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Gustavo Petro
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Salvemos esta democracia imperfecta

Petro hoy parece más radicalizado. El líder que tomó juramento con un discurso de unidad ha dado paso a un aguerrido luchador con agenda propia, en la que no caben ideas ajenas

Gustavo Petro, presidente de Colombia
Gustavo Petro, durante un acto público en Bogotá (Colombia), el 3 de agosto de 2023.VANNESSA JIMENEZ (REUTERS)

Mientras un torbellino de populismo y autoritarismo sacude el continente, el mundo vive dos guerras que han puesto patas arriba el ordenamiento internacional y en Estados Unidos el expresidente Trump amenaza con regresar al poder para recomenzar su agenda de profunda derechización y aislamiento, Colombia camina sobre el filo de la navaja y nuestra democracia imperfecta se ve amenazada por el embate de la polarización y la intolerancia.

Vivimos tiempos de enorme incertidumbre, pesimismo, crispación política y posverdad. Colombia parece un barco que cruza aguas embravecidas, en una noche de tormenta perfecta, en medio de enormes glaciares, en el que el capitán paranoico advierte que hay un amotinamiento, con grumetes conspirando y los pasajeros temen que haya un colapso inminente y el futuro desaparezca. Y, sin embargo, lo único que mantiene vivos a los pasajeros, y a flote el barco, es la fortaleza de la democracia y la carta de navegación escrita en la Constitución de 1991, que les ha permitido seguir vivos, superando peores tormentas, con otros capitanes, en otras aventuras.

Colombia atraviesa el más fuerte período de polarización en muchas décadas con un presidente radicalizado frente a los ataques de la oposición de derecha, que ha cuestionado sus reformas políticas y económicas, a las que han interpuesto todo tipo de obstáculos en el Congreso, y, además, ha enfrentado la incontinencia verbal de un fiscal en abierta campaña presidencial, que ha logrado que su vicefiscal ―envuelta en un escándalo por supuestamente proteger a un delincuente― lo reemplace transitoriamente mientras la Corte Suprema de Justicia elige una fiscal en propiedad.

El jefe de Estado también ha sufrido lo que considera una arremetida política de la procuradora, quien suspendió al canciller Álvaro Leyva, que logró esquivar esa decisión durante 13 días, con todo tipo de argucias jurídicas. La sanción se dio por supuestas faltas del disciplinado en una oscura licitación de pasaportes que podría costarle al país 116.000 millones de pesos. Con su paso al costado, Leyva acepta, por fin, que no está blindado jurídicamente ni tiene licencia alguna para romper el Estado de derecho y quedarse a las malas en el cargo.

Este episodio, sumado al proceso en la Fiscalía contra Nicolás Petro, el hijo del presidente, por los escándalos que rodean la financiación de la pasada campaña presidencial, ha empujado al jefe de Estado a hablar de una supuesta ruptura institucional para sacarlo del poder y a levantar la bandera electoral, para defender en la calle su proyecto político y exigir la elección de una nueva fiscal, de la terna enviada hace varios meses a la Corte Suprema de Justicia, ante el fin del período constitucional del titular. La Corte, como era de esperar, ha actuado con independencia y no se ha dejado presionar.

El allanamiento de la Fiscalía a Fecode, para recoger supuestas pruebas de la financiación ilegal a la campaña presidencial, elevó aún más el delirio golpista y de ruptura institucional del primer mandatario. Un concepto que no comparte la mayoría de los colombianos, pero que Petro defiende con la convicción de un revolucionario dispuesto a hacerse inmolar en la Casa de Nariño, rodeado de su pueblo, antes que dejarse inmovilizar o sacar a sombrerazos del poder por la derecha.

Por eso ha convocado a las calles al pueblo. A los más de 11 millones de colombianos que votaron por el cambio en mayo de 2022; a los nadie, a las minorías y poblaciones ancestrales, a los campesinos, indígenas, negros y comunales, a sindicalistas, maestros, a los antes invisibles para el Estado, para que se hagan sentir y exijan la elección de la nueva fiscal, la aprobación de las reformas atascadas en los laberintos del Congreso de la República, y ratifiquen su apoyo a la agenda de negociaciones con los grupos armados ilegales, que en las encuestas marcan en rojo.

Petro hoy parece más radicalizado. El líder que tomó juramento el 7 de agosto de 2022 con un discurso de unidad ha dado paso a un aguerrido luchador con agenda propia, en la que no caben ideas ajenas. Y quiere a su lado a un equipo leal a esa causa. Nada de aguas tibias, ni discursos liberales. Nada de gente que quiera congraciarse con el establecimiento. Con el único que quiere estar bien es con su pueblo. Y ese pueblo aún no sale en masa a las calles. Ni se está haciendo escuchar como en períodos de crisis en países vecinos. Incluso, ni siquiera como en el estallido social contra el presidente Duque. Esa masa, sencillamente, pareciera no entender hacia dónde avanza este barco, ni qué es lo que quiere el capitán. El mensaje no llega. No se entiende. Hay mucha incertidumbre, incluso miedo de sectores que temen que el país se hunda y esta oportunidad histórica de cambio se esfume.

Desde muchas partes se escucha el SOS por esta democracia imperfecta que ha soportado tantos años de guerra, tantos golpes del narcotráfico, tanta corrupción y desidia administrativa. Por eso se requiere volver a la calma, al trámite sereno de las disputas políticas, al debate de ideas y el logro de consensos. A pensar en una mesa de diálogo donde sea posible trazar una ruta política por la unidad nacional, para sacar adelante un consenso que permita las reformas, los acuerdos de paz, la transformación del territorio, la verdadera descentralización, el fin de la polarización que mantiene intoxicada la agenda política. Antes que insistir en solucionar los problemas del planeta, es urgente pensar colectivamente en desactivar la crisis que amenaza con hundir el barco.

Un primer paso es erradicar el lenguaje pendenciero e incendiario, pensar más en salvar la democracia y menos en ganar elecciones y llevarse por delante a los contradictores. No hacerlo es permitir que el país amanezca cada día con nuevas y más graves tormentas, que justifiquen a quienes se mantienen alzados en armas y aumenten el caudal de seguidores de la extrema derecha. En el continente, Bukele y Milei son estrellas polares de mentes extasiadas con el extremismo político. El espejo donde se mira la extrema derecha colombiana.

Bukele cree que está reinventado la democracia, en un modelo que pulveriza la oposición, establece un partido único, un Congreso sin oposición y un poder judicial silenciado. Milei busca lo mismo, aunque ha encontrado la resistencia vigorosa del Congreso argentino. ¿Qué tan lejos esta Colombia de contagiarse de esa enfermedad crónica de populismo autoritario que convierte el Estado en rehén de un solo hombre? Nadie lo sabe, pero esta crisis política permanente, esta tormenta perfecta que ataca a la democracia, nos amenaza sin que se escuche con fuerza la voz sensata del pueblo exigiendo un cese al fuego verbal y el respeto absoluto a la Constitución de 1991, nuestra bitácora y brújula, para llegar a puerto seguro y calmar el alebrestamiento de los grumetes que amenazan con hundir el barco.

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