Alberto Gómez, el decano de los jardines botánicos de Colombia
Ha dedicado más de medio siglo a construir uno de los proyectos medioambientales más emblemáticos del país: el Jardín Botánico del Quindío, cuyo célebre mariposario alberga más de 1.500 ejemplares de 40 especies

“Viviendo en el Quindío, uno no se da cuenta de lo que tiene hasta que viaja fuera del departamento. Aquí están todas las tonalidades del verde que ofrece la naturaleza”, dice Alberto Gómez Mejía (Armenia, 77 años), quien de niño observaba con detenimiento las hormigas y las rosas del patio de su casa, donde comenzó su curiosidad por el mundo natural.
Hoy, después de 50 años trabajando en la concepción y construcción del emblemático Jardín Botánico del Quindío y en la consolidación de un legado en conservación ambiental en Colombia, Gómez dice estar en equilibrio. “Vivo aquí dentro del jardín, entre las montañas donde alguna vez estuvo el océano Pacífico. Cuando mi mamá me decía que si me portaba bien iría al cielo, yo no sabía que lo iba a conocer en vida”.
A pesar de su temprano interés por la naturaleza, su vida tomó un rumbo distinto cuando decidió estudiar Derecho. Convertirse en alcalde de Armenia, paradójicamente, lo devolvió a su raíz. Durante su gobierno, entre 1975 y 1977, implementó un programa de pedagogía ciudadana enfocado en ecología, con conferencias impartidas por su amigo Jesús Idrobo, químico, botánico y catedrático de la Universidad Nacional. Al final de esas actividades y ya con Idrobo a punto de abordar un avión para regresar a su ciudad, se dio la conversación que cambió la vida de Alberto Gómez y terminó por darle un sueño que cumplir:
–¡Te gusta mucho esto, ¿no?! –le gritó, desde lejos, Jesús.
–¡Sí!
–¿Por qué no creas un jardín botánico?
–¿Qué es eso? –preguntó Gómez.
Cuatro años más tarde, en 1979, después de una dura batalla logística que lo llevó a invertir parte de sus recursos para conseguir el terreno, fundó el Jardín Botánico del Quindío. Se trata de un bosque premontano que alberga cerca de 500 especies de plantas nativas, 180 tipos de aves y un santuario para mariposas de 860 metros cuadrados –que tiene la forma de estos insectos–, con más de 1.500 ejemplares de 40 especies diferentes.
A partir de entonces, y durante 38 años, trabajó sin sueldo en su “edén” (recién en 2019 comenzó a recibir un pequeño ingreso). “A él el dinero le importa cinco, en este momento no tiene un solo bien económico, los que tenía los entregó. Apenas acaba de comprar un carro chiquito y ya lo puso a nombre del jardín”, relata Luz, su hermana.
El molinillo resiliente
La planta favorita de Alberto Gómez, su joya de la corona, es la Magnolia hernandezii, un árbol grande, de crecimiento lento, resiliente, que puede vivir más de cien años y alcanzar cerca de 40 metros de altura. “Tiene una flor blanca hermosísima, muy olorosa, que produce un fruto muy duro, y adentro tiene un hueso de madera donde van las semillas; los campesinos lo abren, lo pegan a un palo y con eso baten el chocolate”.
El “molinillo”, como la gente de la región le dice a esa magnolia, se convertiría con su madera dura en el símbolo de su resiliencia y de la de los empleados del jardín que, por causa de la pandemia, tuvieron que afrontar el cierre de las puertas del “paraíso quindiano”, como lo llama Gómez, y pusieron a prueba su temple y el del abogado ambientalista.
Meses atrás, el jardín buscaba duplicar su extensión a 30 hectáreas. En el nuevo terreno, Gómez quería crear un arboretum, una especie de vivero con plantas alimenticias y medicinales que sirviera de laboratorio de estudios en remediación de suelos. El proyecto, que estimaba financiarse con los ingresos de los visitantes, se detuvo a causa del aislamiento ocasionado por el covid-19.
Lejos de rendirse, Gómez y su jardín salieron adelante. “El jefe es obstinado con sus sueños, algunas veces demasiado, pero creo que es lo que le ha permitido construir todo esto”, afirma Héctor Favio Manrique, su mano derecha durante los últimos 14 años.
Ideó un plan para aprovechar las tierras que habían adquirido. Así, gracias a la siembra y venta de semillas y plántulas, que realizaban los 30 empleados del jardín, y con la ayuda de donantes de todo el mundo, el que es considerado uno de los mejores mariposarios del mundo pudo salvarse.
La crisis no solo le probó a Gómez que su madera era como la del molinillo, sino que le dio el impulso que necesitaba para terminar su libro Delincuencia ecológica, publicado en 2021, y para irse a vivir definitivamente a la que siempre fue destinada a ser su casa, su jardín. “Antes vivía en Bogotá tres días de la semana y cuatro aquí. Cuando se produjo la cuarentena, me quedé y soy muy feliz”.
Siembras y cosechas
Durante su extensa carrera como abogado, ecólogo, biólogo e incluso arquitecto (diseñó la disposición del jardín) ha cosechado múltiples reconocimientos: la Fundación Whitley para la Naturaleza, de Gran Bretaña, le entregó en 2005 un premio por su tarea en conservación ecológica. En noviembre de 2018 recibió la Orden del Café, categoría Oro de Armenia, y este año fue condecorado con la Orden Cordón de Los Fundadores, el mayor galardón cívico de la ciudad.
Estas condecoraciones, y muchas más, como recibir en 2022 un doctorado honoris causa en Ciencias Ambientales de la Universidad del Quindío, son resultado de su amplia trayectoria como “ecólogo disfrazado de ambientalista”, apodo que le puso Brigitte Baptiste. La ley 299 de 1996, con la cual se protege la flora nativa y se reglamentan los jardines botánicos en Colombia, es, tal vez, su obra cumbre como jurista.
Alberto Gómez no para de soñar y de hacer. Actualmente, trabaja en la adecuación de un Centro de Reproducción de Mamíferos que busca salvar la fauna regional, “yo creo que lo vamos a lograr”, dice; al tiempo que propone que la magnolia hernandezii sea el árbol insignia del Quindío. Quizá, con esa tenacidad que lo define, en unos años se vea esa planta adornando los libros oficiales del departamento.
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