“Vivimos la guerra en carne propia”, la diáspora árabe de Colombia pide una paz definitiva en Gaza
Numerosos colombianos de origen árabe dicen haber padecido brotes pasados de violencia israelí y hoy siguen con atención la masacre en la Franja
Cerca de 11.000 kilómetros de distancia separan la ciudad colombiana de Maicao de la Franja de Gaza. Sin embargo, desde allí muchos colombo-árabes siguen el actual conflicto como una afrenta propia capaz de reabrir viejas heridas.
En 1982, la familia de Maruen Ibrahim Fakih decidió dejar atrás el Líbano y regresar a Colombia, donde el pequeño había nacido cuatro años antes. Sumido en una longeva guerra civil, las tropas israelíes invadieron ese año el Líbano después de que su embajador en Reino Unido sufriera un atentado terrorista, y tras continuas hostilidades con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), basada en Beirut.
Como Ibrahim, numerosos colombianos de origen árabe dicen haber padecido “en carne propia” brotes pasados de violencia israelí y hoy siguen con atención la masacre en Gaza, donde desde el pasado 7 de octubre han sido asesinados más de 22.600 palestinos, más de un tercio de ellos niños, y 57.910 personas han resultado heridas, según datos del Ministerio de Sanidad de Gaza, controlado por Hamás.
“Esos niños recién nacidos, de un mes, de dos meses… ¿esos niños estaban en el frente de la batalla?, ¿a quién se está bombardeando allá?”, cuestiona Ibrahim, que trabaja desde hace más de tres décadas como comerciante de cristalería y juguetería en Maicao, y que califica de “genocidio” la actual ofensiva militar.
Organizaciones como Human Rights Watch han denunciado la muerte de 1 de cada 200 niños en la Franja —o un niño cada 10 minutos—, ratio que el secretario general de la ONU, António Guterres, describió el pasado 20 de noviembre como una “matanza sin precedentes”.
Ibrahim recuerda a la perfección el fracaso de los Acuerdos de Oslo y el asesinato del primer ministro israelí Isaac Rabin en 1995. Sobre su escritorio, el canal de noticias Al Jazeera retransmite en vivo imágenes desde la Franja, asediada por Israel después de que los islamistas de Hamás perpetraran un ataque sorpresa en el que, según fuentes oficiales, 1.200 personas fueron asesinadas y 140 secuestradas.
Para Susana Tehfe Fadlallath, psicóloga colombo-árabe hija de padres libaneses y de raíces palestinas, el actual conflicto también la hace revivir momentos violentos que su familia sufrió décadas atrás, en el sur de Líbano, ocupado por Israel hasta el año 2000.
“Tuvimos que pasar por un tramo donde estaba el Ejército israelí y nunca se me olvidará —siendo una niña— cómo sin ninguna razón los soldados bajaron al chófer del carro y le dieron dos cachetadas”, dice Tehfe.
La guerra en Gaza evoca vivencias similares a Jiyan Abdala Yohaid, nacida en Santa Marta, Colombia, e hija de padres libaneses. “Mi único recuerdo del tiempo que viví en el Líbano de niña es la guerra”, asegura esta trabajadora social de 37 años. También en los 80, recuerda estar jugando con otras tres niñas en la calle y ver “un jeep del Ejército israelí” y dos soldados armados y apuntándolas. “Era una broma. Cuando nos vieron corriendo se echaron a reír, pero algo así nunca se me olvidará”, dice hoy desde Maicao.
Pasear por las calurosas y polvorientas calles de esta ciudad colombiana, localizada en la región más al norte de América del Sur, el desértico departamento de La Guajira —fronterizo con Venezuela —, equivale a transportarse de golpe a Oriente Medio: en la calle principal algunos comerciantes dialogan en árabe, la mezquita de Omar Ibn Al-Khattab llama sin demasiado éxito al rezo, y decenas de niños estudian en la escuela colombo-árabe Dar El Arkam.
Desde las ruinas del Imperio Otomano, a finales de la década de 1880, flujos de población árabe emigraron al norte de Colombia. Con el estallido de la guerra civil en el Líbano (1975-1990), ciudades como Maicao recibieron un segundo éxodo y la diáspora árabe llegó a alcanzar en esta urbe las 15.000 personas, según cifras oficiales. Muchos venían atraídos por ecos de abundancia del oro negro de Venezuela y una floreciente economía de contrabando.
Hoy apenas queda nada de ese boom económico. Muchos abandonaron Maicao, cuya comunidad descendiente de palestinos, sirios y libaneses se redujo a no más de 3.000 individuos, según cifras de la Alcaldía. Para ellos, este rinconcito de América Latina continúa ligado a una comunidad árabe global que hoy busca aunar voces frente a lo que consideran un silencio cómplice de gran parte de Occidente.
América Latina por los Derechos Humanos
Dirigentes y representantes de al menos once países de América Central y del Sur se han manifestado de forma explícita en contra de la violencia desatada por Israel en Gaza y Cisjordania.
Los presidentes de Brasil, México y Perú han demandado públicamente un cese al fuego, mientras que Bolivia ha cortado por completo las relaciones con Israel. Al mismo tiempo, Chile, Honduras y Colombia han llamado a consultas a sus embajadores, llegando a calificar de “genocidio” la actual contienda.
“La barbarie del estado de Israel contra el pueblo palestino ha sobrepasado en mucho la barbarie de Hamas contra la población civil de Israel”, aseguró el pasado 18 de noviembre el presidente de Colombia, Gustavo Petro.
El apoyo latinoamericano a la causa palestina no ha surgido sólo de su clase política, la gente de a pie se ha manifestado a lo largo y ancho del continente en contra de las violaciones de los derechos humanos cometidas en Gaza y, sobre todo, en repulsa del asesinato de civiles y niños.
Los participantes de estas protestas también han denunciado a Israel, debido a la ocupación que mantiene de Jerusalén Este y Cisjordania, como una fuerza invasora similar a las que a lo largo de cientos de años expoliaron el continente americano.
Durante décadas, América Latina ha sido la receptora de un gran flujo de migrantes de ascendencia árabe, que según la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), suma entre 17 y 20 millones de personas.
En Colombia, el Centro Cultural Colombo Árabe calcula que en 2006 vivían 1,5 millones de personas de ascendencia árabe, lo que para algunos expertos explicaría el multitudinario apoyo antibélico y contra la ocupación de los territorios palestinos en el país, con manifestaciones en ciudades como Bogotá, Cartagena, Barranquilla y Bucaramanga.
En Maicao, el pasado 20 de octubre se manifestaron cerca de 200 personas frente a la mezquita de Omar Ibn Al-Khattab, la primera construida en el país (en 1997). De allí se dirigieron a uno de los principales parques de la ciudad, cantando al unísono “Palestina resiste, Gaza existe”.
Varias organizaciones de mujeres encabezaron la organización del evento gracias a la iniciativa de Tehfe, quien dice que el principal objetivo era “la defensa de la vida” en contra del asesinato continuo de mujeres y niños. “Sabemos que es muy poco lo que se puede hacer desde aquí, pero creemos que es una manera de resistir frente a algo que nos duele”, asegura la activista y psicóloga.
Muhammad Dasuki se convirtió en 2019 en el primer musulmán en ser elegido alcalde en Colombia. Concuerda con Tehfe. “Yo alzo mi voz de rechazo contra todo lo que está pasando e invito a la comunidad internacional a que actúe de forma inmediata. No podemos permitir que un niño más muera”, asevera.
Por su parte, Ibrahim, el imán de la mezquita, cree que la única solución posible es una paz definitiva entre palestinos e israelíes. “Todo el pueblo árabe está conmocionado y triste. Está de luto por todo lo que está pasando”, asegura este líder espiritual, nacido en Egipto y destinado en Maicao durante tres años.
“Prefiero tenerla aquí que llorarla después“
El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, declaró a finales de diciembre que la ofensiva “durará muchos meses más” hasta que Israel controle todas las entradas y salidas del enclave, incluido el paso de Rafah colindante con Egipto.
Muchos temen que la violencia se recrudezca y que se incrementen los ataques en la frontera sur entre Israel y el Líbano. Allí, militantes del grupo terrorista Hezbolá y soldados israelíes mantienen intensos ataques cruzados, en los que ya han muerto 19 civiles, de acuerdo con fuentes de seguridad libanesas, y 138 miembros de la milicia chií apoyada por Irán, según comunicados del propio grupo.
El pasado 2 de enero, una explosión causada por un dron en un barrio a las afueras de Beirut acabó con la vida de Saleh al Aruri, número dos de Hamás, junto a otros dos comandantes de su brazo armado, las Brigadas Qassam, y otros miembros del grupo. Fuentes de seguridad palestinas y libanesas acusaron a Israel, en lo que podría desencadenar una escalada regional si la milicia proiraní Hezbolá respondiera al ataque.
A miles de kilómetros de distancia, en Maicao, Tehfe solo piensa en traer a sus padres y abuela a Colombia antes de que se produzca una escalada. La anciana tiene serios problemas de salud y no ha podido volver a Colombia porque, aunque es ciudadana de este país, tiene su pasaporte vencido.
Por ello, el pasado 7 de noviembre Tehfe envió una carta dirigida al presidente Petro y al ministro de Relaciones Exteriores, Álvaro Leyva, solicitando ayuda para la repatriación de sus familiares. Aunque la Cancillería le dio respuesta al día siguiente de enviar esta comunicación, pidiéndole más información para realizar el proceso, la abuela de Tehfe entró en cuidados intensivos en el Líbano y los médicos a cargo no recomiendan que se traslade.
Por su parte, el colombiano de padres libaneses Ali Reda, de 50 años y comerciante en una tienda de ropa de bebés, consiguió repatriar a su hija a principios de noviembre. Confiesa que desde hace tiempo quería traer a su pequeña de 12 años del Líbano, pero que la guerra aceleró el proceso. Dice no querer tomar ningún riesgo.
“Prefiero tenerla aquí al lado que tener que llorarla después”, asegura este padre, como muchos otros, sufriendo en la distancia por quienes desde hace 50 días ven morir a sus seres queridos en Gaza.
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