Elda Mosquera, alias Karina: “Mi verdad no es la misma que la del secretariado de las FARC”
Quien fuera conocida como una de las más crueles guerrilleras niega en un nuevo libro esa versión de su historia y critica que sus antiguos comandantes no reconozcan la violencia de género en el extinto grupo armado


Por estos días Elda Mosquera (Puerto Boyacá, 58 años) se despide de quien fue su alter ego, Karina, el alias que cargó por años, como líder de las extintas FARC en el Urabá Antioqueño, al noroccidente de Colombia. Entró a esa guerrilla con solo 16 años y desertó a los 44, en 2008, cuando era comandante del frente 47 y cargaba la fama de ser una de las cabecillas más sangrientas: se decía que jugaba fútbol con las cabezas de sus víctimas, que ordenaba castraciones y violaciones. “Es un mito” alega desde una librería en Envigado, al sur de Medellín, cuando lanza Volver a ser Elda, su biografía relatada al politólogo Gustavo Duncan, quien la redactó.
Mosquera da su versión de lo que sí hizo: tomas guerrilleras en las que murieron civiles, reclutamientos forzados a menores sin una gota de empatía. No niega que fue cruel, que dejó pasar muchos de los crímenes que cometieron sus subalternos. Pero también dice que sus 10 años en la cárcel la transformaron, que escuchó el dolor de muchos, que pidió perdón, que logró reconciliarse con quienes quisieron matarla en el Ejército y los paramilitares. Ahora trabaja en confecciones y en decir la verdad, la suya, que “no es la misma que dan los de las FARC ante la JEP”, dice sobre los comandantes que fueron sus compañeros y que desde 2017 están siendo procesados en esa justicia transicional. Con ellos no se habla. “Yo no me fundo en el pasado, tengo mi vida, pero lo recuerdo porque debo hacer la tarea ante la justicia”, dice en entrevista con El PAÍS.
Pregunta. Usted desertó hace 17 años. ¿Qué la motivó a escribir ahora una biografía?
Respuesta. La necesidad de que la gente conociera mi verdadera historia, ya que lo que conocen es un mito. Cuando salí de la organización, en 2008, fue triste conocer esa versión que había de mi. Porque adentro creía que todo lo que hacía estaba bien, y resulta que di el paso a la civilización y encontré que no fue así. Pero también me juzgan de cosas que no hice. De mí decían que era una mujer sangrienta que jugaba al balón con la cabeza de policías y militares muertos, o que castraba a los hombres. Eso no es cierto. En el libro cuento lo que realmente viví; no soy una persona con ese corazón tan cruel.
P. Sin embargo, escribe que “en la guerra yo no me ponía en los zapatos de nadie”. ¿Cómo perdió la empatía?
R. Yo empecé a ser instruida desde muy joven. A los 12 años ya pertenecía a la juventud comunista, donde nos enseñaban que la forma más elevada de lucha era la armada, y a los 16 años entré a uno de los frentes de más enfoque militar de las FARC, el quinto. Mis comandantes me enseñaron a ser una militar, a no tener consideración, a olvidarme del afuera; no me enseñaron lo que era el amor. Uno no tenía autorización ni para enamorarse. Nos llenaron de odio, de venganza, nos teníamos que desquitar de un Estado tan culpable como la gente que lo apoya. Yo no sabía qué era tener compasión por las demás personas, yo solo quería venganza, porque habían matado a mis hermanos. Mi familia eran los compañeros de lucha.

P. Arranca el libro contando que, cuando se fue a las FARC, su papá le dijo que fuera “buena guerrillera”. ¿Qué era eso?
R. Era comportarse bien, obedecer. Era compartir, pero con los compañeros, no con la sociedad. “No quiero que mañana me vengan a decir que fusilaron a mi hija porque fue mala guerrillera”, me decía. Esa frase me hizo quedarme tantos años; la recordaba cuando estaba a punto de desfallecer. Siempre fui muy obediente.
P. Ser obediente muchas veces implicaba cometer acciones crueles
R. Y muchas veces la gente no entiende que estaba obedeciendo órdenes, y que si no las obedecía era castigada. Me han dicho que asesiné niños, y no entienden que fue una orientación de la organización. Por eso me parece muy bien que se diga que los guerrilleros deben responder por línea de mando, porque fueron órdenes desde arriba. Este libro es para que la historia no sea contada solo desde la versión de los máximos jefes de las FARC, sino los que estuvimos debajo de ellos.
P. También revela que el marido de una hermana abusó sexualmente de usted varias veces cuando era chica. ¿Le confesó esto a su ella antes de publicar el libro?
R. No se lo he podido contar. Ella no está en la ciudad, vive en el campo y espero que no se esté dando de cuenta del revuelo, que no lo sepa por otras personas. Espero contárselo cuando ella venga a la ciudad.
P. ¿Porqué le pareció importante revelarlo?
R. Me ocurrió cuando tenía como 12 o 13 años, y no pensé que me hubiera afectado en mayor cosa. Pero cuando entré a Justicia y Paz [un sistema de justicia transicional] vi informes de las mujeres víctimas de violencia sexual, y me dolió mucho eso que me pasó. Lo recordé y por primera vez pude ponerme en los zapatos de ellas. En la organización supuestamente no estaba permitido, pero pasó, claro que pasó. Si la Fiscalía comprueba que lo hizo uno de los que estaban conmigo, acepto mi responsabilidad de mando. En mi sentencia hay cuatro casos de violencia sexual por personas que estaban a mi mando. Algunas mujeres me acusaron de ser parte de eso, algo que fue doloroso, porque yo tenía ese guardado. Yo jamás haría eso.
P. Los miembros del antiguo secretariado no han admitido ante la JEP que hubo violaciones sistemáticas en las FARC.
R. Cuando ellos decían eso en La Habana, pensaba que no sabían a lo que se iban a enfrentar. Yo también dije inicialmente que eso no estaba permitido. Luego, empezaron a haber versiones colectivas ante la justicia y un muchacho de la organización confesó lo que pasaba. Ahí entendí que uno no puede sacar la cara por nadie, uno no puede asegurar que eso no pasó.
P. ¿De qué se arrepiente?
R. De los actos de terrorismo que cometí, de llevarme a los jóvenes para la guerrilla. En el libro cuento que mi historia cambió el día en que (el comandante) Iván Ríos me pidió llevar a mi hija a la guerrilla. Ahí sentí el dolor de madre: mi hija tenía solo 14 años.

P. Lamenta lo que pasó con una menor llamada Omaira. ¿Qué fue de ella?
R. Ella era una niña que había pedido ingresar, pero luego lloraba y pedía devolverse. Cuando llegué a ese frente, ella confió en mí y me contó que había sido infiltrada del Ejército. Me pidió prometerle que no le contaría a nadie: “yo no me quiero morir, no quiero que me fusilen”. Se lo prometí pero luego le conté a mi superior. Ella fue procesada en un consejo revolucionario y los estatutos eran claros, había que fusilarla.
P. Dice que la justicia sigue en deuda con muchos niños que la fuerza pública usó como infiltrados
R. Sí, y las FARC fusiló a muchos. Yo estoy respondiendo por ellos, pero creo que también deben responder los militares y policías.
P. Cuenta que quedó embarazada, la guerrilla le pidió abortar y, cuando no lo hizo le exigió abandonar a la niña. ¿Cuál fue el costo de eso?
R. Nuestra relación ha sido de mucha distancia. Aunque mejoró en 2024, no nos comunicamos mucho porque, como me ha dicho varias veces, “Mami, usted me acostumbró a una sola llamada al año, en Navidad o en mi cumpleaños”. Me hubiera podido rebelar cuando ella nació, pero tenía susto de que me fusilaran si no volvía.
P. El antiguo secretariado tampoco ha admitido que sistemáticamente pidieran abortar a las guerrilleras embarazadas
R. Es un tema álgido. Ellos no lo aceptan, pero vi el llanto de muchísimas guerrilleras porque tenían que abortar. Y no solo eso, a veces era con el bebé totalmente formado, de siete meses por ejemplo. A mí también me tocó hacer abortar a algunas.
P. Cuenta que, cuando decide desertar, el Ejército le pidió decir que fue por la presión militar, pero no era cierto. ¿Por qué se fue?
R. La razón principal es que estaba aburrida con la organización: en el frente 47 tenía mala vibra con mis mandos superiores. Si me hubiera quedado en el frente quinto quizás no hubiera desertado. Me molestó el desprecio de mis comandantes por la vida y hubo cosas que me dolieron, como lo que pasó con el hijo de Clara Rojas [quien tuvo un bebé secuestrada por las FARC]. ¿Por qué le tenían que quitar a su bebé? Yo veía que la guerrilla no iba para ninguna parte. Lo de la presión militar fue secundario.
P. ¿Qué opina de la JEP? ¿Cree que hubiera sido mejor ser juzgada ahí que en Justicia y Paz?
R. Yo nunca quise llegar a la JEP porque ya tenía un proceso adelantado en Justicia y Paz, un compromiso con muchas víctimas para que tengan respuestas y reparación. Además, mis excompañeros no me quieren ver, me sienten como una mujer traidora. Me hacen mala cara porque mi verdad no es la misma de ellos. Yo siempre he dicho que hubo reclutamiento [forzado de menores], y ellos difícilmente lo aceptaban. Tampoco están aceptando que hubo violencia de género, abortos, violaciones. Yo digo la verdad. Digo que claro que a la Unión Patriótica la persiguieron en Urabá, pero las FARC también exterminaron al movimiento Esperanza Paz y Libertad [de desmovilizados de la guerrilla del EPL], y ellos no lo han contado. Si la JEP no escucha a los mandos medios y a los rasos, no hay verdad completa.
P. Usted cuenta que se ha reconciliado con militares y paramilitares que fueron sus enemigos, pero no con quienes fueron sus comandantes ¿Por qué es tan difícil reconciliarse con quienes fueron compañeros?
R. Ellos me juzgan. Tengo confirmado, por algunas organizaciones que me han invitado a eventos, que han dicho “donde esté Karina, no vamos”. Parece ser más fácil reconciliarse con los enemigos que con los amigos. Incluso me he reconciliado con algunas víctimas, y por eso le agradezco mucho a la Comisión de la Verdad, que generó un espacio de encuentro con ellas que no se podía ante la justicia.
P. Dice que le gustaría reconciliarse con el expresidente Álvaro Uribe Vélez. ¿Por qué?
R. Porque fue uno de las personas que más ordenó buscarme, desde que fue gobernador de Antioquia, y quisiera preguntarle por qué me buscó tanto.
P. ¿No es porque cree que usted asesinó a su papá, algo que usted niega en el libro?
R. Yo creo que esa es la razón, pero él no me lo ha expresado.
P. En las FARC la religión era vista como el opio del pueblo, y usted ahora es evangélica. ¿Cómo llegó a una iglesia cristiana?
R. Dios llegó a mi vida cuando más lo necesitaba. Cuando me desmovilicé todos los titulares eran sobre Karina, todo era muy malo, tenía mucha presión. Yo nunca lloré pero me sentía muy triste, me acusaban de todo y pensaba que me había debido dejar matar en la guerra. Hasta los del DAS, que me custodiaban, cogían su pistola cuando yo me movía, porque tenía una fama de ser una mujer sangrienta. Gilberto, del DAS, apareció un domingo y me dijo “no vengo a juzgarla, vengo a traerle un mensaje de parte de Dios”. Yo necesitaba escuchar eso cuando todo el mundo me odiaba. Me senté en la cama a llorar. No había llorado en toda la semana desde mi desmovilzación. Creo que Dios me empezó a hablar, porque Gilberto me dijo “Dios a usted la ama y no la juzga”.
P. La justicia le ha pedido recordar cosas que pasaron hace décadas. ¿Aún confía en su memoria?
R. El hecho de que la justicia nos hubiera sentado a varios a dar versiones colectivas me hizo recordar muchas cosas que perdí del radar. Las víctimas también ayudan a recordar cosas. Uno siempre necesita a otros para reconstruir la memoria.
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