Fósiles de tortugas de 1,5 metros dan pistas de un sistema de lagos en lo que hoy son Los Andes
Los restos fueron descubiertos en Socha, Boyacá. Un individuo de la misma especie había sido encontrado años atrás en La Guajira, lo que sugiere que hace 57 millones de años existió un corredor de fauna en el norte de Colombia
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Se podría decir que el descubrimiento se dio gracias a un pintor. El maestro Byron Martínez ha caminado desde hace más de 20 años por el municipio de Socha, Boyacá, recogiendo lo que él creía que eran piedras con formas curiosas. Algunas las fue ensamblando y llevando al Museo de los Andes de Socha, en donde se encuentran exhibidos, y otros los dejó en una tierra que —sospechaba— escondía muchas más. Pero, tras estudiarlas, se dio cuenta de que se trataban en realidad de fósiles. En 2015, gracias a un contacto de la Red Nacional de Museos, el artista pudo conocer al paleontólogo y profesor de la Universidad del Rosario, Edwin Cadena, y le alertó de que allí, en lo que se conoce también como la Formación Arcillas de Socha, aún había mucho por explorar.
Cadena es el científico que descubrió en Colombia las vértebras de la Titanoboa, la que hasta hace poco era la serpiente más grande de la que hay registro en el mundo. Cuando escuchó a Martínez no lo dudó: armó un equipo y, durante los últimos diez años, viajó de Bogotá a Socha al menos dos veces al año para recolectar fósiles, ensamblarlos, compararlos, datar a qué edad geológica pertenecieron e ir armando las piezas de un rompecabezas que busca explicar cómo era el norte de Sudamérica hace 57 millones de años, cuando ya los dinosaurios estaban extintos. “Menos las aves”, recuerda el profesor. Uno de sus hallazgos más interesantes, y que fue publicado en la revista de la Asociación Paleontológica Argentina, fue que allí habitaron las Puentemys mushaisaensis, una especie de tortuga gigante que llegó a medir hasta 1,5 metros, y cuya familia, las tortugas Bothremydidae, fue uno de los grupos más diversos y extendidos de esos reptiles durante tiempos geológicos conocidos como el Cretácico y el Paleógeno.
“Se trata de una familia extinta de tortugas que predominó en todo el mundo en una ventana que va desde los 120 a 66 millones de años atrás”, comenta. “Sin embargo, algunas lograron cruzar esa ventana y solo se extinguieron hasta hace aproximadamente 40 millones de años”. De estas, en Sudamérica se han tenido registros en Brasil, con la Inaechelys pernambucensis, y en Perú, con la Motelomama olssoni. En Colombia, en el año 2004, el mismo Cadena encontró fósiles de otra Puentemys mushaisaensis, la misma de Socha, pero en El Cerrejón, una de las minas de carbón a cielo abierto más grandes del mundo, que está en La Guajira, a 500 kilómetros de Boyacá.
Una instantánea de hace 57 millones de años
Para quién no conoce del tema, quizás se trata de un descubrimiento que se queda en el área de lo curioso o lo asombroso. Pero los expertos, capaces de entender la complejidad de la historia natural, han visto mucho más. “La gente cree que las cordilleras de los Andes siempre existieron, pero eso no fue así. Una tortuga de este tamaño no podría haber subido una montaña de 3.000 metros para volverla bajar”. Así que la hipótesis es que, para ese entonces, hace 57 millones de años, había un corredor de fauna que les permitía a estas gigantes tortugas, así como probablemente a otros animales, moverse desde lo que hoy es El Cerrejón hasta Socha.
Incluso, a través de una imagen que crearon basándose en la información de las tortugas, así como en datos que tenían sobre la geología, principalmente las rocas, se puede ver cómo en el norte de Colombia existía un sistema de lagos relativamente conectados y las hoy majestuosas cordilleras apenas estaban brotando.
“A lo largo del proceso evolutivo, las tortugas han sido clave para el sostenimiento de los ecosistemas”, explica Cadena al preguntarle por la importancia de entender la historia de esta especie. “Son brillantes porque han estado en casi todos lados: en el mar, los ríos, en desiertos, y en zonas de alta y baja altitud. Sí, se les ve como tiernas o lentas, pero su rol es significativo porque son dispersoras de semillas y, en algunos casos, son los únicos organismos que generan una serie de cavidades y entramados en el suelo que dan refugio a otras especies, durante incendios o crisis climáticas”.
Conocer su evolución es también conocer sobre la historia del humano. Las tortugas – recuerda él – han sobrevivido a eventos climáticos y a cambios continentales, pero en pocas décadas, por responsabilidad del humano, muchas de ellas llegaron a estar en riesgo de extinción. “Y eso también nos deja un mensaje para la conservación de la biodiversidad actual”.
Detectives de las rocas
Que los fósiles que encontraron en Socha sean de hace 57 millones de años trajo un reto importante: no se pueden datar por medio del carbono 14, una popular técnica que sirve para saber la fecha en que murió – y por ende vivió – un organismo. “El carbono 14 solo se usa para fósiles muy recientes, que tengan entre 40.000 y 50.000 años”, así que esta alternativa no era opción.
Lo que tuvieron que hacer, en cambio, fue mandar las muestras tomadas a otros centros de investigación, como la Universidad de California, la Universidad de Princeton y el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales, para que allí les hicieran un análisis distinto que, por ahora, no está disponible en Colombia. Lo que hicieron – en una explicación muy corta – fue buscar circones, unos minerales cristalinos que se encuentran en las rocas que cubren y encapsulan los fósiles, y que también permiten saber en qué época quedó “enterrado” el organismo. “Los circones tienen unos isotopos que son de uranio y que, con el tiempo, se van transformando en plomo, así que dependiendo del estado de la transformación, podemos datar las rocas en las cuales se encuentran los fósiles y conocer su edad geológica”. Los de Socha apuntaron a 57 millones de años atrás.
La ventaja, comenta Cadena, es que a diferencia de lo que se descubrió en El Cerrejón, estos fósiles están muy bien preservados. “Acá puedes ver las estrías o detalles de dónde iban los músculos”, dice mostrando un pequeño fósil de los recolectados que tiene en su laboratorio. Los más grandes – de los 58 que encontraron sobre estas tortugas y que corresponden a 21 individuos - se quedaron en el Museo de los Andes de Socha.
La primera vez que Cadena tomó un fósil creyendo que era una inusual piedra, fue a los siete años, en Zapatoca, Santander, en donde nació. Así se la ha pasado desde entonces. Viajando, excavando, comparando, investigando. Parte de su carrera la hizo en Estados Unidos, luego en Alemania, otra en Ecuador y, desde 2018, regresó a Colombia, cautivado en parte por un enigma: conocer cuál es la historia natural del norte de Suramérica. En su laboratorio hay fósiles por todas partes. Algunos son de Socha, y todavía están siendo estudiados, y otros son tan diminutos que toca verlos con una especie de microscopio con alta capacidad de aumento. Allí están las piezas de ese rompecabezas que, seguramente, tomará unos cuantos años más terminar de construir.
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