La Escombrera y mucho más
Esta zona en Medellín es otra herida abierta, pero no la única. En Colombia hay 124.734 personas dadas por desaparecidas en el marco del conflicto armado, y sus familias siguen en el limbo
Los cuerpos encontrados en la zona de La Escombrera en Medellín dan esperanza a familias que llevan años de búsqueda. Triste que sea la certeza de la muerte la que puede dar alivio. Este es un país de dolores que no pasan, de heridas sin sanar que supuran de tanto en tanto, de cadáveres que salen de sus fosas para denunciar. Es ahí cuando comienza, como tantas veces, la guerra del relato porque hay quienes niegan lo que pasó a pesar de tantas evidencias.
Que no eran malos muertos, dicen algunos, que la operación Orión era justa y necesaria porque a la comuna se la habían tomado los delincuentes. Que fue una operación institucional con presencia de todas las autoridades. Y ahí estuvieron, claro, todas las entidades vigilando o mirando para otro lado porque también estuvieron los paramilitares, un hecho innegable probado en pronunciamientos judiciales, declaraciones de testigos y protagonistas y en una fotografía de Jesús Abad Colorado que hace imposible negar aunque lo nieguen: un hombre vestido de camuflado, con el rostro cubierto y botas pantaneras, señala hacia un lugar y parece dar órdenes a soldados que lo rodean.
Y sí que había grupos ilegales en la zona. Eso es cierto. Grupos que pescaban, como hacen siempre, en el río revuelto de la pobreza, los negocios ilegales y la ausencia de futuro. Combatir criminales es tarea del Estado, no cabe duda, pero en el marco de la ley. No se pide más, no se pide menos. No es mucho: controlar a los delincuentes con la fuerza legítima, sin desaparecer, sin torturar, sin matar fuera de combate. No se trata de dejar hacer a la delincuencia, se trata de enfrentarla con la ley y no con más delitos que dejan rastro aunque les tiren encima toneladas de escombros.
Más allá de los relatos que batallan en medios y redes, hay familias reales quebradas por los desaparecidos. Por los que enterraron en La Escombrera, por los que tiraron a los ríos y por los que salen de muchas fosas y cementerios a lo largo y ancho del país. Después de la operación Orión, dicen testigos y expedientes, se instaló en la zona el Bloque Cacique Nutibara, grupo paramilitar al que se atribuyen decenas de desaparecidos. Antes y después de la operación, La Escombrera era el lugar para desaparecer cuerpos y delitos, según versiones de familias afectadas que poco fueron escuchadas, hasta que la JEP dio la orden de proteger el lugar y comenzar la búsqueda. ¿Cuántos de los que se buscan están ahí?
La Escombrera es apenas uno de los lugares en donde pueden estar los desaparecidos. No es el único. En este momento hay en Colombia 124.734 personas dadas por desaparecidas en el marco del conflicto[1]. Según la Unidad de Búsqueda, hay 9.790 lugares de interés forense. En las últimas semanas se reportan hallazgos de cuerpos en Frontino (Antioquia), Fundación (Magdalena), Pitalito (Huila) y Yopal (Casanare), entre muchos otros municipios a donde van llevando las pistas, los testimonios. Hasta el momento 2.087 cuerpos han sido recuperados y sigue la cuenta.
Los responsables de las desapariciones son todos: paramilitares, guerrilla, miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, delincuencia común, desconocidos... a todos hay que reclamarles por los desaparecidos, a todos hay que pedirles que informen lo que saben, sobre todos ellos debe caer la justicia. Es un trabajo lento, caso por caso, exhumación por exhumación, dolor por dolor. Algunos no van a aparecer nunca, otros, como esos que surgieron entre los escombros, darán alivio a unas familias y dejarán a otras en la incertidumbre.
Para las familias, la desaparición es perder todo y quedar en el limbo. Es no tener una tumba sobre la cual llorar. Es un duelo roto que no pasa. Y es por eso, justo por eso, que “El hallazgo de restos humanos en La Escombrera devuelve la esperanza a cientos de familias de desaparecidos en Medellín”[2], como tituló este periódico cuando se asomaron, en medio de la búsqueda de muchos días, un fémur, una tibia, una dentadura y otros restos que prueban la existencia de cadáveres en el lugar tantas veces señalado. La desaparición es tan cruel con los que quedan que encontrar unos huesos devuelve la esperanza. Es la posibilidad de un cierre, la ilusión de una despedida.
No debería haber debate político ni ideológico sobre la necesidad de encontrar a los desaparecidos, a todos los desaparecidos. A los que fueron secuestrados por la guerrilla y no volvieron, a los que fueron detenidos por organismos del Estado y no volvieron, a los que salieron un día de su casa y no volvieron, a los que se desvanecieron y no volvieron. No debería nadie cuestionar la necesidad de dar eso a las víctimas de todos los actores del conflicto, pero la política es infame. Ante cada posibilidad de alivio que aparece para ellas alguien niega, alguien reclama, alguien protesta. Pobre país este, en el cual los líderes hacen política y clavan banderas sobre el dolor humano. No hay guerra que se supere si no encontramos alguna forma de reconocer todo lo que ha pasado, pedir perdón por ello, hacer justicia y avanzar. La Escombrera es otra herida abierta. Una más. Una de muchas.
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