Black Boys Chocó desafía a la muerte al son de su ‘ritmo exótico’
La corporación nació de la necesidad de sobrevivir y se convirtió en un espacio protector y en un movimiento de arte, inclusión y resistencia que hoy inspira al mundo

Jonathan Martínez Quintero, conocido en su territorio como Bonays, asegura que entre enero y octubre de este año han sido asesinados al menos 90 jóvenes en Quibdó. Las cifras oficiales de Medicina Legal, sin embargo, registran 28 muertes. La diferencia puede corresponder a un subregistro institucional o a una cuenta más cercana a la realidad que llevan los vecinos, quienes conviven a diario con el roce de las balas. Martínez lo resume con crudeza: “Ser joven en Quibdó es muy difícil. Los matan y no pasa nada. Mi sufrimiento es que me llamen y me digan: ‘Acá hay uno de tus muchachos tirado o hay uno desaparecido”.
Sus “muchachos” son los integrantes del colectivo Black Boys Chocó, unos 270 niños, niñas y jóvenes que eligieron moverse al ritmo de la danza y acallar el sonido de la violencia. Nacieron en el barrio El Reposo, donde cada esquina tiene dueño y es una frontera que, de ser traspasada, implica la muerte. Las pandillas, el microtráfico, el reclutamiento por grupos al margen de la ley y las economías ilegales son la cotidianidad. Muchos de sus habitantes son descendientes de víctimas de la violencia –algunos, de la masacre de Bojayá– y otros son desplazados de distintas regiones.
En 2012, Bonays y cuatro amigos tuvieron la idea de sacar los bafles de la casa y ponerlos al servicio de la comunidad. Así, espontáneamente, nació este colectivo que reivindica la fuerza de los jóvenes afro, las mujeres, los indígenas y la comunidad LGBTIQ+. Dos años después, se constituyeron oficialmente como corporación para crear entornos protectores en favor de sus integrantes. “Cuando comenzamos, buscábamos calles planas o terrazas y ensayábamos con aguaceros o con sol. Con 2.000 pesos hacíamos refresco para todo el día. Pero nos sacaban por la bulla, hasta que nos prestaron un salón de un colegio y logramos reunir a 180 jóvenes”, recuerda su fundador y director general, con apodo que suena a marca de refresco, pero que le viene del nombre de su padre: Ángel Donays.
La música que los mueve, desde los 6 hasta pasados los 20 años de edad, es el “ritmo exótico”, una creación chocoana que no sigue reglas armónicas, solo sensaciones que se transforman en movimiento. Se trata de una fusión de música tradicional del Pacífico con ritmos urbanos y electrónicos que no da tiempo para la pausa. Sus coreografías cuentan historias reales de desplazamiento, violencia, amor y esperanza. “Bailamos para contar lo que no se puede decir con palabras”, dice Carolina García López, bailarina y líder de las mujeres en la corporación.
Black Boys Chocó ha abierto un espacio de expresión y protección para los jóvenes, que encuentran en la danza un refugio. “Aprendí que podía ser yo misma. Cuando alguien intenta agredirnos, la corporación entera nos defiende”, afirma Mía Johana Murillo Ramos, la líder del grupo de mujeres trans. “Aquí encontré a una familia. El baile me devolvió la alegría y me hizo sentir visible en un territorio donde las mujeres casi no tenemos espacio para el arte”, añade García.
Black Boys sigue firme con su propósito desde el día uno: exige que todos sus miembros estudien y se mantengan al margen de acciones ilegales. “Algo estamos haciendo bien”, dice Martínez. A través de sus puestas en escena, realizan tareas de memoria histórica al recordar a los jóvenes del colectivo que han sido asesinados. Una de ellas es Chocó resiste, que se estrenó en 2022 en el Festival Danza en la Ciudad, en los teatros Colón y Julio Mario Santo Domingo de Bogotá, en honor a José Yoer Palacios y Francisco Cuesta. Otra de sus obras es Galería de los sueños apagados, que integró las fotografías de los chicos fallecidos en una puesta en escena que tuvo lugar a lo largo del malecón de Quibdó, a orillas del río Atrato.
El impacto del colectivo ha sido hondo y fue retratado en el cortometraje de catorce minutos A menos que bailemos, producido por Páramo Films, en 2023. La cinta ha participado en más de 60 selecciones oficiales de festivales nacionales e internacionales. Obtuvo una mención especial del jurado en el Festival de Sao Paulo, el premio a Mejor Documental en el Festival Internacional de Oberhausen, Alemania, y el de Mejor Cortometraje, en el Short Waves, del Festival de Polonia, entre otros. “El mundo vio que aquí, en medio de la selva y la violencia, también hay arte”, dice, orgulloso, su fundador, un hombre imponente de 1,80 metros de estatura y largas rastas.
Pero sostener ese sueño no ha sido fácil. Tras el retiro del apoyo de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid) a inicios del Gobierno de Donald Trump, el grupo se sostiene con presentaciones y donaciones esporádicas, relata Martínez. “No hay apoyo ni de la Alcaldía ni de la Gobernación. Hacemos presentaciones para pagar los uniformes y mantener el espacio. Nos llaman de Santa Marta, de Medellín y de otros lugares fuera del Chocó”.
Han invitado a los dirigentes locales al lugar en el que el colectivo ensaya todos los días. Martínez recuerda que, cuando los listones de madera del piso del salón se desprendieron y los tornillos lastimaban los pies de los jóvenes, acudieron a la Alcaldía. “Vinieron y tomaron fotos. Nos pidieron presentar un documento con las necesidades. Nunca los volvimos a ver”. Fue una empresa privada del Valle la que les dio los recursos para poner de nuevo los tablones. El problema ahora está en el techo. “Cada vez que llueve se nos viene el agua encima y debemos suspender los ensayos”.
Once años después de aquellos primeros pasos en una terraza, Black Boys Chocó es símbolo de resistencia, arte y esperanza. “No nos dejen solos”, pide Martínez, ante la falta de apoyo. Su compromiso, el de los líderes Carolina García, Mía Johana Murillo, Luis Alberto Saucedo, Juan Sebastián Palacios, Johony Valoyes y Anderson Cuesta, además del de los chicos bailarines, no decae, a pesar de la falta de recursos, las amenazas y la cruda realidad. En circunstancias en las que otros hubieran bajado los brazos, este colectivo realiza actos de resistencia como subir el volumen de una canción, extenderle la mano a un niño para quitárselo a los violentos e invitar a mover los pies a todos sus integrantes hacia un futuro distinto.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Más información
Archivado En
Últimas noticias
España ocultada
¿Por qué las letras de las canciones son cada vez más estresantes y negativas?
¿Debe tributar el salario mínimo? ¿Cuánto debe subir? Los socios de Gobierno chocan sobre cómo calcularlo
Adiós al ‘spam’ y a las renovaciones sorpresa: la ley que redefine cómo las empresas tratan a sus clientes
Lo más visto
- Petro propone un gobierno de transición y una amnistía general en Venezuela ante una posible agresión de Estados Unidos
- Petro sospecha que los cuerpos hallados en las playas de Colombia son de “lancheros bombardeados en el mar Caribe”
- En lancha y con ayuda de EE UU: María Corina Machado huyó de Venezuela hasta la isla de Curazao
- El colombiano que estuvo preso en El Salvador por órdenes de Trump: “Ser torturado por cuatro meses siendo inocente es una pesadilla”
- Estados Unidos sanciona a varias empresas y ciudadanos colombianos por reclutar a mercenarios para la guerra de Sudán










































