Jesús Abad Colorado, un fotógrafo de verdad
Jesús Abad Colorado siempre anda armado con su cámara, con ella apunta y dispara e impide así que los proyectiles de los victimarios asesinen también la memoria de sus víctimas
Al disparar su cámara, Jesús Abad Colorado nunca elige al azar un objetivo. No fotografía la belleza, sino la verdad, por más atroz que ella sea, sin lentes deformantes. Por eso siempre elige rostros, manos y cuerpos horadados por la violencia y el sufrimiento. Su mirada nunca es objetiva, está emocionalmente afectada y comprometida con el padecimiento de las víctimas y su agonía.
Sus fotografías no tienen objetivos, mucho menos pretenden ser objetivas. Son radicalmente subjetivas, desgarradoras y verdaderas. Ellas llevan nuestras miradas más allá de las víctimas, de sus heridas insondables y sus cuerpos mutilados. Sus fotografías nos interpelan por cientos de miles de vidas destrozadas y sueños truncados. Su cámara, en un segundo, registra y realza la dignidad de hombres, mujeres, niños y niñas que en vida fueron condenados al olvido y solo son reconocidos en el momento de su atroz muerte.
Así conjura su ausencia definitiva de este mundo. Sus vidas quedan inmortalizadas y grabadas en la recámara de la memoria colectiva. Por eso Jesús Abad Colorado siempre anda armado con su cámara, con ella apunta y dispara e impide así que los proyectiles de los victimarios asesinen también la memoria de sus víctimas. Su cámara es un dispositivo de la historia, nos narra con la fuerza irrebatible de las imágenes las identidades y responsabilidades de los victimarios, pero también retrata sin concesiones nuestra indolencia e insensibilidad frente a lo sucedido.
Los múltiples rostros de la verdad
Sin duda, los testimonios de sus incontables y dolorosas imágenes nos permiten ver la verdad contenida en esta reflexión de Kafka: “Es difícil decir la verdad; porque si bien es cierto que solo es una, también es cierto que es algo vivo y, por tanto, tiene un rostro vivo y cambiante”. Esos cientos de rostros, fue lo que nos reveló en su discurso Jesús Abad Colorado, al recibir el Gran premio a la Vida y Obra de un periodista en la clausura de los premios Simón Bolívar de Periodismo 2024 y narrarnos con sus fotografías el intrincado laberinto de violencias en que vivimos y miles mueren atrapados.
Porque no es cierto, en nuestra mortífera realidad social y política, que una imagen valga más que mil palabras. Todas esas imágenes están inscritas y son consecuencia de una compleja tramoya de intereses y conflictos que apenas estamos vislumbrando, gracias a rigurosas investigaciones realizadas en los últimos años por el Centro Nacional de Memoria Histórica y el Informe final de la Comisión para el esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición.
Para conocer esas terribles verdades y sus responsables, por acción u omisión, hay que ver el documental No hubo tiempo para la tristeza, en donde aparecen numerosas fotografías de Abad Colorado, y consultar el portal de la Comisión de la Verdad y su informe final Hay futuro, si hay verdad. Gracias a ellos y la incansable reportería gráfica de Jesús Abad, sabemos que la verdad “tiene un rostro vivo y cambiante”, que no es otro que el de las víctimas y sus victimarios. Un rostro tan vivo y mutante que en ocasiones es intercambiable e indescifrable, pues las víctimas de ayer se convierten en victimarios mañana, formando así una maraña de terror y venganzas interminables, que todavía no cesa y muchos pretenden prolongar indefinidamente en nombre de la justicia.
Más allá de las víctimas y los victimarios
Lo más cruel y paradójico es que el mayor número de víctimas haya sido y sigan siendo los campesinos, las comunidades indígenas y negras, convertidas por todos los actores armados, desde los legales e institucionales hasta los ilegales, insurgentes y paramilitares, en carne de cañón y en masa de maniobra de sus mortíferas estrategias militares. Es lo que está sucediendo hoy en El Plateado, en Chocó, en Arauca, Putumayo, en el norte del Cauca, en Antioquia, para solo referir los territorios y las poblaciones más victimizadas.
Ayer, esos campesinos, para sobrevivir al asedio del Ejército Nacional en Marquetalia, se convirtieron en guerrilleros y luego, obnubilados por sus victorias y delirios de poder, se ensañaron contra otros campesinos en su disputa territorial contra el Ejército y los paramilitares. Luego, para el sostenimiento de sus filas, se transformaron en liberticidas e hicieron del secuestro una industria. Ahora son narcodependientes, traficantes y cancerberos de economías ilegales, que desafían y sepultan las esperanzas de la paz total.
Y, en medio de ese degradado entramado criminal, otros muchos campesinos, para sobrevivir o cobrar venganza, se vistieron de paramilitares. Hasta llegar al extremo gubernamental de que otros campesinos, portando el uniforme del Ejército Nacional, en cumplimiento de órdenes y supuestas políticas de “seguridad democrática”, como la Directiva 029 de 2005, asesinaron a miles de jóvenes campesinos y citadinos, disfrazándolos de guerrilleros y sepultándolos como falsos positivos. Lo más inaudito es que todos los anteriores victimarios revistan sus crímenes con narrativas inverosímiles como la defensa de la democracia, la justicia social, la revolución y hasta la soberanía nacional. Narrativas que Jesús Abad Colorado con el valor, la sensibilidad, la fidelidad de sus lentes y la contundencia de sus fotografías, desnuda y deshace por completo, revelándonos verdades que no se pueden seguir ocultando con las lentes deformantes de instituciones, intereses y privilegios al servicio de los victimarios, amparados en sus coartas criminales, sean ellas supuestamente democráticas, revolucionarias y hasta populares. “Porque si bien es cierto que solo hay una verdad, también es cierto que es algo vivo y, por tanto, tiene un rostro vivo y cambiante”.
La vida y obra periodística de Jesús Abad Colorado nos ha revelado esa terrible verdad en cientos de fotografías, confrontándonos con los rostros de miles de víctimas y los de unos cuantos victimarios, que todavía cínicamente evaden sus responsabilidades históricas con la complacencia y la complicidad de millones que los admiran y de un poderoso corifeo de medios periodísticos que los adulan, excusan y hasta llaman “salvadores de la patria”.
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