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Gobierno de Colombia
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Englobados

Los colombianos clamamos a los cielos por un país menos corrupto y violento. Algo impide que Dios nos vea de rodillas: el aire está plagado de globos

Miembros de la guerrilla de las FARC-EP sostienen armas de fuego durante durante una asamblea en San Vicente del Caguán, Colombia, el 16 de abril de 2023.
Miembros de la guerrilla de las FARC-EP sostienen armas de fuego durante durante una asamblea en San Vicente del Caguán, Colombia, el 16 de abril de 2023.Sebastian Marmolejo (Getty Images)

Los globos ejercen en nosotros una especial atracción. De niños, cuando los vemos elevarse por los aires, nos olvidamos de todo. Los amamos. Nos prendamos de su contradictoria esencia: coloridos obesos que, de manera grácil, se mantienen en la inmensidad. No hay globo sin público: el aerostático, el de piñata, el meteorológico, el ocular o el terráqueo. Floten en el aire, en la inmensidad o en las cuencas, nos rendimos a ellos. Hace décadas, como a las estaciones de gasolina, a los globos les llamábamos bombas, pero la efectiva dinámica de la violencia nos hizo rebautizarlos.

Tanta atención les prodigamos, que en su presencia hay una desconexión de lo que nos rodea. No hay registro histórico del hecho, pero un niño podría ser devorado por los leones mientras mira un globo abrirse paso entre las nubes. Esta semana me devoró un león forrado en caracteres. Repasando la primera página digital de un periódico que mucho respeto, me englobé: me puse a leer lo que su editor consideró la segunda noticia más importante del día, justo en momentos en que el país estaba aterrado por la escasez de combustible aeronáutico.

“La de abrir”, como decimos los periodistas, era precisamente aquella noticia relativa al lío del día, con el siguiente titular: “Avianca y Latam anuncian que operaciones volverán a la normalidad tras notificación de restablecimiento del suministro de combustible”. El titular de la segunda nota en importancia no lo pude digerir: “Mujer denuncia que le rompieron vidrio de su carro y le robaron su Mac en la Zona Rosa, en el Norte de Bogotá”.

Aclaro que la insensibilidad no es lo mío y que, si a alguien que amo le pasara eso, me preocuparía y me enojaría. ¿Pero el robo de un costoso computador en una zona privilegiada de Bogotá da para sacarle ventaja y preponderancia a tanta cosa importante y dura, de interés general, que pasa en este país? “Un globo”, me dijo un compañero de trabajo con el que comenté el asunto. “Un globo que ponen allí para ganar likes”. Palabras más, palabras menos, me explicó que el morbo hace que más gente lea la tragedia del Mac que, por ejemplo, el reporte de un desplazamiento de cientos de campesinos en el Cauca.

Los globos distraen. En este caso, de la materialidad… ¡Y en todos los casos! Para desviar la atención del desastre de los combustibles, que el Gobierno manejó de torpe manera, nos aplicaron una enredada rueda de prensa sobre el despilfarro en los OCAD Paz, presentando el episodio como un alarmante hecho de corrupción. Importante sí era el asunto. Pero no sabe uno si más o menos que el “ruido” alrededor de los precios ridículos con que la electrificadora de Urrá ha estado vendiendo energía a abonados del poder progresista.

Y los políticos, que son tan astutos, también se embelesan con los globos. Llevan meses hipnotizados con la posibilidad de una Constituyente (incluso una reelección) que seguramente no se dará en este cuatrienio que va por mitaca. El presidente tiene el firmamento repleto de estos amansa-bobos, destinados a que los precandidatos que germinan gasten energías en “cazarlos” y no propongan nada sólido en materia de sacar a este país del caos.

Hay más: tan grande es el globo de la paz total, que la guerrilla del ELN, sanguinaria y criminal, se molesta con la idea de que el Gobierno dialogue con el Clan del Golfo (que a su vez se enfurece si no lo llaman Autodefensas Gaitanistas de Colombia). No hay paz total. Incluso la que parcialmente firmamos con las Farc nos dejó el país sembrado de disidencias inconformes y narcodependientes.

Trenes elevados, cobro de transporte público en facturas, pistas internacionales en La Guajira, centrales hidroeléctricas en López de Micay, actualizaciones del escudo nacional, parques eólicos por doquier, compras de tierra para los desposeídos, docenas de universidades públicas en los departamentos alejados de las cordilleras, hidrógeno verde en Nariño, un San Juan de Dios que resucitará de entre los muertos, salud eficiente para el magisterio, acuerdos nacionales con partidos y empresarios, racimos de turistas, juntas de acción comunal encargadas de la fibra óptica, energía solar suficiente para sostener la economía del país, Juegos Panamericanos, nombramientos en la Comisión de Regulación de Energía y Gas, fin de la dependencia macroeconómica de la cocaína, trenes en los cuatro puntos cardinales… en Colombia, las nubes siguen arrinconadas por los globos. Nos ponen a soñar. Nos animan. Nos seducen. Y nos abstraen de la realidad: los veremos terminar como el Hindenburg.

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