Huir dos veces de Líbano y vivir una guerra civil por cartas desde Colombia
Soraya Ghotme, una migrante libanesa, es una de las 117 personas que retornaron al país en el vuelo humanitario desde Beirut. Cuenta cómo ha vivido la guerra civil de 1975, la invasión de Israel de 2006 y los recientes bombardeos
Un helicóptero pasa y Soraya Ghotme se tapa los oídos con las manos.
―¿Qué es eso? ―pregunta, mientras baja la cabeza y encorva el cuerpo.
―Un helicóptero.
―Ah ―responde, y vuelve a enderezarse en el sofá de su sala en Bogotá, el 16 de octubre― Suena como “eso”. Todo el tiempo lo tengo aquí, en mi cabeza.
A lo que se refiere esta mujer libanesa como “eso” es a drones. Drones que escuchó incesantemente durante una semana en su pueblo de Lala, unos 70 kilómetros al sur de Beirut. Eran los primeros días de la ofensiva de Israel sobre el Líbano, que solo el 23 de septiembre dejó más de 500 muertos, según el ministerio de Salud local. Se calcula que más de 1.200 personas han fallecido en las últimas tres semanas.
Ghotme, de 79 años, está a salvo en su apartamento en la capital colombiana, al que regresó tras haber vuelto a Suramérica el 3 de octubre en el vuelo humanitario que envió el Gobierno de Gustavo Petro para rescatarla a ella y a otras 116 personas. Pero cualquier ruido la atemoriza. “Nunca voy a olvidar los cuatro días que pasé en Beirut antes de que saliera el vuelo. Una vez, hubo 80 misiles en una sola noche. ¿Te imaginas eso? Estaba encendida media ciudad”, recuerda la mujer, parte de una gran corriente de migración libanesa asentada en Colombia.
Ella pasó su infancia y primera juventud en el Líbano. En 1966, viajó a Colombia para unirse a su esposo, que se había radicado un año antes en Barranquilla, donde más tarde creó un negocio de textiles. Como los Ghotme hay muchas familias más en la costa caribe colombiana: desde finales del siglo XIX, han llegado al país miles de libaneses, sirios y palestinos que se dedicaron, sobre todo, al comercio y se hicieron parte de la cultura de la región. Sin ir más lejos, los abuelos de la cantante Shakira nacieron en Líbano.
No fue extraño, entonces, que, con la escalada del conflicto, el Gobierno colombiano activara una operación para rescatar a sus ciudadanos. De los 644 colombianos registrados en el consulado de Beirut, de acuerdo con el viceministro de Relaciones Exteriores, Jorge Rojas, 135 están en zonas de peligro por los bombardeos. De las 117 personas que regresaron al país, 47 eran menores de edad y 14, extranjeros. Había familias que se habían asentado en Líbano en los últimos años –por ejemplo, mujeres casadas con libaneses–. Otros, como Ghotme, solo estaban de visita.
Soraya había llegado en junio y tenía previsto regresar a Bogotá el 12 de octubre. “¿Que si me daba miedo ir? No, cuando salgo de Colombia solo pienso en llegar a mi pueblo. ¿Te imaginas lo que es volver a las calles donde creciste?”, dice, y esboza una sonrisa. Ghotme busca regresar cuando comienza el verano en el Líbano y la vida se vuelve una fiesta. “La gente se va a dormir tarde, a la 1.00 o 2.00, y pasa el rato en los barrios, en las casas, en las terrazas. Se pone una mesa con comida para picar y se habla de todo”, relata.
Pese a que la región vivía una tensa calma por los bombardeos de Israel más al sur, sobre la frontera, hasta avanzado septiembre, Ghotme pudo visitar a su familia y amigos, salir a comer fuera del pueblo, hasta ir a la playa de mujeres. Pero el 17 de septiembre, en un ataque coordinado de Israel, explotaron decenas de bípers en el país, matando a nueve personas y dejando heridas a más de 2.800 personas, entre ellos varios miembros de la milicia Hezbolá. “Las ambulancias pasaban por Lala a toda velocidad. Luego, cruzaban los familiares de los muertos y los heridos en los carros. Yo solo pensaba ‘¿qué pasa? ¿se está acabando el mundo?”, cuenta. Un día después, hubo más ruido: fue el estallido de los walkie-talkie usados por este grupo armado. Y los días siguientes vino el estruendo, con los bombardeos israelíes a la capital y al sur. Ghotme recuerda que primero zumbaban los drones, seguidos por 5 o 15 minutos de silencio. Luego estallaban las bombas, en lugares a los que se llega en unos 25 minutos por carreteras desde Lala. Pese al miedo, los hombres nunca dejaron de ir a la mezquita. “Ellos iban y las mujeres nos quedábamos en casa. Rezábamos cinco veces al día”, afirma.
En medio de la angustia de sus tres hijos, que la llamaban desde Colombia, supo del vuelo humanitario. Se comunicó con la Embajada y la cónsul le envió un formulario para que se apuntara. El 29 de septiembre contrató a un hombre para que la llevara en carro a Beirut. “No dejé que mi hermano me acompañara”, relata, “Del lado izquierdo de la vía se veía la destrucción. Yo me preguntaba ‘la gente que estaba allí ¿dónde está?, ¿murió bajo los escombros?, ¿huyó?’ No hay nada como vivir, sentir y escuchar la guerra”, explica. Tras varios aplazamientos, el vuelo saldría el 2 de octubre en la mañana. Esos días de espera en Beirut fueron los peores. “La noche antes del vuelo, los bombardeos comenzaron a las 11 de la noche y siguieron hasta las 4 de la mañana, sin parar. El piso y las ventanas vibraban”, recuerda.
El 2 de octubre, finalmente, se pudo alejar de las bombas. Cuando el avión de la Fuerza Aérea Colombiana aterrizó en el aeropuerto Rafic Hairi de Beirut, los 117 pasajeros aplaudieron y lloraron desde la sala de espera. “Estoy muy agradecida con la Embajada”, afirma Ghotme. Colombia fue uno de los primeros países en activar un vuelo humanitario. En América Latina, Brasil, Venezuela y Chile también han desplegado aviones. Otros países de la región se han valido de aeronaves de otras naciones para traer a sus ciudadanos.
La Cancillería y la Fuerza Aérea Colombiana están organizando el segundo vuelo humanitario. El Ministerio también ha indicado cómo se puede salir por cuenta propia: en vuelos de la aerolínea MEA o por mar, en barcos que salen desde Trípoli hasta Mersin, en Turquía. Cerca de 1,2 millones de personas han sido desplazadas en el último año por cuenta de los enfrentamientos con Israel.
Ahora Ghotme duerme en la comparativa calma de Bogotá. “Pero abro los ojos y pienso en mi casa”, dice. “Me dicen que no vea noticias, pero prendo el televisor y salto de canal en canal para ver qué sucede. Si lo viví, qué mal me va a hacer verlo en televisión”, agrega. Todos los días llama y chatea con su familia en el Líbano. Reconoce que en esta guerra es más fácil cuidar a los suyos que en los conflictos anteriores.
En 1975, cuando estalló la guerra civil, Ghotme ya tenía a sus hijos. “Para comunicarme con mis padres, nos enviábamos cartas y casetes con nuestras voces grabadas. Tardaban un mes en llegar”, cuenta. Así siguieron hasta 1984, cuando pudo regresar por primera vez a su país. “Entré por Damasco (Siria). De allí a mi pueblo es una hora, pero, con mi hermano, dimos una vuelta de tres o cuatro horas para ir más seguros”, narra. En el camino fueron detenidos por varios retenes del Ejército de Israel, que se involucró en el conflicto y ocupó parte de Líbano.
No fue la única vez que Ghotme vio la guerra. En 2006, cuando Israel invadió el sur en respuesta a un ataque de Hezbolá, ella y su hija estaban pasando el verano en Lala. Esa vez huyeron en un coche hasta Damasco, donde pudieron tomar un avión de regreso a Colombia. “Pero nunca había sido tan violento como esta vez”, sentencia.
Desde que migró, pocas veces ha visto a su país en paz. Pero recuerda que antes la historia era otra. “Era lo más tranquilo del mundo entero, no había nada qué hacer ni qué decir. Solo felicidad absoluta. Llegaba el verano y todo el mundo, a lo suyo”, recuerda.
Ghotme quisiera enseñarle el país a sus nietos. “Me gustaría llevarlos a Baalbek [una zona con ruinas romanas que es Patrimonio de la Humanidad] o al Palacio de Beiteddine, que es un museo precioso. Iríamos a sitios donde puedan jugar y luego, a por unos postres”, comenta y mira a un cuadro colgado en la pared. Es Lala, con sus casas blancas y tejas rojas. “Lo pintó una amiga de infancia y me lo regaló”, explica. Es como una ventana que le permite asomarse a casa, donde la vida está en pausa. El Líbano al óleo está en silencio. En el otro Líbano, a 11.500 kilómetros, las bombas no han cesado un solo día.
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