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crisis diplomática Colombia - EE UU
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Trump contra Petro: lecciones de una brevísima pelea

El conflicto por las deportaciones revela que el presidente de EE UU subordina la relación con América Latina a sus prioridades locales. La compleja encrucijada que enfrenta Colombia

Donald Trump y Gustavo Petro
Donald Trump y Gustavo Petro.AGENCIAS
Carlos Pagni

El llamativo entredicho entre Donald Trump y Gustavo Petro en torno a la deportación de colombianos cobija, en su brevedad, varias lecciones. En principio, obliga a ajustar la lente sobre el significado de la presencia de numerosos funcionarios relacionados con América Latina en la nueva administración republicana. Entre ellos, el secretario de Estado, Marco Rubio. Ese pelotón de colaboradores procedente de Florida autorizaba a imaginar una agenda exterior privilegiada en relación con América Latina. Ahora hay que pensar que es un error. Trump subordinó la relación con la región a sus prioridades de política doméstica. Los países latinoamericanos son, antes que otra cosa, emisores de migrantes ilegales. Esa condición, que en los últimos años se limitaba a México y Centroamérica, fue extendida a Colombia y a Brasil.

Habría que precisar todavía más el contorno de estas decisiones. Porque el presidente de los Estados Unidos es un deportador selectivo. No cualquier inmigrante irregular es remitido a su lugar de origen. En general fueron escogidos ilegales que viven en estados gobernados por demócratas. Y proceden de países con gobiernos “enemigos”. Se devuelve gente a Colombia o a Brasil, pero no, por ejemplo, a la Argentina de Javier Milei.

Lula da Silva reaccionó con profesionalismo frente al envío de deportados que llegaron a su país atados con esposas, como si fueran criminales. El canciller Mauro Vieira ofreció una conferencia de prensa para expresar que trabajarían con las autoridades de los Estados Unidos para que las operaciones se inscriban en las reglas ya acordadas en 2018 y 2021 para cuestiones migratorias. Dejó en claro también que el avión norteamericano fue detenido por problemas técnicos en el equipo de aire acondicionado. Es decir, no se debió a una decisión del Gobierno brasileño. Síntesis: la relación de Trump con Lula se inauguró en el campo de la seguridad interior de los Estados Unidos.

Petro, a diferencia de Lula, ordenó que la aeronave con repatriados no ingresara a territorio colombiano. Trump anunció de inmediato retaliaciones. La imposición de un arancel del 24% para productos importados desde Colombia y la prohibición de ingresar a su país para funcionarios colombianos, incluido el presidente. Petro dobló la apuesta con una retórica encendida. Pero, en pocas horas, retrocedió sobre sus pasos.

Podría pensarse que la retracción de Petro se inspiró en la escasa solidaridad internacional que recibió su arrebato contra Trump. Pero, en rigor, en esa vuelta de carnero está sintetizada la compleja encrucijada en la que está su Gobierno. Mejor dicho: en la que está Colombia. No solo porque todo el empresariado se unió para presionar en contra de un enfrentamiento que cerraría el mercado estadounidense para los productos del país. El conflicto con Trump encuentra a Petro en su hora más difícil: el fracaso de su estrategia pacificadora frente a la guerrilla. En la región septentrional de Catatumbo, fronteriza con Venezuela, una acción sin precedentes del Ejército de Liberación Nacional dejó 80 muertos y alrededor de 38.000 desplazados.

Ese levantamiento armado reconfiguró la situación de Petro en el poder y de Colombia en la región. El desafío guerrillero devuelve al primer plano a las fuerzas armadas, movilizadas para la represión. Los militares perdieron protagonismo y gravitación con los sucesivos intentos de pacificación que se iniciaron con la gestión del presidente Juan Manuel Santos. El Gobierno actual los debilitó más, recortando su presupuesto como nunca antes. Petro debe también desandar ese camino y revitalizar a su ejército.

Esta nueva política tiene una dimensión externa. Primero, porque los soldados colombianos han sido siempre y siguen siendo pro-norteamericanos. Segundo, porque Colombia es, en razón de su gestión de Defensa, un aliado global de la OTAN, que es una organización liderada por los Estados Unidos. Tercero: esa relación estrecha se materializa en numerosos programas de asistencia de los Estados Unidos a las fuerzas armadas colombianas, sobre todo en entrenamiento, capacitación y dotación de recursos para la lucha contra el narcotráfico.

Síntesis: es imposible imaginar un conflicto como el que Petro abrió con Trump en un momento en que el frente interno se militariza a través de fuerzas armadas muy dependientes de los Estados Unidos.

El giro de Petro se proyecta hacia el exterior en otro plano: su relación con la dictadura venezolana. El ELN opera en la frontera con ese país. Y recibe protección de militares que obedecen a Nicolás Maduro. Se trata del denominado Cartel de los Soles, formado por uniformados del Ejército Bolivariano y dedicado, según numerosos testimonios, al tráfico de cocaína. Este es el telón de fondo de un comunicado que el presidente de Colombia emitió el sábado pasado, reclamando cooperación a las fuerzas armadas de Venezuela. Le contestó la máxima autoridad de esas fuerzas, el general Vladimir Padrino López, asegurando que habría esa colaboración. El cinismo al que obliga un mínimo de institucionalidad.

El intercambio de mensajes oculta que el vinculo de Petro con Maduro está destinado a resentirse. Entre otras cosas, porque Maduro está preso de sus militares. La dictadura chavista se sostiene sobre las armas. Si hacía falta algo para detectarlo, alcanza con leer el mensaje que Marco Rubio emitió antes de la forzada reasunción del mando del fraudulento Maduro: pidió a los militares que se abstengan de castigar a quienes se movilizaran protestando por ese arrebato del poder.

Rubio profesa un antichavismo que deriva de su animadversión al régimen cubano. En la anterior presidencia de Trump, fue el inspirador de una maniobra fracasada: una movilización humanitaria desde la frontera colombiana, muy cerca de donde hoy hace estragos el ELN, para corroer las bases del régimen de Caracas. La apuesta última consistía en que Padrino López se levante contra Maduro. Sucedió todo lo contrario. El régimen se militarizó todavía más.

Aquí se asienta uno de los corolarios de la relación triangular que se tiende entre Washington, Bogotá y Caracas: el papel que, cada vez con mayor intensidad, ejercen las fuerzas armadas en el sostenimiento de algunos gobiernos. Convertidas en factor de orden, en un horizonte todavía brumoso pueden ser también una causa de desequilibrio.

¿Seguirá siendo tan severa la posición de Rubio, ahora “canciller” de Trump, en relación con Caracas? Hay un factor que lo impide: la influencia de Chevron, la petrolera norteamericana que retomó sus actividades en Venezuela. El negocio de Chevron siempre estuvo vigente en ese país, sobre todo por la audacia de un antiguo directivo de la compañía, el iraní Alí Moshiri. Es un dato clave: Venezuela es el tercer proveedor de petróleo a los Estados Unidos, después de México y Canadá. Le exporta, promedio, 295.000 barriles diarios. Ese comercio es el mayor aliado de la dictadura.

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