Jaime Garzón, un cuarto de siglo sin el humorista de la sonrisa desdentada
El proceso por el asesinato del también locutor radial aún tiene varios interrogantes por resolver
Hay momentos en la historia de Colombia en los que el silencio ha sido capaz de dejar congelado al humor. El 13 de agosto de 1999 es uno de ellos. Esa madrugada, cuando el humorista bogotano Jaime Garzón, de 38 años, se dirigía en su camioneta Cherokee hacia la sede de la cadena radial donde trabajaba, en Bogotá, dos sicarios en moto le descerrajaron cinco balazos de revólver calibre 38 en un cruce de semáforo. Un cuarto de siglo más tarde, el proceso por el asesinato, declarado de lesa humanidad, es un rompecabezas inconcluso con varios expedientes clave aún abiertos.
¿Quién fue el autor intelectual? La justicia ha condenado al fallecido jefe de las sanguinarias Autodefensas Unidas de Colombia, Carlos Castaño, y al antiguo subdirector del desaparecido Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), José Miguel Narváez. Por el camino, sin embargo, se desgaja una maraña de nombres y testimonios que engloba a otros oficiales retirados del ejército y exagentes de los tenebrosos servicios de inteligencia como presuntos coautores. ¿Quién más estaba en la tras escena? Poco se sabe. Más allá de los vínculos entre varios miembros de una alianza de extrema derecha interesados en silenciar a un comediante político que reveló un talento atípico a través de sus parodias e interpretaciones.
En Colombia, un país incapaz de romper con ciclos y décadas engarzadas de violencia, ser el bufón de la corte resulta un asunto muy serio. ¿Por qué, 25 años después de su muerte, siguen circulando los videos de Garzón? ¿Cuál era la singularidad de sus provocaciones en forma de dardos? Marta Juanita Villaveces, estudiosa de la historia de la caricatura en Colombia y hoy viceministra de Hacienda, explica que fue el primero en reunir a varios personajes, de todos los extremos de la sociedad, en un universo que caricaturizó la vida política y social del país.
Néstor Elí, guardia chismoso de un edificio llamado Colombia; Dioselina Tibaná, empleada doméstica del palacio presidencial; Godofredo Cínico Caspa, notario reaccionario de extrema derecha; o John Lenin, prototípico estudiante revolucionario de la universidad pública colombiana, sirvieron para divertir, pero también para catalizar todas las tormentas y prejuicios que anidaban en aquel país de principio de los años 90. La cita, entre 1995 y 1997, fue los domingos a las 7 de la noche en una de las tres únicas cadenas de televisión disponibles. El programa, que se llamó ¡Quac! El Noticero, funcionó como una burla de los informativos de entonces, por donde desfilaban todas esas creaciones interpretadas por él mismo.
El director y libretista de comedia Dago García recuerda que a los “mitos, por terrible que suene, los corona la muerte temprana”. Acto seguido reconoce la excepcionalidad de Garzón y apunta que supo aprovechar su “inteligencia, una visión política excepcional y una capacidad como repentista extraordinaria” en un momento de eclosión de la televisión colombiana. También precisa que fue muy hábil a la hora de manejar su cercanía con ciertos personajes de la élite local, a los cuales no tuvo problema en manchar eventualmente con sus sarcasmos: “Además, era buen actor. Y eso se da muy pocas veces en la realidad. Todo eso sumado lo gradúa dentro de la categoría de leyenda”.
Nació en un barrio de renta baja en el centro de Bogotá. Cursó estudios inconclusos de física y derecho en dos universidades públicas y frecuentó grupúsculos políticos no muy alejados de las bases urbanas de la guerrilla castrista del Ejército de Liberación Nacional (ELN). También bordeó la política como alcalde menor encargado de Sumapaz, una localidad rural al extremo sur de Bogotá. La misión, en 1988, no duró ni un año porque, como informó en respuesta a un telegrama donde se le preguntaba por el número de burdeles autorizados en la zona, “Después de una inspección visual, informo que aquí las únicas putas que llegan son las putas FARC”.
Datos biográficos que, mucho más que efemérides, constituyen el sustrato de una carrera que empezó a despuntar en 1990 con Zoociedad, una suerte de magazine televisivo que mezclaba videos de actualidad con gags políticos. De apariencia sutil, enmascarado tras unas gafas de filósofo, y una sonrisa desdentada, Marta Juanita Villaveces sostiene que su irrupción se debe entender bajo unas circunstancias concretas: “Colombia en ese momento venía de una tradición de humor en televisión, en general, bastante plana y si se quiere fácil. Pero surge, en medio de la violencia del narcotráfico y de la guerrilla, la Constitución de 1991 y con ella la apertura a un país que se piensa con más amplitud, que se sabe más diverso”.
Garzón, continúa Villaveces, es producto de esa década. Y sobre ese terreno propone un humor que se distancia del chiste costumbrista o de la caricatura política tradicional que le llegaba solo a un nicho de lectores. Daniel Samper Ospina, columnista y actor de comedia en vivo, añade que se trataba de una “sátira cuyos dardos afilados tenían incluso el poder de causar risa en el blanco de sus críticas”. Un humor que despertaba una sonrisa apenas leve, otras producía algo de ira, o una gran carcajada. Siempre con una reflexión más honda sobre una realidad a todas luces trágica.
Al último personaje que encarnó, Garzón lo bautizó Heriberto de la Calle. Un lustrabotas, o embolador callejero, que se paseó por diversos espacios televisivos donde entrevistó a personajes de la actualidad colombiana que se dejaban, en el entretanto, sacar brillo en los zapatos. Cuando en abril de 1998 interrogó al entonces ministro del Interior del Gobierno conservador, Néstor Humberto Martínez, en el plató del noticiero CM& le soltó:
–¿Usted no es hijo de este maestro don Salustiano Tapias [encarnado por Humberto Martínez Salcedo, un famoso personaje de humor televisivo de los años 60 y 70]?
–El mismo.
–Alma bendita quién iba a saber que le iba a salir un hijo así de cafre.
Por lo pronto solo Garzón ha sido capaz de hilar esas dosis humor amargo con la ternura de un personaje popular, embadurnado de betún negro y risa estruendosa. Después vinieron programas radiales exitosos como La Luciérnaga o Los reencauchados en televisión. Pero para más de uno, por lo pronto, ninguno se ha acercado a la cúspide alcanzada por Garzón. “Para mí, él es el canon del humor político”, admite el periodista y artista plástico Santiago Rivas, “tenía una libertad creativa tan grande que se podía meter con cualquier tema. Con los presidentes Samper o Pastrana. Todo lo que se ha hecho desde entonces de humor político, aunque ha habido cosas muy buenas, palidecen comparadas con Garzón”.
En un aparte de un capítulo de ¡Quac! El Noticero, que se puede encontrar en Youtube, Garzón parodia la reunión de un campesino antioqueño que llega al despacho del entonces Gobernador de ese departamento, más tarde presidente del país en dos períodos consecutivos, Álvaro Uribe Vélez.
—¿Vos traés votos o problemas?
–Buenas, dotor (Sic). Yo soy uno de los desplazados de la violencia.
–Ah, bueno, pensé que era algo grave.
Los casos exitosos de humoristas políticos más recientes navegan por redes sociales como Tik Tok y han actuado en stand-up comedy (véase a Juanpis González o al mismo Samper Ospina). Con todo, para Marta Juanita Villaveces muchos jóvenes siguen encontrando una voz en la versatilidad de Garzón: “Era un genio. Sin duda. Comprendió, perfectamente, hacia dónde estaban llevando al país esas fuerzas y esas tensiones. Eso lleva a que lo terminen asesinando. Dijo cosas tan molestas, quiso participar en procesos tan incómodos para algunos sectores, que terminó asumiendo un riesgo gigante en un país donde aún hay mucho por denunciar”. Hoy más de uno se pregunta qué diría, o pensaría Jaime Garzón en una Colombia donde la barbarie aún desborda la realidad. Donde desarmar al poder con humor puede ser un tabú y hay días en que cuesta trabajo mantener viva la llama de la risa.
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