo para continuar con su labor científica desde el Proyecto Tití, creado por ella en 1987.
Aunaron esfuerzos para hacer campañas educativas y, en 2004, Guillén se unió a la iniciativa como voluntaria para transformar el proyecto en fundación, y luego se convirtió en su directora. Desde hace dos décadas está al frente de la Fundación Proyecto Tití, organización que ha sido clave en la defensa del mono cabeciblanco (Saguinus oedipus), endémico del Caribe colombiano y el Urabá antioqueño.
El equipo comenzó con cuatro personas y un reto enorme: hacer el primer censo de la especie en el país, con una metodología propia, adaptada a las características del mono, que había sido cazado por miles para experimentos científicos hasta los años setenta.

En peligro crítico de extinción
El censo arrojó datos clave y una gran victoria: en el país había unos 7.500 ejemplares en 2005, cada vez más amenazados por la rápida disminución de su hábitat y por la caza ilegal para convertirlo en mascota. Con esa información, Guillén y su equipo se acercaron a la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que lo agregó a la Lista Roja de Especies en Peligro, en la categoría de Peligro Crítico de Extinción. Luego, llevaron ese parte al Ministerio de Ambiente, que lo calificaba como vulnerable, logrando la reclasificación.
“Ahí dejó de ser un proyecto de ciencia para migrar a uno de conservación. La investigación por sí misma no es suficiente para proteger a una especie. Te da información importante para saber qué pasa y diseñar estrategias, pero es un insumo como cualquier otro”, comenta Guillén, recordando que el siguiente reto fue involucrar a las comunidades por medio de programas de educación ambiental.
En esa búsqueda por proyectarse socialmente les jugó a favor el carisma del tití, un animal que con su cabellera blanca recuerda a Einstein y que, además, despierta ternura con su tamaño, no muy superior a la de una ardilla. “Tú llegas a un salón de clases y dices, ‘mira, nada más vive en Colombia’, y de inmediato se despierta un poquito de incredulidad, un poquito de asombro y un poquito de interés, porque es costeño, como nosotros. La gente concluye que hay que protegerlo porque es nuestro, porque genera orgullo”.
A eso se suma un enfoque integral. Guillén explica que parte del éxito radica en saber hablarle a cada actor: a unos es con el orgullo regional; a quienes talan árboles o cazan titíes, con alternativas como el pago por servicios ambientales; a quienes toman decisiones, como entidades públicas, con la posibilidad de demostrar resultados.
Con esa mirada, Proyecto Tití ha logrado hacer otros dos censos, uno en 2012, en el que contaron alrededor de 7.000 ejemplares y otro en 2022, cuyos resultados están por publicarse. De igual forma, crearon una reserva natural de bosque seco tropical –el hábitat natural del tití– en San Juan Nepomuceno, Bolívar, que inició con 70 hectáreas y ya cuenta con unas 1.000; han reforestado al menos 370 hectáreas más y hasta han almacenado 100.000 semillas de 70 especies nativas.
Otra de sus grandes victorias fue aportar al debate para declarar inviable la construcción de un aeropuerto que pretendía levantarse en pleno hábitat del tití, entre Cartagena y Barranquilla, entre 2010 y 2011. Para lograrlo, se articularon con medios de comunicación y actores gubernamentales. Como resultado surgieron en el territorio tres áreas protegidas que ya suman 5.100 hectáreas.
En materia de relación con otros actores, Guillén realza el trabajo que vienen haciendo unas 200 familias que hoy protegen zonas de bosque en sus propiedades por medio de acuerdos de conservación. A cambio, reciben insumos que mejoran su productividad y calidad de vida. También, destaca la relación con más de 17.000 estudiantes que han recibido clase sobre la conservación del tití cabeciblanco.
“Esa es la métrica cuantitativa, pero la cualitativa nos interesa más y la hemos ido documentando y afinando a lo largo del tiempo. Más que aumentar conocimiento, que es importante hacerlo, se trata de un cambio de actitudes, porque nos dimos cuenta de que queremos acción y compromiso”. Para ello han creado shows de títeres, cuentos y hasta una champeta, que invitan a los más jóvenes a ponerse en los zapatos de una especie en peligro.
Al final, el éxito de Proyecto Tití está en la capacidad de generar visibilidad y conectar a través de la empatía, de reconocer las necesidades de otros y encontrar la manera de atenderlas para motivarlos a actuar en pro de una causa. Así lo explica Guillén: “A veces la gente lo que necesita para cambiar comportamientos es una oportunidad, algo digno. Cuando ves que tu trabajo genera eso, pues te llega al tuétano, al corazón, y entonces la conservación se hace posible”.
Hoy, su sueño y el de su equipo es ver al tití cabeciblanco en una categoría de amenaza menor. Para eso, ya hay un equipo de 51 personas, un plan con proyección a diez años y mucha voluntad para hacer labor comunitaria. “Hace 20 años el tití no aparecía por ningún lado, no estaba en la agenda de nadie. Ahora la historia es otra. Convertirlo en un símbolo de nuestra biodiversidad garantiza su conservación a largo plazo”, concluye.
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