22 candidatos y 28 millones de apoyos: el auge de la inscripción por firmas desnuda el desencanto con los partidos políticos en Colombia
Aspirantes presidenciales de todas las ideologías presentan cientos de miles de apoyos ciudadanos para sortear a las colectividades tradicionales y capitalizar el descontento


La Registraduría, la entidad que organiza las elecciones en Colombia, se ha llenado de cajas de cartón y plástico. Una veintena de candidatos presidenciales ha acudido a su sede en Bogotá para entregar cientos de miles de apoyos ciudadanos —que suman 28 millones— e inscribirse por firmas, un mecanismo que permite sortear a los partidos políticos. Los aspirantes se han fotografiado con las cajas y han proclamado que son independientes de las colectividades, que el pueblo los respalda, que solo responden ante él. No importa que muchos provengan de los partidos que critican, que haya empresas que cobran cifras millonarias para conseguir los apoyos, y que luego gran parte de los ciudadanos no vote a los candidatos que avaló. Los políticos han aprendido a utilizar la inscripción por firmas, finalizada este miércoles, para capitalizar el descontento de los colombianos con los partidos.
El protagonista en esta ocasión ha sido el ultra Abelardo de la Espriella, que encabeza los sondeos en la derecha. Aunque cuenta con el aval del partido Salvación Nacional y es cercano al expresidente Álvaro Uribe, su campaña de recolección de firmas promueve su narrativa de ser un outsider que viene a cambiar el sistema político de raíz. “Estas firmas materializan un anhelo del pueblo colombiano, que es salvar y reconstruir a la Patria (...). Demuestran independencia y un mandato popular insoslayable”, declaró al entregar 4,9 millones de firmas, casi ocho veces más que las 630.000 que necesitaba —el 3% de los votos válidos de la elección presidencial de 2022—. Después, utilizó esos apoyos para rechazar una propuesta de elegir un candidato único en la derecha a través de una consulta: las firmas, dijo, son “un mandato claro y masivo” para mantenerse independiente.
La lista se completa con otros 21 candidatos, el doble que hace cuatro años y un reflejo de la fragmentación política que caracteriza a esta carrera electoral. La izquierda está representada por Carlos Caicedo, el exgobernador del Magdalena que critica el liderazgo “centralista” del presidente Gustavo Petro (2,6 millones de firmas). Por el centro, están la exalcaldesa de Bogotá Claudia López (1,2 millones) o Luis Gilberto Murillo, que fue canciller de Petro (1,3 millones). La derecha, por su parte, tiene una decena de aspirantes que reflejan su atomización. Los más significativos son David Luna, exsenador de Cambio Radical (1,3 millones); Vicky Dávila, exdirectora de la revista Semana (1,4 millones); Mauricio Cárdenas, exministro de Hacienda de Juan Manuel Santos (1,1 millones); y Juan Daniel Oviedo, exdirector del Departamento Administrativo Nacional de Estadística bajo Iván Duque (880.000). Los cuatro forman parte de un proceso de convergencia recién lanzado esta semana.
Las firmas nacieron del rechazo a los partidos tradicionales, señalados de ser corruptos y excluyentes. El mecanismo surgió a partir de la Constitución de 1991, que buscaba dejar atrás el dominio absoluto que los partidos Conservador y Liberal mantuvieron durante el siglo XX, y que la ciudadanía pudiera participar directamente en la política. Para Manuel Camilo González, experto en sistemas electorales y profesor de la Universidad Javeriana, fue positivo abrir la puerta a que “otros grupos asuman el poder”. “Permitió que se lancen personas que no se sienten representadas por los partidos. Eso, a su vez, hace que haya más participación de electores que se sienten motivados a votar por estos candidatos. Hay un efecto virtuoso de movilizar y dinamizar la democracia”, explica por teléfono.
El problema, apuntan los expertos, es que esa idea democratizadora se fue corrompiendo. González comenta que los políticos tradicionales comenzaron a utilizar el mecanismo ciudadano para capitalizar el descontento. “El cálculo es que me lanzo como independiente porque sé que mi electorado rechaza de plano la idea de un partido político”, señala. Asimismo, el sistema también empezó a servir para que los políticos tradicionales dirimieran sus disputas partidarias. El caso más evidente es el del expresidente Álvaro Uribe en 2002: tras cuatro décadas en él, se apartó del Partido Liberal, entonces bajo el liderazgo de Horacio Serpa, y recogió más de un millón de firmas para lanzar su candidatura a la Presidencia a través del movimiento Primero Colombia. “Fue una forma de expresar el descontento con la cúpula del partido, pero retener la maquinaria”, señala el experto. Luego, Uribe volvió a la vida partidaria y ahora lidera su propia colectividad, el Centro Democrático.
Yann Basset, profesor de Ciencia Política de la Universidad del Rosario, coincide con el diagnóstico. “La inscripción por firmas permite que los políticos jueguen con la idea de que no son políticos, pero al final son los mismos de siempre”, afirma. Para él, además, es preocupante que estas dinámicas refuercen los liderazgos personalistas. “Hay cada vez más políticos que no quieren depender de los partidos porque no quieren responderle a nadie”, dice. El camino, considera, no debería estar en alejarse de los partidos, sino en hacerlos más democráticos y con más contenido programático. “La rendición de cuentas vertical con los electores no es suficiente: hay una asimetría de información y los políticos pueden manipular a los votantes. La idea de un partido es que los políticos se vigilen entre ellos. Si uno toma una decisión que se desvía de la línea programática, los demás pueden pedirle explicaciones”.

El engaño de las firmas
Con el paso de los años, también ha quedado en evidencia que las firmas no reflejan el apoyo popular que los políticos dicen tener. Un ejemplo claro es el exvicepresidente Germán Vargas Lleras: presentó 5,5 millones de firmas para las elecciones presidenciales de 2018, pero solo sumó 1,4 millones de votos. “La gente firma por cualquiera que le parezca simpático, una firma no se le niega a nadie”, comenta Basset. Hay todo tipo de posibilidades por las cuales un elector puede apoyar una recolección y no revalidar ese respaldo en las urnas: desde que el candidato expresó posteriormente una idea con la que está en desacuerdo hasta que le firmó a más de un aspirante.
Alfonso Portela, exregistrador delegado para lo electoral y consultor, cuenta que algunos políticos ni siquiera recogen firmas con sus bases. “El requisito de firmas se volvió un escollo, no un reconocimiento de la ciudadanía. Por eso, muchos optan por contratar empresas para ir por las firmas”, apunta en una llamada. Estos servicios, como el que provee su propia consultora, son variados: desde decirles en qué zonas son más populares para focalizar esfuerzos o capacitarlos en cómo recogerlas para que sean válidas, hasta encargarse de la recolección ellos mismos.
Además de los militantes y voluntarios pagos, existen los “recolectores profesionales”. “Una empresa le paga una suma de dinero a una persona para que recoja cierto número de firmas. Luego, esa persona construye una cadena de distribución del recurso, en el que le da parte del dinero a familiares y amigos”, explica Portela. “Una firma cuesta alrededor de 1.000 pesos, así que un millón está costando entre 1.300 y 1.400 millones de pesos [entre 340.000 y 365.000 dólares]”, añade. Los participantes, en estos casos, no firman por simpatía política ni se interesan por el candidato: “Una misma familia puede firmar formularios de Vicky Dávila, Oviedo y Abelardo”.
Otros problemas
Los candidatos por firmas tienen beneficios frente a los que van por colectividades tradicionales, afirma por teléfono Frey Alejandro Muñoz, subdirector de la Misión de Observación Electoral (MOE). “Las campañas de recolección inician un año antes que las elecciones, cuando los partidos solo pueden hacerlo cuatro meses antes. Son una forma de hacer campaña extemporánea”, dice. Tienen, además, menos regulaciones sobre el financiamiento: “El sistema de control comienza una vez que se inscriben [en diciembre]. Antes, no hay topes ni seguimiento en tiempo real”.
El único presidente que ha llegado al poder por firmas, hasta ahora, ha sido Uribe. Después, entre 2006 y 2014, el mecanismo no se utilizó. Gustavo Petro lo retomó en 2018, pero cayó derrotado ante Iván Duque, del Centro Democrático. Cuatro años después, se presentó por el Pacto Histórico y venció a Rodolfo Hernández, un político estridente y populista que había recolectado 1,9 millones de firmas. Ahora, hay una veintena de aspirantes por firmas que se depurará en los próximos meses. Las rúbricas no les auguran ningún éxito. “Son como las redes sociales: no por tengas más likes vas a tener más votos”, dice González.
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