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Gustavo Petro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Furia para Kast, silencio para Maduro: el notable sesgo ideológico de la diplomacia tuitera de Petro

El presidente colombiano volvió a tener una respuesta incendiaria ante la elección del nuevo presidente en Chile, lo que inició de la peor manera la relación entre los dos gobiernos

Gustavo Petro

La impulsiva diplomacia tuitera del presidente Gustavo Petro nuevamente fue causa de una crisis bilateral para Colombia, esta vez con el gobierno de Chile. Menos de dos horas después de la elección del candidato José Antonio Kast, Petro lo tildó de ‘nazi’ y aseguró que nunca le daría la mano. En respuesta, la administración saliente del presidente Boric –que ha entendido bien la necesidad de respetar los protocolos de la democracia– envió una nota de protesta al gobierno de Colombia.

Casi todos los mandatarios de América Latina, entre ellos los de México y Brasil, ambos reconocidos exponentes de la izquierda de la región, felicitaron la elección de Kast dentro de los protocolos diplomáticos que se usan cuando países cercanos organizan votaciones. Y en Chile, donde los símbolos democráticos han asumido un rol casi sagrado para los gobiernos desde el regreso de la democracia, la respuesta de los sectores derrotados fue desde un admirable respeto por la institucionalidad. Minutos después de que se conocieran los resultados, la candidata derrotada de izquierda, Jeannette Jara, visitó al ganador y lo felicitó públicamente. Y a pesar de la derrota de su candidata predilecta, el presidente Boric, también de izquierda, llamó a Kast por teléfono ante todo el país en una llamada que se ha vuelto una tradición democrática cada cuatro años en Chile y al día siguiente lo recibió en el Palacio de la Moneda para iniciar el proceso de transición.

Mientras tanto, la decisión solitaria de Petro fue atacar al presidente electo con agravios e insultos, lo que inició de la peor manera la relación entre los dos gobiernos. Está lejos de ser la primera vez que los trinos del presidente descalifican procesos electorales de otros países, y estos se sumaron a sus pronunciamientos en contra de gobiernos de países como Perú, Ecuador, Bolivia, Brasil, España y Estados Unidos. Es notable un gran ausente entre la larga lista de decisiones cuestionadas por el presidente colombiano: el de Venezuela en 2024. Ante cada pronunciamiento salido de tono y de protocolo de Petro frente a elecciones y discusiones políticas de países de todas las latitudes, debemos volver a preguntar por qué no ha sido capaz de rechazar con claridad el fraude de Nicolás Maduro en Venezuela.

La inquietud de fondo que hay que plantear es de qué manera beneficia a Colombia que el representante del Estado decida lanzar discursos incendiarios sobre la política de países de la región. En ninguno de los casos anteriores, las palabras de Petro han contribuido a la solución de crisis internas de países vecinos ni al mejoramiento de las relaciones bilaterales. El presidente sabe que existen canales adecuados y prudentes para dejar claras las diferencias entre dos gobiernos sin afectar la relación entre dos naciones, pero aún así ha preferido el camino de la diplomacia pública de las redes sociales. Y esto solo tiene una explicación: la búsqueda de aplausos a título personal antes que la toma de decisiones acertadas para el beneficio de toda una nación.

Petro entiende perfectamente que carga la compleja responsabilidad de hablar en nombre de todo el país y no solo en defensa de sus sesgos más profundos. Sin embargo, la creciente radicalización y falta de mesura en sus pronunciamientos diplomáticos superan la fuerza de cualquier llamado del deber. El presidente cree erróneamente que el inmenso poder que le ofrece su cargo está a disposición suya, a título personal, para librar desde ahí cada una de las peleas que sus sesgos e ideas le dictan, incluso cuando eso trae grandes riesgos para el país.

Los defensores del presidente aplauden su determinación por “llamar las cosas por su nombre” a pesar de que ha caído en la cómoda y desacertada práctica de llamar ‘fascista’ a todo el que se atreva a criticarlo. Pero lo que sí es un hecho es que entre más sube el volumen de los ataques de Petro, más pesa también su silencio y su falta de contundencia ante la crisis política más grave de la región, que ha tenido lugar a pocos kilómetros del territorio colombiano. Cualquier aventura diplomática del presidente Petro será opacada por su inquietante ambigüedad a la hora de condenar con esa misma claridad el fraude electoral y los abusos de poder de Nicolás Maduro en Venezuela.

No es un escenario positivo ni esperanzador que la diplomacia de toda una nación esté en manos de un dirigente a quien le preocupan más los aplausos, las controversias y las reacciones inmediatas que la responsabilidad que conlleva un cargo como el suyo. La diplomacia es la búsqueda de precisamente lo contrario a esa lucha de egos: es la disciplina de poner a un lado los sesgos ideológicos de los gobernantes y priorizar los intereses de las naciones en beneficio del largo plazo.

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